La crianza de cuervos 3

Caribe Imaginado

Hilda S. mira por la ventana como quien desea creer en los milagros, pero sin tener fe. Las sombras que golpean las cortinas, le traen recuerdos y perfumes florales. Fue enfermera del antiguo régimen nazi y de allí salieron todos sus conocimientos en el arte de formar una familia fuerte y bien alimentada. Ya cumplió 91 años y está muy orgullosa de vivir en su casa, a pesar de sus condiciones de salud y de su estoico apego a su soledad, pues los hijos viven lejos y su esposo, por más de 50 años, murió repentinamente. Así, se fue como un pajarito y me dejó sola, murmuraba.

En este momento de su vida, la visita una enfermera joven que tiene el mismo apellido del difunto esposo y que la atiende tres días a la semana. Ella ya usa un andador recomendado por los médicos que la operaron para colocarle un marcapasos cuando por poco se muere meses después de la partida de su amado Karl. ¿Por qué no me dejaron morir?, se preguntaba. Los niños no están, aun el que más depende de ella económicamente hoy día. Mientras era pequeño, recordaba, era muy brillante en la escuela: un joven con altos honores que asistiría a la mejor universidad de Múnich.

Tantas esperanzas puestas en él y la extrema condescendencia paternal y su atolondrado comportamiento académico lo llevaron a ser un estudiante eterno, pleno de conocimientos, pero sin un diploma y, por lo tanto, sin trabajo. El hijo predilecto vive aún de su pensión, con la que, a su vez, sostiene a sus hijos; pero ella, la abuela, no cabe en la casa de la familia nueva. Ella misma se dio cuenta; llamó a un servicio de taxis un día y le pidió que la ayudaran con la pequeña mudanza.

Su otro hijo vive muy lejos; pero la llama todos los días y, todos los días de fiesta, la visita. A ella, no le quedaba duda de que, ese, se iría lejos, porque desde niño fue todo un rebelde, respondón y malcriado que, para colmo, se casó con una caribeña negra. Y como toda buena madre, hizo lo indecible para separarlos. Luego, se juntó brevemente con una alemana del otro lado del muro y le dio su primera nieta que a ella no le gustaba, pero a su esposo sí.

Tal vez, se equivocó, pensaba, en las culturas de esos países, los más subdesarrollados, la familia cuida a sus viejos. Mientras, por la ventana, la interrumpe el aroma de las flores que Karl le traía desde que se hicieron novios todos los días. ̶ ¿Los niños, dónde están mis niños?, se pregunta. Y una casi lágrima baja por su rostro con la fe ya perdida.

Crédito foto: Lois Orosa, www.flickr.com, bajo licencia de Flickr.com (https://www.flickr.com/photos/loisorosa/2593086659/in/photolist)