Mamá mientras tengas vida…

Caribe Imaginado

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Comencé a perderte, sin darme cuenta, hace unos años. Tu edad mental fue poco a poco disminuyendo y a veces te veías como una adolescente en el espejo. ¡Y cómo te preocupabas por verte siempre hermosa!

De esos tiempos es “Mamá Mariposa”, un poema que publiqué en el 2011. Desde entonces, te me fuiste escapando lentamente y yo perdí a mi confidente, a mi consejera y amiga. A cuatro años de ese instante, yo quisiera ser el tiempo, el destiempo, la hoguera y el témpano… que mi cuerpo se desplazara en una cúpula de gelatina que te cubriera y  te mantuviera contenta como en un carrusel de feria con payasos que te hagan reír, columpios, peluches  y algodón rosado. Pero solo puedo sostener tu mano, escuchar atentamente tus balbuceos o tus palabras. Por eso puedo combatir  tus alucinaciones  con besos y atenciones, pues las medicinas te encaman totalmente y yo prefiero caminarte por tu casa aunque no vayas a ninguna parte; caminarte y bailar contigo brevemente un tango. Te ríes y me dices: “Loca”.  Asiento con mi cabeza y pienso que ojalá y no me suceda, ni le suceda a nadie; y te curarás tú y vivieras como tu madre doña Pepita, 91 añitos.

Ahora que ya sé lo que tienes y sé qué esperar, acepto que hayas empezado a olvidarte de quien soy; solo que, no estaba preparada cuando me preguntaste lo insólito: ¿quién eras tú, cómo te llamabas, dónde estabas, si tenías padres dónde estaban, y por qué estabas atrapada? Te confieso, mamá, que no fue fácil, que tuve que resumirte muchas historias, que de poco sirvieron  mis palabras, y tuve que abrazarte y quedarme contigo hasta que te durmieras.

Te conté que fuiste la primera niña de tus padres, mimada muy consentida. Tu nombre es como la semidiosa griega de las comunicaciones y que tus padres estaban de vacaciones y volverían pronto. Te conté que no estabas atrapada, sino acostada en una camita verde en un cuartito preparado especialmente para ti y que te cuidábamos con un amor inmenso como el mismo cielo.


A cuatro años de tu segunda adolescencia, ahora eres una bebé como de 3 o 4 añitos. Lloras sin poder decir por qué porque no te salen las palabras; y, si algo te pasa o haces, dices que no fuiste tú, sino la otra nena con la que juegas en tu mente. Tu carita es casi sin arrugas. Tu mirada y tu voz son dulces, amorosas y quien no te disfrute, no sabe lo que se pierde. Como los niños tienen un lenguaje propio, a veces, ese es tu lenguaje. Y lo bien que te llevas con los ellos…

Tu rara enfermedad es una que se tarda en ser diagnosticada porque se parece a muchas o porque es tan cruel que mejor es no saber que se tiene.  Es que comparte rasgos del Alzheimer, del Parkinson y de la demencia frontal lobar.  Como si el haber trabajado en un centro de salud mental, te hubiera hecho recoger todo el virus de la maldad humana. Hay mucho desconocimiento incluso entre los médicos sobre tu clase de demencia.  Por eso el tanteo horrible de medicinas que tuviste que pasar para nada, porque nada lo cura, dicen. Por eso el diagnóstico impreciso...  Te escribo todo esto porque siempre fuiste una mujer inteligente, trabajadora, honesta y muy fuerte; porque  te habría gustado saberlo y habrías tomado previsiones para que se cumplieran todos tus últimos deseos. Habrías dejado por escrito que no querías ser entubada porque lo considerabas un acto de inmensa crueldad contra la persona a la que se le extendía la agonía y es así que supuestamente has de morir. ¡Ojalá y no! Habrías dejado por escrito que querías ser cremada como la gente en la India, y tantas otras cosas que nos contaste.

El autor que escribió esa historia en la que un anciano rejuvenecía hasta desaparecer pudo haber conocido estos casos de la curiosa enfermedad de Lewy’s Body. Yo imagino que te has visto así, como Benjamín Button, en distintos escenarios que se desvanecían, y sin poder salirte de allí, por eso entiendo tus lágrimas y la lucha de tu mente por no dejarte ir y no querer dormir.

Por el tiempo que resta, nos toca a nosotros tus seres queridos (hijos, hermanas, sobrinos, amigos) hacerte sentir feliz en tu casa con los tuyos; darte tus gustitos con mesura; y atender todas tus necesidades, Mamá Bebé, mientras tengas vida.

Tal vez, haya una cura pronto, un experimento que sane. Tengo fe. O, tal vez, quien lea esto tenga un ser querido que esté entrando por la ruta del tiempo invertido, por el viaje a la semilla y, tú, le estás avisando.