La crianza de cuervos 5: la memoria de la soledad

Caribe Imaginado

Pura tenía recuerdos vívidos desde que era muy niña. El dominio del lenguaje venía con una capacidad de escuchar mayor al de otras personas. Como era siempre muy reservada, y sus padres solo la recogían por las tardes, no se dieron cuenta de ello. Esa mañana de febrero, recuerda, después del día de la Candelaria, sería uno de esos momentos imborrables en su vida.

“Móntate en el carro”, fueron las palabras del padre esa mañana sabatina. La madre no quería dejarle llevar al hermanito de apenas dos años, pero él había traído a su mamá, a la abuela, para que lo cuidara. La madre de Pura no estaba invitada a la actividad.

Durante el camino todo fue silencio. Iban subiendo curvas, mirando los animales en los valles del camino. Este día no hubo comparaciones de las vacas con los familiares, como solían hacer cada vez que viajaban en familia, sino una tensión sospechosa. Y Pura no paraba de sentirse tan enojada como su madre, por más dulces que le dieron para el camino.

Después de unas horas, llegaron a una linda casa en el campo donde había una gran fiesta. Una casita humilde de esas que tienen cortinas blancas transparentes en las entradas de los dormitorios; las camas, mosquiteros colgados de sus pilares; y, sillas de madera y mimbre en la sala y el balcón.

Todos subieron los tres grandes escalones de cemento de aquella casa de madera pintada de azul y verde. El padre los presentó rápidamente a la familia de la casa, y los abrazaron como si fueran parte de ella. El padre les pidió que se fueran a jugar al patio con otros niños que por allí había; pero Pura estaba mareada por las curvas, y en un momento en que nadie la miraba, se escabulló furtivamente. Se metió, en el que resultó ser el cuarto de la jovencita de la casa, a descansar debajo de su cama para no ser molestada. Sin embargo, en unos minutos, todo era algarabía y vítores por un tal Juanito y una tal Haydée.

Mientras Pura pensaba que su papá se llamaba Juan, su descanso fue interrumpido. De repente, entran al cuarto de la joven hija, ella y sus amigas; y, todas caen estrepitosamente en la cama. Pura temía que el colchón se le cayera encima. “Miren qué belleza de diamante me ha regalado, mi novio Juanito.” Entonces, la pregunta obligada surge de boca de una de las amigas: “¿Cuándo es la boda?”. “Me casó con Juan Rosario el 14 de febrero del año que viene”. “Y, ¿ya se han besado de verdad, como en las películas mexicanas?” “Shhh, cállate, que me vas a echar a perder la fiesta.” “Cuéntanos, sí, no seas mala.” “Pues, en voz baja, acérquense más. Besa tan apasionadamente mi boca, mi cuello, mis… que no sé si me aguante hasta la boda.” Y todas rieron a carcajadas, menos Pura.

Hablaban sin duda de su padre, pero ¿cómo se iba a casar si ya estaba casado, ¿cómo le iba a hacer eso a su madre, a sus hijos, a ella? Sus intenciones, no eran buenas, pero por qué llevarlos, por qué la complicidad de la abuela. Pura se sentía cada vez peor, quería hablarle, decirle, contarle, gritarle que no, que eso no era posible; pero para su mala suerte, los dulces, las curvas del viaje en auto y el notición, del compromiso de “Juanito”, le provocaron salir corriendo para vomitar y llorar, y, vomitar aún más en el balcón. Tanto, que Juanito, su padre, la regañó por estropearle la fiesta. Mientras la noviecita trataba de ayudarla, el vómito le ensuciaba su blanco vestido de estopilla y encajes virginales. Pura la miraba con una rabia y a él, a su padre Juan, como se mira a los traidores. De regreso y deshidratada, quiso contárselo a su madre, pero se quedó dormida con algo que le dio su abuela, para calmarla.

Al otro día, la cuñada de su padre, la esposa del hermano, fue a contarle primero a la madre de Pura, con lujo de detalles, todo lo ocurrido; y, luego, a la familia de la novia con la que tenía un parentesco lejano que la obligaba a ser honesta con ellos. Pura recuerda que escuchaba el llanto pequeño de su madre desde que caminaba de la escuela a la casa, por largos días.

Su nombre, el nombre de Juan, fue erradicado de las lenguas de esa casa, y él, amenazado de muerte si volvía a acercarse a la jovencita o visitar el barrio de Ciales donde vivía la familia de la joven. La sortija de compromiso, comprada con los ahorros de ambos padres, jamás fue devuelta. Poca indemnización por la deshonra de una adolescente. A los pocos días del suceso, sonó el teléfono. La madre recibía una disculpa oficial de parte de los padres de la joven engañada. Desde entonces, Pura trataba de que su padre se comportara en la casa con su madre.

Con el pasar de los años, se hizo una profesional independiente y exitosa, que sufriría historias de amor tan dolorosas como las que su padre protagonizó como victimario. Nunca tuvo un novio, ni boda, ni hijos. Solo amantes pasajeros que llegaban a ella como enviados por todas las maldiciones que su padre había generado en su vida donjuanesca.

Hoy, con el diario de todos esos cuentos en sus manos, Pura recuerda el inicio de su soledad, en la espera de que la vayan a recoger para llevarla al asilo, al lugar de muchas otras soledades y de muchos otros olvidos.

Crédito foto: Ricardo Mangual Photography, flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/)