Compasión compartida: la pérdida de la madre

Voces Emergentes

altEsta semana Facebook me recordó que mi mamá tuvo cáncer terminal. No que necesitara que me lo recordaran. Hace un año el médico no le pudo decir que no era posible remover su páncreas. Cuando comenzaron la operación, estaba muy avanzada su enfermedad. El médico llorando me dijo que mi madre se iba a morir en los próximos meses y él no tenía la fuerza para decírselo.

Cuando llamaron que tenía que hablar el medico conmigo, yo sabía que estaba pasando. La enfermera me dijo que fuera positiva, pero yo sabía. Me senté en el banquito del patio del hospital, sentía que me iba a ahogar en mi pena. Consideré que mejor me podía morir yo.


El médico le había tomado cariño como paciente y ella tenía deseos de vivir, así que él no podía decirle que se iba a morir. Me dejó a mí, la nefasta noticia. Lo tenía que hacer yo, que siempre estoy cargo. A ella, que era brillante, no le tomó por sorpresa. Sabía que la operación de 9 horas no se la habían hecho, así que conocía lo que estaba pasando. Además, que nos estaban enviando a la casa luego que estábamos preparadas para una estadía allí de más de una semana.

Me dijo “Groupie, I came here for a good time, not for a long time” (familia, vine aquí para pasar un buen tiempo, no para un tiempo prolongado). Tomó todas las fuerzas de mi ser no tirarme en el piso a llorar, pero he aprendido en las tragedias a ser fuerte y práctica. Me dieron el menú sofisticado de hospital cinco estrellas, me encargué de que le trajeran comida. Quería evitar se alterará, porque tenía hambre. Como decía ella que nos ponemos “hangry”.

Luego nos movieron a la sala de espera para que se estabilizara. Le tomé la mano, me miró y se sonrió conmigo como si todo iba a estar bien.  Hablamos con la enfermera de Puerto Rico y sus bellezas, le contamos lo que le pasó a mami. La hicimos reír mientras le limpiaba las heridas de la operación fallida y le quitaba el suero. La hicimos reír y nos reímos nosotras porque mi madre era fiel creyente que, si encontrabas mantener tu sentido del humor en una situación mala, habías ganado. Además, que disfrutábamos hacernos reír. Como diría mi hermano, nuestra familia tiene un humor negro, pero nos reímos a menudo.

Algo en mi corazón me había dicho desde que comenzó la mañana que ese día sería tan negativo como lo fue, pero, aunque el corazón es honesto con uno siempre, encontramos maneras de ignorarlo. Mi madre mantuvo la calma en todo momento. Fue un sacrificio de compasión que tuvimos una por la otra, ella mantuvo la calma por mí, yo la mantuve por ella.  Ella se estaba muriendo cuando era su intención vivir, a mí se me estaba muriendo la madre.

Desde mayo del año anterior cuando la diagnosticaron, habíamos tenido todas las conversaciones de manejar su partida y sus deseos.

Empujé la silla de rueda, busqué el carro y conduje de vuelta a la casa.  Es curioso porque muchas personas no tienen problema siendo ayudados por desconocidos. Mi madre no quería que nadie conocido discutiera con ella su enfermedad o su inminente muerte.

Recuerdo un día que llorando me dijo que tenía mucha pena que me dejaría sola. Le dije que eso no era así, que mucha gente me amaba. Mis amistades con mucho cariño le escribieron emails a mi madre diciéndole que no estaba sola. Su reacción, aunque muchos de ellos, ella les tenía cariño, “Groupie no entiendo porque le dijiste a la gente que estoy enferma”.

Una parte de mí sintió ese día que traicioné a mi madre. Peco por ser optimista y le vendí la idea que, como Mandela en los sesentas, ella pasaría esta prueba y tendría una vida buena, aunque fuera sin páncreas. Ahora con ese mismo optimismo le tuve que decir que se moría antes que el resto.

Mi madre terca, hasta el final, decidió que debíamos ver al oncólogo para ver otras alternativas. Nos sentamos con él, dijo que como mucho le quedaban tres meses, que si quería podía tomar más quimio.

Nos dejó un momento para que lo discutiéramos. Ella me dejó la decisión a mí. Me dijo “esto de ser un adulto, nunca me ha encantado y tú eres mejor adulto que yo”. Le expliqué que no valía la pena que sufriera más quimioterapia, que ya era momento de dejar de luchar por lo que no podíamos cambiar.

Llegué a la casa luego de la visita al oncólogo e hice lo que puedo hacer cuando algo me duele, organizo. Recogí la ropa que le íbamos a donar a un hogar, buscamos hospicios y tratamos de ser lo más normal que se puede dentro de una situación así. Discutimos los asuntos que mi madre entendían eran dignos. Quería que la pusiera en un hogar para personas que están terminales. Era para ella la mejor alternativa. Además, había vivido su vida siendo una mujer independiente y ni la muerte se iba a meter con su independencia.

Por amor fingimos ambas, ella que no estaba aterrada que se iba a morir y yo que no me quería morir con ella. Nos acostamos acurrucadas a ver películas y series.

Ahora estoy en muchas conversaciones de sobrevivientes. La gente me quiere hablar de su dolor porque compartí el mío en El Post Antillano. Escucho las historias, con honestidad me encanta la compasión que podemos tener unos con otros, los huérfanos del mundo. Aunque solidarios, que mal grupo para pertenecer.

Hasta mi padre y yo hemos hecho una conexión extraña en la desdicha. El entiende que de todos sus hijos soy la única que puede entender cómo se siente ser huérfano y nos unimos en nuestra perdida. Piensa que ahora que no tengo madre, lo único que tengo es a él. Le agradezco la compasión.

El otro día estaba en el supermercado, una hija le hacia la compra a su madre, juntas. Como hacia yo. Me sorprendió la realización que no tengo madre. Se refrescó el hueco que tengo en el pecho.

Otro día me dieron una buena noticia para mi carrera de escritora. Me senté en el carro en silencio, no sabía a quién llamar. Mi primera llamada hubiese sido a mi madre, ahora no tenía madre. Lo publiqué en Facebook y llamé a mi titi que es mi madrina, por eso de sentirme normal.

Si hay algo que he aprendido en este duelo es a ser compasiva conmigo y con mi profundo dolor. También a no encerrarme, mucha gente me ama. Soy dichosa, tengo mucho apoyo y amor. El amor se toma de donde quiera que venga.Se agradece.

Tuve una conversación muy bonita con un amigo. Le pregunté cuando deja de doler. Me contestó que nunca. Creo es la conversación mejor que he tenido del tema. Alguien me tenía que decir que me iba a doler para siempre.

Cuando tuve un tumor cerebral, un cirujano muy compasivo me dijo lo que 28 médicos antes no me habían dicho. Le pregunté,” doctor cuando mi cuerpo se va a sentir como mi cuerpo de nuevo”. El Doctor me dijo, “solo aprenda que su normal, es un nuevo normal”.

No tener madre es un nuevo normal que tengo la dicha de compartir con mucha gente compasiva. Tengo que recordarme a mí misma alguna cosa que diría mi madre que era mi gurú favorito. Diría “Groupie, el amor ni se crea ni se destruye, solo habita en otros lugares”.

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