El Ser del Jazz

Voces Emergentes

Anoche fui a ese evento maravilloso que anualmente se reproduce bajo el nombre del Puerto Rico Heineken JazzFest. La noche estaba perfecta para la actividad: la luna creciente como un velero egipcio navegaba un oscuro pacífico salpicado con broches de estrellas, una liviana brisa llenaba sus fundas con un aire fresco, húmedo y dulce. Por primera vez en largo tiempo salía de noche, y fui solo con toda maldad, para probar el funcionamiento de los sistemas hidráulicos del alma. Aunque el Anfiteatro Tito Puente estaba lleno, ocupé una flotante silla personal.

El Heineken es una institución musical singular. Institución en el mejor sentido de la palabra. No como muchas que conocemos que se calcifican con el pasar del tiempo y acaban deformando las subjetividades bajo su mirada, sino de esas extraordinarias que irradian la plenitud y creatividad del Ser.

Hay que reconocer ampliamente la labor de Luis Álvarez, empresario, músico y productor del evento. Álvarez obtuvo un grado de administración de empresas en la Universidad de Notre Dame y luego estudió música en la consagrada escuela de música Berklee College of Music en Boston.

Comenzó a trabajar con Méndez & Co. Inc. en el 1985, y en 1992 advino al puesto de Vicepresidente de la División de Licores. En el 1990, asumió las riendas del Puerto Rico Heineken JazzFest, y a partir de ese momento lo ha convertido en unos de los eventos de jazz más espectaculares en el calendario de la música, tal como lo es en el ámbito clásico nuestro Festival de Casal.

Hay que reconocer también la visión de Álvarez en enlazar el festival con la misión de propulsar la creación artística en los jóvenes con talento mediante los vínculos que ha cultivado con el Berklee College of Music en Boston, la Escuela Libre de Música y el Conservatorio de Música de Puerto Rico.

Berklee tiene la distinción de ser la primera escuela de música en enfocar su currículo hacia la enseñanza del jazz en vez de la música clásica. Sus egresados se han combinado para ganar sobre 253 Grammys, y entre ellos se encuentra luminarias como Branford Marsalis, Juan Luis Guerra, Quincy Jones y Diana Krall, para mencionar los más conocidos.

 El Heineken es un dinamo que en conjunción con las escuelas de educación musical se han dedicado a descubrir, promover, becar y ser mentor de músicos creativos e insertarlos en la órbita de las presentaciones musicales. Muchos de los mejores talentos boricuas del jazz, ya sea como estudiantes o profesores, están relacionados con este esfuerzo y han compartido tarima del Fest, tal como David Sánchez, Miguel Zenón, Giovanni Hidalgo, Julio Alvarado, y Abraham Laboriel. Como parte de esta inseminación, ya el Conservatorio de Música de Puerto Rico goza de un Departamento de Jazz y Música Caribeña que dirige el maestro Luis Marín. Anualmente se presentan los estudiantes más sobresalientes en tarima.

A mi entender, una de los aspectos más sorprendentes del Heineken es como ha cuajado en nuestras subjetividades la improbable relación siamesa entre la cerveza y el jazz de una manera tan delicada que uno no se siente explotado comercialmente. Eso es más que un logro de mercadeo, refleja el tipo de sensibilidad que me gusta asociar con el jazz. Si el capital se manejara de esta manera siempre, no lo llamaríamos capitalismo, con todas las connotaciones de deformación consumista con el cual se le asocia. El jazz, al contrario, lo asociamos con la creatividad del Ser.

¿Por qué exhibe el jazz esta gran atracción en la esfera musical? A mi entender el encanto del jazz radica en su irreprimible núcleo erótico, su incontenible pasión expresiva y su caleidoscópica transfiguración lírica. No es casualidad que el jazz, que se relaciona con el coito, con el “jism” del acto sexual íntimo, haya surgido en los burdeles y casas de prostitución de New Orleans en que la música, el baile, y el sexo eran la orden - mejor dicho, el desorden - de la noche. Cuando en inglés se utiliza la expresión “all that jazz” se refiere a toda las actividades de un club nocturno en que el pulsar erótico es parte integral del ambiente del local. En español, quizás la expresión que más se acerca a ese sabor del jazz es “y toda esa jodedera”.

Pero el jazz como música es mucho más que su grano erótico. Anterior al jazz, la música se entendía principalmente como la lectura de una partitura de una composición hecha por otro. El músico clásico, por ejemplo, tocaba la música de Bach. El jazzista, sin embargo no quiere imitar a Bach, sino que quiere crear su propio ¨Bachcilón.¨ Esto es así porque en teoría la característica principal del jazz es la improvisación individual o del conjunto sobre cierto espinazo melódico.

Más que una experiencia intelectual, el jazz se caracteriza por un metro fuerte básico alrededor del cual se improvisa un vacilón sensacional, relacionado con los sentidos, con el ritmo, con el pulso, con el meneneo del cuerpo. El músico de jazz no busca tocar en conformidad con la partitura clásica, sino que aspira transformar una melodía popular mediante la improvisación impromptu, con su propio sonido, su propia tonalidad, su propio semblante, su propia lírica.

El jazz, pues, se caracteriza con este acto de rebeldía y resistencia al orden musical establecido, es una cópula musical salvaje, underground, en contra la ley del orden existente, un sonido bestial que permite al músico establecer su propia singularidad como persona en el entretejido político-social de la existencia.  La pensadora Julia Kristeva entiende que la música en general (danza, ritmo, canto) pertenece a una región de la persona que no ha sido acaparada por la ley del padre. El jazz es un ejemplo de una actividad fundamental que refleja tanto el apego a la sensación de seguridad maternal originaria como la resistencia a la ascensión de la autoridad del padre que ocurre mediante el atropello oedipal que se da en la niñez. En fin, la música es una esfera donde expresamos tanto el amor como la furia, la intimidad y la desobediencia, lo sagrado y lo profano.

Para mí, escuchar a David Sánchez tocar Mi Triste Problema, la pieza de Tito Curet Alonso que Cheo Feliciano hizo inmortal, es oír una pieza melancólica que me lleva a una región del sentimiento que es profundamente amorosa, dolorosa y personal.  Pero por otra lado, cuando David toca su propia composición emocionantemente rítmica titulada A Thousand Yesterdays, uno oye el piano, el bajo, la batería y el saxofón, cada uno dentro de su propio régimen de sonido, solo y autónomo, pero que en conjunto se relacionan con los otros para producir una explosión dispersa y combinada de melodías y ritmos que por su característica estelar nos remonta a una dimensión mística y deliciosa del momento. En ese instante, los origines eróticos del jazz se funden con las posibilidades espirituales del Ser para alcanzar en un instante dado un grado de singularidad cósmica que resiste toda camisa de fuerza.  Para mí, ese momento orgásmico es el jazz.


Fotografía: Mauricio Planchart Navia