A mi madre

 

Nulo y desafiante tu constante

repetir la misma cosa

como si nunca recordaras lo aprendido

mariposa de papel en la metrópolis cielo.

Tu hilo mente, mamá,

revolotea.

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Hace apenas un día estaba con el niño mirando el mar. Sentí la inmensidad de todo ese azul, cielo y mar. Estuve serena. No había ningún miedo que elucubrar. La vida está hecha de esto, me decía, momentos. A Madre le queda poco, pero ese es el proceso de la vida, me decía. Qué más me puede traer la vida en este tiempo de crisis. Respirábamos profundo el aire con litio natural del mar.

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a Ivania Zayas

Los silencios pintaron de muerte la medianoche. Cruzando la vida sola, como un puente de suspiros, tu voz llena de escarcha el corazón de los recuerdos. Así caminabas poeta cantora, libre, con tu guitarra a la espalda. Sola, cruzando la vida. Tus versos bañaban de nostalgias y querencias al público frente al micrófono. Tu palabra paría rutas de libertad solidaria. Esa última noche ibas bajo las estrellas silentes ante el inesperado capricho de la ruta. También la vida sola cruzaba tomada de tu mano, pero la muerte se enamoró como un vendaval de tu voz y envió a un insensible espectro. El verdugo se fue a la fuga, en su cobardía te dejo tirada en la calle, pero tus canciones siguen lloviendo como pétalos en tiempo de balada a la eternidad.

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Con Leo he aprendido a llevar los días con el menester del juego. Esto lo he dicho antes y me repito, nunca fui niña. Desde muy joven quise irme de la casa materna, aquella condición de cárcel e infierno. Entonces me hice adulta a los 16 años y deserté.

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No quiero pasear por calles donde existen animales torturados. De qué está hecho ese humano capaz de sacarle los ojos a una perrita, o echarle brea, o arrancarle los pelos en carne viva a un gato. Qué mala manera de comenzar un escrito. Y pasear con Leo en el año 2015.

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Signe se encuentra sentada en la cama de un hospital ruso en Vladivostok sin saber cómo vino a parar ahí. Tiene un pasaporte italiano, pero no habla italiano; tiene cientos de miles de rublos rusos, pero no sabe de dónde los sacó; tiene un móvil, pero sin memoria—salvo a una nota con una dirección en San Petersburgo. Como si fuera poco, el primer recuerdo que recupera la pone como testigo de un asesinato. Sin nadie en quién poder confiar, decide fingir que todo está bien y se monta en el tren transiberiano hasta San Petersburgo. Naturalmente, ella busca saber quién es la chica que se esconde en su memoria; busca respuestas. Sin embargo, su travesía y encuentros con todo tipo de gente extraordinaria le revelarán mucho más de sí misma de lo que espera.

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