Presentación de Óptica del desierto y Flash Creatio, de Iris Miranda

Crítica literaria
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Afirma Ricardo Búlmez que decir humano es decir confusión (mezcla y desorden). Señaló Zeno Gandía en su novela La charca, que decir humano es decir centauro (figura mitológica representada por un ser que de cintura para abajo tiene forma de caballo y de cintura hacia arriba tiene forma humana). De acuerdo a esta metáfora del novelista, en los humanos coexisten la razón y la pasión.

No obstante, creo que hay otras dos palabras que definen mejor el reino de lo humano, dos palabras que descifran las coordenadas en las que nos movemos a diario los habitantes del planeta. Son dos palabras cortas y agudas, palabras de gran filo, palabras tan poderosas que sus contenidos y acepciones no podrán agotarse.

Pienso que decir humano es decir amor. Recordemos la canción de Guillermo Venegas Lloveras con la que Lucecita Benítez, la voz nacional de Puerto Rico, ganó en el 1969 el Primer Festival de la Canción Latina en el mundo (México). “Cuando nada en la tierra quede que mire el sol, cuando nada en la tierra quede que evoque a Dios, solo habrá una lumbre y esa será el amor, el amor para empezar”.

También creo que decir humano es decir dolor. René Marqués dice en La víspera del hombre: “No hay misión más grande y más heroica que la del ser que entra a golpes de dolor en el reino del hombre”.

El género de la novela narra las grandes historias de amor, que se convierten en grandes historias de amor por los elementos de tragedia y dolor que desentrañan. Hablamos de Ana Karenina de León Tolstoy, de Marianela de Galdós, de El túnel de Sábato, de Madame Bovary de Gustave Flauvert, de El amor en tiempos del cólera de García Márquez, de Usmaíl de Pedro Juan Soto, entre tantas... Relatos que elaboran con gran éxito la siguiente teoría: sufrimos porque amamos, y amamos aquello que nos causa el dolor. Creo que es un binomio inseparable. Sufrimos con los protagonistas de estas historias y nos quedamos, como dice el cantante español Alejandro Sanz, con "el corazón partío".

Pero, qué maravilla descubrir que Iris Miranda logra construir sobre el dolor la experiencia de lo bello, de lo estético. Su poesía, construida sobre y desde el dolor, es de una hermosura tal que logra la misión de lo bello. ¿Cuál es la misión de lo bello? Dice la Dra. Mercedes Baralt que la belleza no tiene otro propósito que el de consolarnos. La belleza nos alivia la pena, nos descansa la fatiga. Por supuesto, hablo de la belleza como ideal, como valor artístico, esa es la belleza que nos consuela.

A la iglesia protestante en la que me crié (en el monte del barrio Sonadora de Guaynabo) asistía una mujer que cantaba con gran sentimiento. Aunque yo era muy niña, al escucharla se me llenaban los ojos de lágrimas, sobre todo, cuando repetía con los ojos cerrados y la mano en el corazón: “Pero en el dolor es mejor cantar”.

Iris Miranda canta en el dolor, hace poesía con el dolor, amasa el dolor como a barro, y luego nos ofrenda una vasija maravillosa adornada con cicatrices, heridas, lágrimas y adioses.

Por eso dice en Vasija de cedro: “Y tejo el sueño de un niño moribundo en un desierto de egoísmo”.

Óptica del desierto es en sí misma una frase interesante. Al mirar las definiciones de la palabra óptica en el Diccionario esencial de la lengua española, me detuve en la siguiente: “Parte de la física que estudia las leyes y los fenómenos de la luz”. Iris Miranda se ha parado frente al desierto humano para contarnos cómo cae la luz en nuestras dunas, para describirnos las sombras de nuestros desiertos. Mirar el desierto es fácil, tiene una magia de tierra ambarina y de misterio. Lo que no es fácil es vivir en el desierto. Iris Miranda observa desde la cotidianidad de su desierto, desde el vivir la fatiga y el calor, la sed y la ausencia del agua. Por eso dice en el poema Desolado: “Un desierto es un reverso al inverso, un aprecio de mentiras...”.

En la novela Sara: la historia cierta, Isaac, uno de los personajes dice: “El desierto es un demonio amarillo, un atorrante cochino y malagradecido, una manta parduzca con retazos de piedras inútiles”. Ese es el contexto desde el que escribe la voz poética, y desde el que nos invita a mirar. Por eso abre el libro con un deseo: “He aquí mi esperanza, que la mirada de todos jamás tenga sed de nada”.

Luego, dedica el maravilloso poema-carta Identitario a Julia de Burgos. Habla con ella, la venera, declara que a ella también la construye una historia de ruinas. Se hermanan en el proceso. Acude a la poeta carolinense como se acude a la madre poética, o al oasis en el desierto.

En los próximos poemas nos toparemos con conceptos y frases que sostienen la armadura y el tono de este poemario: mortaja, pena, cobra cruel, hiel en el vestido de aguas, hijos muertos, guerra de vidrio, oscura en luz, carroña, odio de espejo, doliente oquedad, quejido de inmóviles inocentes, soles enfangados, hombres hechos cenizas...

En eso estamos cuando nos topamos con una pieza, terrón de ternura, Madrigal de las madres enemigas. Es un poema que todos deben leer: “Y creó la mirada más hermosa y la hizo eterna rocío, transparente como la luz del alba(...) Él dijo: sea la mirada más hermosa bajo la luz del alba y la colocó eterna en sus frentes: los ojos de la madre en los ojos del hijo”.

Otro poema que no puedo dejar de comentar brevemente es el poema Óptica del desierto. Es un texto de una profundidad admirable, de una síntesis prodigiosa. Iris Miranda logra en este poema, así como en el poema Binocular de guerra, triturarnos la conciencia, sacudirnos la modorra, nos devuelve al silencio, a la introspección que provocan la injusticias del mundo, nos pone el corazón patas arriba: “Es tan fácil el odio del todo y de la nada... Ahmad observa entre el humo ardiente a sus padres que explotan después de la explosión... Dicen que lo ultimo visto por el soldado fue la pequeña gota de valor en su carita...”. Dice en Binocular de guerra: ¡Qué mi hijo ha muerto, es mi corazón ciego relámpago de su imagen destruida! Siguen poemas en los que Iris Miranda desgaja el tema de la maternidad con una lucidez y dominio de imágenes, que ya deberán ustedes descubrir. Después de leer los poemas El hijo que llega, Haz Violeta, y Canta Cuna, me acerqué a los poemas de Gabriela Mistral contenidos en la antología Desolación, Tala, Ternura, Lagar. Los niveles de encuentro son claros y maravillosos.

Gabriela Mistral

(Poema La noche)

Porque duermas, hijo mío, el ocaso no arde

más: no hay más brillo que el rocío, más

blancura que mi faz.

 

Iris Miranda

(Poema Canta cuna)

 Canta cuna, duerma el llanto, calma niño,

guapo encanto, en mis sueños ya eres alto, el

guerrero de mi manto.


 Gabriela Mistral

(Poema Semilla)

 Duerme lo mismo que la fábula, que hace reír

y que hace llorar, por menudo y friolera, como

que estás y no estás.


 Iris Miranda

(Poema El hijo que llega)

 Seré quien no fui, lo sabes... un extraño celaje

repetido una y otra vez en cada batalla lejana,

en cada escaramuza, en cada guerra que

hemos pasado juntos, tantos siglos, madre, a

través de los siglos


Gabriela Mistral

(Poema La madre triste)

 Duerma en ti la carne mía, mi zozobra, mi

temblor. En ti ciérrense mis ojos: duerma en ti

mi corazón.


Iris Miranda

(Poema Óptica del desierto)

 Del soldado quedaron algunos pedazos de

sangre reconocibles: del niño, solo este

recuerdo esparcido en cristales de sal.


Gabriela Mistral

(Poema Apegado a mí)

 Yo, que todo lo he perdido

ahora tiemblo de dormir. No resbales de mi

brazo: ¡duérmete apegado a mí!


Iris Miranda

(Poema Haz Violeta)

Entrego mi corazón quemado en polvo,

diminuto, encerrado en un viaje largo y real,

con mis sueños en tus alas, niña mía, con tus

sueños en las mías. 


Confirmé que Iris Miranda, poeta contemporánea, puertorriqueña, me alza en la misma emoción que la Gabriela de Chile, Premio Nobel de Literatura.

En Flash Creatio, segunda y última sección del libro, presenta poemas dedicados a Miguel Hernández, a Lynette M. Perez, a José Luis Vega, a Ana María Fuster, entre otros. En estos poemas verán un acercamiento intimista a las personas a quienes dedica los poemas, y a su vez, un distanciamiento para lograr el desarrollo de un poema en el que prevalece la percepción de la poeta sobre el mundo.

Iris Miranda nos presenta un poemario escrito desde las venas, único lugar donde nace la poesía auténtica. Es un poemario contundente, vivaz, presente en el llamado de la palabra.

Esta poeta viene del desierto, ha buscado allí la vida y se ha encontrado con la muerte. No obstante, termina el libro con un grito extraordinario: “Y si de pronto todos nos olvidáramos de las profecías, de las condenas, de los castigos, y nos uniera la MISERICORDIA en una sola, única, gran oración que nos salvara”.

Yo creo en tu poesía, Iris Miranda, y me uno a tu grito, y agradezco esta ofrenda viva, escrita desde el dolor para vivir la esperanza.