Sobre cómo La Nueva Historia es el origen de la crítica posmoderna

Historia

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Lo que se conoció como la “Nueva Historia” en la década de los setenta y principios de los ochenta fue un movimiento intelectual que pretendió comprender la realidad de Puerto Rico. Ese intento por comprender implicó un esfuerzo colectivo de producción intelectual, estudios, debates y escritos populares que intentaban dar cuenta de los cambios que estaba sufriendo Puerto Rico.

Desde el surgimiento de la plantación, como sistema económico, hasta el desarrollo de la clase obrera, los escritos de estos intelectuales tomaron partido por un proyecto social sin precedentes. Ningún grupo de intelectuales anteriormente habían tratado de producir una lectura sobre nuestros problemas de manera independiente, y luego de ellos tampoco. Entre esos intelectuales tenemos que mencionar a Ángel Quintero, Gervasio García y Marcia Rivera entre otros.

La aportación de dichos intelectuales implicó el choque entre versiones distintas de lo que es la historia. De este modo se comenzó a elaborar una teoría de la historia que discutía sobre la naturaleza de la labor del historiador y el rol del intelectual en la sociedad. Este debate desembocó, necesariamente, en el debate sobre la posmodernidad. Al intentar dar respuestas a la realidad, y chocar con la frustración del cambio social que no se logró, la Nueva Historia fue, poco a poco, transformándose en su opuesto en la forma de la crítica posmoderna.

En parte esta transformación de la historiografía, si se le puede llamar de ese modo, comenzó a reflejarse en el cambio de temas y la exploración de fisuras en el discurso historiográfico oficial. La Nueva Historia se caracterizó por la elaboración de una historiografía centrada en el sujeto histórico del obrero, como en los trabajos de Ángel Quintero, al menos durante la década de los setenta, comenzando con su trabajo Lucha Obrera en Puerto Rico que consiste de una selección de documentos recuperados de los archivos de Puerto Rico con el objetivo de promover la idea de que la historia de los trabajadores se puede escribir pues los documentos estaban ahí.

Este primer acercamiento de la Nueva Historia es un trabajo típicamente positivista centrado en el documento sin contar, ni siquiera con alguna interpretación de los mismos. Parecería que la motivación principal del autor era dejar que el documento hablara por sí mismo. En esa colección de trabajos podemos encontrar discursos, informes, artículos y obras escritas por obreros entre 1904 y 1955. Parecería un libro que acompaña a la última obra de este período, La otra cara de la historia en la cual Quintero, junto a Lydia Milagros González, trabajó la historia obrera pero desde una perspectiva más popular.

Ese texto, la Otra Cara, es un texto que rompe con el positivismo que caracterizó los trabajos de la década de los setenta de Quintero, y de la Nueva Historia, y se centra en colecciones de fotos. Ya no se trata de una obra donde el documento habla sólo, aunque consiste fundamentalmente de documentos, sino de una interpretación hecha por el autor a la luz de las fotos que son documentos, en este sentido interpretados. Así que la Nueva Historia pasa de una historia donde el documento habla por sí mismo, Lucha Obrera, a una historia donde el documento, en este caso la foto, es interpretado por el autor, a modo de comics.

Así que la perspectiva crítica de la posmodernidad se va acercando al análisis histórico en Puerto Rico desde la perspectiva del mismo movimiento que le antecede. Parecería ser una crítica comenzada por los mismos autores que representan este acercamiento historiográfico. Para fines de la década de los ochenta y comienzos de los noventa la Nueva Historia, que se había caracterizado por una producción positivista, con una perspectiva marxista, comienza a elaborar un discurso alterno sobre la historia donde comienza a centrarse en la construcción de un discurso distinto. Mientras que en los setenta la Nueva Historia escribirá sobre los obreros como agentes políticos, en la década de los noventa comenzará a mirar ese mismo sujeto como agente cultural.

Esa transformación se vislumbra en el prólogo del libro Salsa, sabor y control de Ángel Quintero, publicado en el 1998. En dicha introducción el autor reseña una conversación con un sociólogo haitiano que le confesó que estaba cansado de hablar de las cosas malas que había ocurrido en el Caribe y que añoraba conversar, con seriedad, sobre “las contribuciones del Caribe a la alegría del mundo”. Esa afirmación, que al principio impactó al autor, es el motivo de la publicación del libro. Así que en el 1998, en medio de los debates promovidos por la posmodernidad, que llegó a Puerto Rico, como parte del debate interno a principios de la década de los noventa, el exponente principal de la Nueva Historia da un giro y asume como área de trabajo los estudios culturales, que son parte fundamental de las áreas de la posmodernidad.

Este viraje no es sorprendente si se mira con detenimiento la obra anterior de Quintero quien en el 1988 incluyó un texto sobre Ponce y la cultura nacional que se movía en la misma dirección de su trabajo sobre la salsa. En su libro Patricios y Plebeyos Quintero incluye un ensayo titulado La Capital Alterna sobre la ciudad de Ponce y sus significados culturales. En dicho ensayo Quintero trabaja en tema de la danza y la cultura popular. Este acercamiento da pie a una nueva perspectiva sobre el estudio de la cultura. La Nueva Historia, que se centró, originalmente, en el tema obrero y otros temas económicos, ahora se centraba en el tema de la cultura. Esto no quiere decir que no hayan trabajado esos temas anteriormente, pero como temas marginales no como temas centrales.

Ese proceso, desde el estudio del obrero como sujeto político a los estudios culturales, no se refleja solamente en los trabajos de Ángel Quintero. El Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña produjo en 1989 un libro titulado El machete de Ogún que trabaja el tema de las luchas de los esclavos en Puerto Rico. Una de las co-autoras del libro es Ana Lydia Vega, una conocida escritora de ficción y de novelas pero no una historiadora, de hecho ella se llama a sí misma historicida. La lectura de dicho texto confunde al lector ya que se entrelazan hechos históricos con testimonios ficcionales y textos que no corresponden a fuentes históricas desde la perspectiva positivista. En este sentido El machete de Ogún es una contra-producción ante el escrito original de Lucha Obrera. En el primero la ficción se convierte en parte de la obra escrita mientras que en el segundo, Lucha Obrera, se intentaba dejar que los documentos hablaran por sí mismos.

Una de las primeras obras producida por la Asociación Puertorriqueña de Historiadores (APH) es un pequeño libro del 1995 titulado Historia y literatura. Dicho libro, en el cual figura como autora también Ana Lydia Vega (la historicida), es el fruto de un foro realizado por dicha organización donde se debatió sobre los márgenes, y las fisuras, entre estas dos disciplinas. Lo interesante es que este encuentro se lleva a cabo en el contexto del debate con los posmodernos acerca de la nación y el rol de la historia en la invención de un pasado nacional que construye una narrativa colectiva.