Paseo con Leo 48: La casa es del tamaño del mundo (Borges)

Caribe Imaginado

La muerte de mami

Su voz

La mirada de Leo

Un tantito a la nana, él mira la cama vacía, uno dos tres al cuarto segundo se va del lugar. Esa mirada supo que no la volvería a ver más. Mi hija y yo fuimos testigos.

Desde hace un tiempo estoy detrás de esa mirada, me dedico a su mirada. He dejado de ser excepto en su mirada.

Los gatos en la puerta del hospital.

Alguien dijo, son los gatos del hospital.

Los personajes que aparecieron a poco tiempo de ella morir muy bien pueden ser producto de mi fantasía.

La muerte es tan irreal que colorea todo a su alrededor con el color del no puede ser.

Aquellos gatos, Marilyn Vicens con su cabeza cubierta como una maga, y hace su magia con las manos, hace real el atardecer, miré y comenzaba a oscurecer. Una vez estuvo en mi casa. Las velas se conmocionaron. Por poco se quema la sala.

Esta historia tiene que comenzar. No puedo desligarme de su mirada. Insiste en estar en la mía.

Ahora caminamos hacia un parque abierto que mira hacia el mar. Subiendo por la pequeña calle por donde vivimos, se ha instalado una pareja de homeless. Nunca los había visto. Al costado de uno de los edificios de vivienda más caros del Condado, ellos extienden una manta y colocan un matre inflado. Se acurrucan como dos niños buenos, cubren entero sus cuerpos y se duermen. El guardia de seguridad del condominio caro y que vigila la salida de los autos caros, también los vigila con doble intensión. Los he visto inflar y desinflar el colchón.

Pero ahora voy con el niño. Hi Lio… you are going to walk on the grass, great job, see you when you come back. Bye bye Lili. Bye bye. Y mi pequeño levanta la mano con el gesto del adiós. Otros días los vemos frente a unos de los hoteles de 5 estrellas que quedan en la avenida. Tienen un envase plástico con algunas monedas y pocos billetes. Yo nunca doy dinero. Pero si alguien tiene hambre, compro una libra de pan y la obsequio.

Regresábamos el niño y yo de desayunar. Me dije, qué quisiera yo comer si tuviera mucha hambre. Y pensé en un bollo de pan caliente, recién horneado. Salimos, pan en mano, satisfecha. Nos topamos con nuestros nuevos amigos y les extendí el pan que ardía todavía en mi mano. No Thank You. Come on, take the bread, its the best in the area, just baked. No, Thanks. Look, we have enough bread and cheese, and beans, and lots of fruits. We don’t need more bread. Mi Mirada se deslizó al pote de dinero. No supe qué hacer. Entonces les pregunté que de dónde vanían. No querían hablar mucho. Pero el niño habló su jeringona. Y Lili le siguió. From The United States, respondió Terry, un tipo callado, de aspecto tranquilo, muy delgado.

Semanas han pasado de ese acontecimiento. Lili y Terry nos hablan cuando pasamos. Muchas veces la oigo cantar al son de la música de su celular. A su lado dos maletas con rueditas y algunos bultos con sus mantas. A veces no los veo al costado del edificio caro. Pero después de dos o tres días, vuelven a instalarse ahí.

Una mañana la escuché cantar en otro idioma. Parecía francés. Cerraba los ojos. Terry dormía todavía, acurrucado entre las frisas. Ella se contorsionaba feliz, y cantaba. Sería algún idioma africano. Su tez negra y profunda. Él, un poco más claro. Dicen por el barrio que andaban de vacaciones y se les acabó el dinero para el pasaje de regreso. Se duchan en los baños de los hoteles de cinco estrellas. Son una pareja apacible. Saludan a mi niño por su nombre… Lio, le dicen. A mí me ignoran un poco. Y yo no deseo molestarlos. Me requedo cerca de ellos, hago guiños con el niño, les digo adiós, los dos hacemos ese gesto con las manos.

Adentro la tristeza de no poder visitar a mi madre. Una parte de mí murió con ella. Extinguir cualquier página que intente un poema. La poesía se nos va de los dedos cuando el dolor hace que ni puedas llorar.

Cuando la madre muere, una parte de una también muere.

Entonces Lili y Terry, sin nada que ofrecer, solo existiendo en el “fácil” modo de vivir estando bajo mi mismo cielo, esta brisa fría de nuestro invierno caribeño, ese mar, magnífico monstruo acuático que ruge en las noches, sonríen sin esperar nada a cambio.

Y me sucede como con las presencias la tarde en que murió mi madre, cuando Marilyn apareció con un manto en la cabeza, me digo, será verdad que la vi, será verdad que Lili y Terry están allí, abajo, durmiendo al costado del edificio más caro de la ciudad, será verdad aquellos gatos guardianes bajo la puerta abierta del hospital, será verdad que la vi, orejas tibias, la toqué, piernas sedosas y quietas, hermosa como las reinas que dejan en herencia sus joyas más preciadas.