Cuba, la otra isla soñada

Caribe Imaginado

altDe niña, escuchaba a la diáspora cubana hablar de su isla y fantaseaba sobre sus comentarios. Imaginaba que algunos de los que hablaban descendían de un cierto tipo de reino celeste de gigantes; (pues decían que todo era más grande y, por supuesto, mejor); que volverían algún día después que Fidel muriera (pero Fidel vive aún); y, que habían perdido todos sus inmensos tesoros: casas descritas como palacios, tierras  y negocios boyantes.

Desde entonces, despertó en mí el deseo de conocer Cuba, con sus gigantes o sin ellos. Su forma arqueada en el mapa, añadía mi mente, era algo así como una serpiente o una diadema artística. Cuando crecí, entendí mejor sus expresiones, conocí más cubanos, y se complicó la cosa. Resultaba que había un bando que pensaba que la isla estaba protegida de los males del capitalismo, a pesar del embargo, que la revolución era buena a nivel colectivo, aunque no ciertamente para almas de artistas. La medicina, la mejor del mundo, cosa aparte, y el tiempo le daría la razón al profesor cubano que me contó cómo lo curaron de un cáncer terminal de próstata, pues no habían intereses económicos que interfirieran con el avance investigativo de la ciencia en Cuba. Debió morirse hace 40 años atrás, pero sigue vivo para el disfrute de sus estudiantes.

Luego, en una de esas vueltas que da la vida,  en Alemania, conocí a Milagros, artista, cubana de las danzas caribeñas. Para ella Fidel era un monstruo perverso porque le dio permiso para salir con su esposo músico alemán, pero no se lo dio para regresar cuando su madre agonizaba a pesar de todos los intentos en la embajada y varias semanas de llanto de hija ante los funcionarios encargados. A dos meses después de enterrada, le dieron permiso de ir Cuba. Solo entonces pudo visitar la tumba de su madre.

Por otro lado, años más tarde, en Puerto Rico, conocí a dos jóvenes estudiantes cubanos: Massiel ya había dado cálculo en la escuela superior de su pueblo y extrañaba poder salir de su casa y llegar tarde sin la preocupación de la violencia criminal que hacía que volviera a su casa en Bayamón antes de las 9:30 de la noche. "Allá la vida es más sana -decía-  y hay una paz que no existe aquí".  Rafael, por su parte, añoraba el volver y a veces soñaba que estaba allá componiendo, tocando y caminando por sus calles, a pesar de las largas filas que hacía para obtener alimentos.

Ahora con la apertura de relaciones diplomáticas, pienso que ambos querrán visitar a su añorada patria; así como lo hacen los nuestros con Puerto Rico, a pesar de nuestros males, porque amamos la tierra que nos vio nacer con todo y sus defectos, y volver a ella está en nuestros genes.  A las islas siempre se regresa, no importa el ir y venir entre fórmulas fallidas por el egoísmo de los poderosos. El regreso es importante para traer ideas que salven y sanen las viejas heridas para inventar nuevos modos de vida saludable y más productiva.

Mientras tanto, también me preparo con mucha ilusión para un breve viaje de placer y cultura a esta isla añorada desde mi infancia. Viaje que de seguro me cambiará la mirada, y, tal vez,  el corazón también. Iré. Llevaré mis tereques en la maleta. Compraré libros. Bailaré y pasearé, cámara en mano, para retratar mi visita en cada esquina posible, con el permiso de don Abelardo, de mi otra isla soñada.