Greta Garbo, aparta de mí esta nostalgia

Cine caribe

“El rostro de la Garbo

representa ese momento inestable en que el cine extrae belleza

existencial de una belleza esencial…”

 

Roland Barthes

El rostro de Greta Garbo, aquél rostro que aparta nostalgia. El rostro repetido de los resplandores arcanos, gustoso de misterio, belleza en demasía, el rostro adusto y a su vez suelto en la única carcajada que se le recuerda. Quizá la nostalgia y su estación seductora de niebla nos hace acercarnos ya perdidamente a ella; iconografía que se revela nueva al tapiz y volvemos a creer en la magia del cine, a pesar de George Lucas y su reino galáctico de imaginación superpoblada.

Verla-siempre-es ser robados por su signo y es que somos virtuosos en nuestra ingenuidad de ver un mito, tan cerca como en la sala de la casa, o la biblioteca, o el curso de cine donde en su historia, quedamos hechizados en aquella primera función de los Hermanos Lumiere. Verla, en el Siglo XXI, cuando hay otras divas relampagueando su cetro, su distinción, su abolengo congelado en la mediática, y ella, la Garbo, sin enseñar un muslo, parece ser hija y surtidora de una sensualidad a prueba del tiempo. Imagino a Norma Jean alias Marilyn Monroe y ella, Greta Garbo en un café de Sunset Boulevard; los cristales azulados, la hegemonía del perfume y su lenguaje corporal, la catarsis en ese choque de dos hembras consumadas, fastuosas en su imaginería; esas personalidades disímiles como dispararnos la metáfora sobre la gran gardenia y su arena de cristal; sobriedad, temple, estoicismo; la otra, chovinismo, el recuerdo de dolor de “Happy Birthday Mr. President” el mal amor a pesar de la belleza, el sueño de todos por verla feliz alguna vez, la hermosa incomprendida que todavía duele, la amiga fracturada de Montgomery Clift en aquel rodaje dispar de “’The Misfist” bajo las órdenes de John Huston.

Y así, esa llaga dulce de la imaginación enfrentando su historia, su conteo regresivo al chispazo de luz que nunca se aparta del espectador. Misterio y múltiples preguntas que jamás respondió, ella, La Greta Garbo. Inició su carrera artística como modelo publicitaria; primeras fotos que fueron mezclando colores a la leyenda que nos sigue persiguiendo hasta este siglo de Maripily’s estrepitosas de fama y alboroto.

Ella no necesitó eso; necesitó muy poco; el resto fue su pose, su seguridad, su aplomo, su versículo de embrujo instantáneo, el provocar que la cámara se rindiese a ella sin condiciones o cláusulas. Su primer papel protagonista lo obtuvo en la película de 1924 “Gösta Berlings saga”, bajo la dirección de Mauritz Stiller.

El cine mudo flagelado de peldaños mágicos; Mary Pickford, Douglas Fairbanks, Charles Chaplin irrenunciable en sus días de “Charlot” o su contraparte Buster Keaton “The General”; aquél maquinista del tren, con su rostro de madera imperturbable, su cría para hacer las catapultas, como si fuese un superdotado a prueba de todo lo imaginable; Rodolfo Valentino y su rostro de olivo y cera fundidos, amasado astro, malogrado astro, cuya muerte precoz casi suicida al mundo; y ella, perenne, en su naturaleza de cosa hermética, retadora, invencible. Luego, para la Metro Goldwyn-Mayer vinieron filmes como “Flesh and the Devil”, “Love”, “The Divine Woman” y “A Woman of Affairs” Filmó veinticuatro películas y se le atribuyó el apelativo de “la mujer que no ríe” ¿No reír? ¿Privilegio, desventaja, adulación? Lo contrario sería no aceptarla, y es un riesgo de no gozarnos lo mejor de las leyendas en un cine actual parido por efectos especiales, y chuletones plásticos. Llega el cine sonoro y con él, el miedo a perder el encanto, fueron varias las luminarias que se esfumaron ante el monstruo del sonido entre ellas su galán co-protagonista, el lustroso John Gilbert; con él, rodó tres películas casi consecutivas de gran éxito.

El amor abrió sus abanicos, y bajo buen idilio decidieron casarse, pero Garbo-indescifrable- no se presentó a la boda y Gilbert terminó ese día peleándose con el productor Louis B. Mayer, que se había reído de ella. El amor siguió su curso, de una manera u otra; Garbo y Gilbert siguieron trabajando juntos y cuando él ya vivía su declive como estrella, ella le recuperó para un papel en “La reina Cristina de Suecia” John Gilbert, entonces, dejaba su voz grabada sin las trampas del olvido.

Ninotchka (1939) dirigida por Ernst Lubitsch película que la llevó a su cuarta nominación al Óscar a la mejor actriz; allí en esa escena repartida entre la iluminación, el ángulo exacto de la cámara, la dirección escénica que Lubitsch hizo capaz al recuerdo y a la historia, Greta Garbo…¡RÍE!…así la desplazaron casi todos los diarios al día siguiente, como si todo se detuviera y ella, transeúnte atrevida, bella e insolente, mereciera toda la atención, solo por reírse, y no fue una risa corta, o una risa acartonada, reducida al mordisco del guion; fue una risa que hasta han cronometrado a cerca de 3 segundos, lo suficiente para gobernar en los cronistas y las Marion Davis de la época dedicarle columnas enteras. Fue, pienso ahora, una manera de asaltarnos con su gracia, su fantasía, su versatilidad aún fuera de marcos definidos.

Safo también, acercó su rostro a la diva. Hablaron de Dolores del Río y de la escritora Mercedes de Acosta, con quien mantuvo 28 años de amistad y abundante correspondencia; hablaron de Marlene Dietrich a quien supuestamente no conocía hasta que las presentó Orson Welles en 1945; hablaron de que habían trabajado juntas en una película muda, muy jóvenes ambas, y que tuvieron una breve relación amorosa. Volvieron a decir, que, Greta Garbo se sintió maltratada y burlada por Marlene, y que al hacerse famosas optaron por evitarse y negar todo contacto. Rumores que nunca se confirmaron o desmintieron, y que, a la larga sólo acrecentaron su leyenda, convirtiéndola en uno de los más grandes mitos del Cine.

Se retiró de la pantalla en el año 1941 con su último gran filme “Two Face Woman” No regresó, ni siquiera a recoger su Oscar Honorario en 1954 otorgado gracias a una gran trayectoria cinematográfica. No regresó a usar su propia leyenda, a gozarse de nuevas ofertas millonarias, o un poco más. No regresó a la ambición de algún periodista joven, cronista de espectáculo a decirnos lo que pensaba de la nueva cinematografía, de los actores o la nueva camerata de divas o chicos bellos y sus cenáculos servidos en las redes sociales. Y lo mejor fue que siguió existiendo, con la misma intensidad desde la reclusión en su apartamento de Central Park, Nueva York; las fotos de una Greta a cuestas con su longevidad, su manta negra sobre el cabello, sus gafas grandes, oscuras, polarizadas con el enigma, su caminar delgado y sincronizado, el deseo de aquél o aquella paparazzi dispuestos a perder el alma por acercarse a ella.

Yo, en esa adolescencia amaestrada por Fitzgerald, René Marqués, Buck, Lorca, Jacinto Benavente, o un apartado José Ortega y Gasset, me topaba con revistas de farándula y esa primerísima plana de una señora espigada caminando por una calle trasversal, con el rostro delicadamente inclinado, dominando al mundo para que el mundo no se le acercara, bellísima aún, y en su titular “Últimas fotos de La Garbo cerca de Central Park al salir de su residencia” y mi pregunta de siempre, ¿quién es esta mujer?

Y entonces vi, “Anna Karenina” después también la seguí, película tras película, sin estuches, sin intermediarios, en un diálogo entre la fascinación y el silencio, como ella, cuando en su abordaje por los mitos hizo del silencio un imperio de luz que todavía nos consume.

Pero, ¿realmente se retiró?