Hablando malo

Crítica literaria
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Cada vez más los diálogos en las producciones audiovisuales gravitan alrededor del lenguaje soez de la misma manera que una persona sin necesidad se apoya de muletas para moverse. De hecho, se puede indagar que tal particularidad ya es práctica común en la ficción cinematográfica comercial y para disipar cualquier duda al respecto tan solo basta con señalar la película The Wolf of  Wall street (2013), sostenedora del récord Guinness por haber empleado palabras soeces la mayor cantidad de veces jamás registrada en una producción: 506 ocasiones. Es que en los últimos sesenta años el lenguaje coloquial, en sentido general y transnacional; ha sobrellevado una drástica metamorfosis atemperada en parte por la infusión e institución multidisciplinaria publicitaria. Las “malas” palabras, que en un entonces reciente eran abrumadoramente asociadas a incomodidad y tabú, ahora gozan mayor aceptación pues entremedio de la repetición tenaz se extravía el poder sugestivo y expande su gama significativa.

Consideremos por un momento el fenómeno nacional que circunda a la tan mítica y aludida palabra cabrón. Para la generación de los baby boomers la misma se limitaba a un uso ofensivo comúnmente descriptivo de alguien cuya pareja le era infiel como también de una persona o situación difícil. Sin embargo, hoy (aparte de mantener vigente la última de esas variaciones) conjuntamente puede representar algo bien aspectado, una manera de dirigirse hacia una amistad, de señalar a una persona cualquiera y hasta un sinónimo de picardía. Su evolución sociolingüística es como me declaró un colega baby boomer recientemente: “ahora todo el mundo es un cabrón”. Mas estimo que la fuente de la extrañeza para él como para muchos otros no es el mero carácter camaleónico que puede adoptar determinado vocablo sino cuán acelerado se les ha presentado este proceso.

En relación a producción audiovisual, el caso de la cadena televisiva estadounidense HBO sintetiza el punto porque ineludiblemente figura como uno de los máximos promotores del lenguaje obsceno durante estos últimos veinte años. Su programación original deposita tanto énfasis en las palabras soeces que parece rayar en lo obsesivo. Refiérase a The Soprano’s, The Wire, Girls, True detective, Boardwalk empire, Veep, Eastbound and down, Curb your enthusiasm o Lucky Louie, entre otros. La situación se ha exacerbado a tal grado que series como Deadwood y Rome (autoproclamadas fidedignas a sus respectivos tiempos y espacios) aplicaron dichos carentes de evidencia historiográfica a las épocas que aludían en miras a preservar a toda costa el sello distintivo de la marca que les guarecía.

Desde la década de los sesenta las películas comerciales han ido gradualmente incrementando la exposición a contenido que revele o sugiera palabrotas, violencia y sexo. Ahí el triangulo que conforma la mezcolanza conocida como la cierra ventas. Cuando un emisor plantea un mensaje integrado por algún elemento ya categorizado a modo de controvertible por unidades responsables del orden masivo, pellizca la curiosidad independientemente si el receptor concuerde, le halle ofensivo o no. La publicidad moderna se vale de esto y así pagamos por los senos de Demi Moore en Striptease (1996) o el pene de Michael Fassbender en Shame (2011), por el vocabulario picante que hace los chistes más graciosos o el drama más realista y por descubrir quien tiene más cría entre Bruce Lee y Chuck Norris.

Nuevamente resurge la primitiva noción de lo fuerte contra lo blandengue, la línea divisoria entre lo adulto y lo infantil. La periferia audiovisual ha designado un patrón que vincula el uso del lenguaje soez con calidad, seriedad, humorismo o lo constantemente inconstante llamado “cool”. Mediante semejante encerramiento expresivo se dan por sentado vagas implicaciones superficiales que derrotan su voluntad libertaria, especialmente cuando el fin es lucro. Y eso sí esta cabrón.

 

Crédito foto: Fernando de Sousa from Melbourne, Wikimedia Commons, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/deed.en)