(8 de diciembre de 1921- 10 de diciembre de 2010)
A dos años de la partida de mi padre, Emiliano Nina, sigo aún sin comprender el negocio de la muerte ante la vida.
Me es difícil pensar que la gente pueda partir sin dejar rastro y que toda presencia de estos en la tierra desaparezca. Por eso es más fácil vivir del recuerdo de la remembranza de ese pequeño ser que tuvo sonrisa, un gesto cada vez más dulce al pasar de la vida, y sobre todo que siempre mantuvo una palabra precisa – aún hasta el último día que estuvo con nosotros.
A dos años de su partida, aún sigo sin ir a los hospitales a ver las personas que se encuentran enfermas. Aún no puedo. A dos años intento todo lo posible de no ir a funerarias. Salvo sagradas excepciones, no voy. A dos años sigo reafirmándome que en la vida se goza más. Que el más allá es como le va a la gente, Que estar en el planeta tierra, es para mi, lo que cuenta. Pero también he comprendido que la vida es un encadenamiento entre los vivos y los muertos, donde los que nos quedamos vivimos del recuerdo de los que se fueron.
Por eso es que no me he podido aún reconciliar con el Creador, pues sigo pensando que es un privilegio vivir la vida eterna. Que nosotros los mortales, pasamos el tiempo que se puede por esta vida. Pero la eternidad, esa que se alcanza en el paraíso debería, y esto lo afirmo, estar un poco más accesible a todos nosotros.
Al recodar a Emiliano hoy, lo recuerdo a partir de sus pocos pedios en la vida póstuma: por un lado que Benny Moré, ese insigne guarachero cubano de la década de 1940 y 1950, lo despidiera con una rumba cubana. Y por otro lado, que sus restos fueran a morar el cementerio de la ciudad de Santiago, Cuba. En este último pedido hemos fallado, pues la geografía determina que somos nosotros los que estamos aquí, y mantenerlo entre nosotros sigue siendo un bien muy importante para su familia que sigue en esta parte del Caribe.
Hoy junto a tus amigos y amigas, celebramos tu partida y te recordamos como lo que siempre reclamaste ser: un Caribe bullanguero; una mezcla de tres islas; y más que nada una risa traviesa que siempre fue alegre. Siempre te estaremos agradecidos por lo que nos diste: una vida plena a todos los seres queridos, desde tu esposa Nela, hasta tus tres hijos, Rose, Ruth y este que escribe, Daniel. Pero también fuiste un gran amigo, leal y justo, y sobre todo fuiste motor de las cercanías entre todos esos Caribes que lograste conocer a lo largo de tu vida.
Hoy en tu 91 aniversario y a dos años de tu muerte, más que recordarte nos afirmamos que siempre te tendremos presente.
Emiliano, un beso, un abrazo y un te quiero.