Hipólito Miranda Díaz, el soldado nacionalista de Revolución del 30 de octubre

Caribe Hoy

En los años 50 el barrio Santana de Arecibo era una comunidad pobre, de asalariados, de obreros de la agricultura, de pequeños comerciantes de tiendas del fiao y algunos propietarios de fincas de tabaco y caña, como era mi abuelo paterno. Se vivía y se sobrevivía con lo poco que daba la tierra.  Se mitigaban las frustraciones y la miseria con juegos de azar y se mercadeaba, para cuadrar el bolsillo, con el contrabando del alucinante y folclórico ron pitorro.  En este barrio rural y de geografía alargada casi todo el mundo era familia.  Políticamente dividido entre populares y republicanos, los de Santana Arriba eran “blancos” racistas y muñocistas y los de Santana Abajo negros y anexionistas.  En el centro de ambos extremos  vivía la familia Díaz.  El padre de los Díaz era Don Ricardo Díaz Díaz, dueño de camiones y médium y Doña Leonides Díaz, ama de casa.

Es precisamente en este hogar donde aflora esa conciencia revolucionaria.  Se plantea la naturaleza colonial e indigna de nuestra relación con el imperio norteamericano y se comienza a conspirar de forma abierta, casi pública.  El barrio Santana era un semillero de nacionalistas.  Había soldados de fila, colaboradores o simplemente simpatizantes.

Hay que señalar que el templo espiritista fue sede, cuartel y altar; donde se hizo el compromiso moral y patriótico de los actos del 50.  Es en este contexto familiar y rural donde se desarrolla el combatiente Hipólito Miranda Díaz.  Polo era un joven pintor de brocha gorda.  Ese era su oficio.  Nos cuenta Dico que tenía una personalidad campechana y con un buen sentido del humor. Algo leyó Ricardo en aquel carácter;  que inmediatamente lo recluta como miembro del movimiento libertador.  En las prácticas de tiro demuestra buen manejo de las armas y una puntería certera.

El 30 de octubre del 1950 los nacionalistas se transportan en carro público hacia el pueblo de Arecibo.  Los planes que tenían fueron modificados por Tomás López de Victoria de forma inesperada.  Esto trastocó todo lo planificado.  Aquel mediodía, acrisolado y premonitorio, el grupo dirigido por Ismael Díaz Matos se acercó por la calle Ariosto Cruz, esquina  Ave. Juan Rosado.  El Comando ataca de forma sorpresiva y es ripostado.  La orden era atacar y replegarse.  Minutos más tarde, cuando se reúnen los combatientes, se dan cuenta que Hipólito no se encontraba.  Polo había decidido no retirarse y atacar con la pistola 45 del Capitán Ricardo Díaz.  La luz solar es rígida y filosa.  Polo avanza, dispara y respira hondo. Revisa el arma y está descargada.  Mira al cielo y una ráfaga gris le cruza el pensamiento.  Cae  frente al sol, luego de batirse a tiros con todo el cuartel.

Son las doce en el cenit del campanario.

Arecibo es un niño grande.  El aire”  un cristal roto.

Hipólito Miranda está en la calle cubierto de combate y osadía.”

Con la perspectiva histórica, que nos dan estos pasados 65 años, podemos calibrar el valor, la entrega y el total sacrificio de los miembros del Partido Nacionalista Puertorriqueño y en este caso en particular de Hipólito y sus compañeros.  Fue algo que no tuvo ni ha tenido parangón en nuestra historia.

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