El 4 de julio de 1776 se suscribió la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. La misma dista mucho de lo que hoy es el pensamiento político de Estados Unidos como potencia mundial, mucho más la disposición de este país y sus dirigentes a permitir en otros lo que los llamados padres fundadores proclamaron para sí en esa fecha. Nos parece que al conmemorar un año más de la fecha de su proclamación, se impone la necesidad de confrontar la teoría con la realidad; es decir, llevar a cabo aunque sea en este breve espacio que supone un artículo, algún nivel de contrainterrogatorio a las premisas contenida en el documento, en lo que concierne a algunas de sus partes esenciales. La Declaración de Independencia dispone en su primer párrafo lo siguiente:
“Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.”