Magia en la ruralía puertorriqueña del siglo XX: Imaginario histórico lajeño

Historia

Puerto Rico, como el resto de Caribe, es una región donde se han desarrollado una gran diversidad de creencias religiosas, que son el producto de la heterogeneidad étnica-cultural que caracteriza la región. Las creencias, al igual que los seres vivos, dependen de una serie de factores ambientales que contribuyen a la formación de elementos que identifican las variables seguidas de estas. Las creencias, como parte de la cultura y el folclor de un pueblo, no pueden ser vistas de manera generalizada, mucho menos dentro de la formación de patrones que lleven a los estudiosos a visualizar elementos cuasi-universales sin que existan variaciones de carácter territorial. Es por ello, la importancia de desarrollar estudios regionales que presenten estas variaciones y que expliquen por qué se dieron.

En el caso que nos ocupa, la concepción mágica que desarrolla un pueblo es de vital importancia en el análisis de este ante su visión del mundo. Aunque las nuevas tendencias, producidas por el auge tecnológico, han disminuido la capacidad de los seres humanos al contacto con la naturaleza, y esto a su vez, con la verdadera magia, la que se encuentra en la mente de todo ser humano, aún las tradiciones referentes a estos mundos mágicos y su desenvolvimiento en la sociedad están patentes. Es nuestro deber el poderlos rescatar.

Lajas, un pueblo del suroeste de la isla de Puerto Rico, aún preserva, aunque de manera disimulada, tradiciones y narrativas que nos hacen recordar ese mundo mágico y lleno de vivencias extrasensoriales, que no todos tienen la capacidad de sentir. Los ancianos y otros no tan ancianos, nos narran las vivencias de esos seres que de una forma u otra desarrollaron facultades que muchos no entendían pero que no eran pocos los que los recurrían porque aunque le tenían suspicacia, al final le entregaban hasta el alma por obtener lo que deseaban. Las había brujas, que practicaban las artes mágicas para el mal; también se encontraban las hechiceras, curiosas y curanderas de bien, todas predispuestas a ayudar al prójimo.

No solamente eran las mujeres las que tenían poder, sino, que nos narran de hombres que adquirieron estas atribuciones. Unos por medio de pacto con el demonio, acción que terminaban pagando con agravantes y que en ocasiones para zafarse era necesario la intervención de alguna hechicera lo suficiente poderosa para sacar esas fuerzas oscuras que se apoderaban del atrevido individuo. Los afectados levitaban, perdían la razón y hasta podía perder la vida. Otros de manera natural desarrollaron poderes que aprovecharon a su conveniencia.Los campesinos recitaban oraciones para evitar que en sus moradas entrarán entes malignos, espíritus en busca de sangre y hasta brujas. Uno de los más diseminados era la “oración de San Silvestre”, que en otros lugares era conocida como la “oración de la bruja”, la cual dice: “Señor San Silvestre del Monte Mayor, líbrame mi casa y todo mi alrededor, de brujas y brujos y del hombre malhechor”.

Las brujas, al igual que en otros lugares, creaban juntas, donde festejaban e iniciaban sus travesuras, o como dice uno de mayores folcloristas puertorriqueños, don Teodoro Vidal, realizaban maldades y fechorías para aterrorizar a la gente. En Lajas, se reunían en un prado, alrededor de una gran ceiba, árbol sagrado para las culturas indígenas de Mesoamérica y las Antillas Mayores. Allí celebraban su aquelarre, que para ellos era conocido como la “fiesta del batey”.

La “fiesta del batey” nos evoca a la herencia y tradición taína, que en muchas ocasiones ha sido negada de manera oficial, pero que ha perdurado en el conocimiento pueblerino y que pasa por medio de la historia oral y la genética cultural, generación tras generación, y que hoy busca un nuevo despertar. El batey era la plaza ceremonial, lugar sagrado, donde el colectivo se unía en comunión con las grandes deidades. Esta tradición, iniciada por los taínos, fue adaptada por los africanos que se mezclaron con los indígenas y con otros mestizos y que fueron conformando al ser puertorriqueño de nuestros días. Eventualmente, la fuerza divina de estos centros de poder espiritual, fueron utilizados por las brujas como lugar ideal de establecer el contacto entre este plano y otros.

Las brujas volaban, según algunas de las narraciones encontradas por Teodoro Vidal “desnudas, con el pelo suelto, y en desorden, y montadas sobre una escoba”. Otros testigos indican que llevaban únicamente “una saya (falda o enagua, según la versión) de campana, blanca, almidoná, con muchos volantes”; en todo caso, su fin era asustaban a los niños, arruinar sembradíos, matar el ganado, realizar conjuros y maldecir a la gente.

También se sabe de linajes o familias descendientes de taínos o indígenas que escondían, para el público general, sus poderes mágicos. Se habla de tres hermanas, hijas de una india, todas, mujeres de inmensos poderes sobrenaturales, que aún hoy día, algunos sienten que están presentes, vigilantes de sus descendientes y asegurándose que la llama mágica de estos nunca deje de existir. El símbolo de esta familia era un almácigo, en él se consagraba a todos los recién nacidos, incrustando el cordón umbilical de cada recién nacido con un centavo en el tallo del árbol.

Con el pasar del tiempo, todos estos individuos con poderes mágicos comenzaron a ser llamados espiritistas; algunos creaban templos o lugares de reunión, en la mayoría de los casos, su símbolo primordial era un indio, representante de las tradiciones mágicas desarrolladas por los primeros habitantes de esta Isla, y que aún estaban presentes en el pensamiento de la primera mitad del siglo XX, como muestra de que nunca habían dejado de existir. Estos templos acogían a grandes cantidades de seguidores, que llegaban buscando consejo, consuelo y hasta magias destinadas a servir a sus caprichos. En nuestros días, estos centros casi no se ven, quedando en el recuerdo de muchos; se ha dado paso a otras tradiciones, muchas de ellas surgidas en nuestro ambiente antillano, siendo la más seguida la de la santería. No obstante, la magia antillana, evoluciona pero a la vez se conserva, siendo parte vital de nuestro ser.