Cuba y los EE.UU. y el difícil camino de la normalización

Voces Emergentes

altUna semana después de la visita a Cuba del presidente estadounidense, Barack Obama, el proceso hacia la normalización de las relaciones bilaterales sigue tornándose tan complejo como cuando fue anunciada la decisión de su inicio en 2014.

Ese año, el 17 de diciembre, Obama y el presidente cubano Raúl Castro anunciaron la voluntad conjunta de emprender el camino hacia el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y su posterior normalización.

El anuncio, luego de más de medio siglo definido por una política de hostilidad y aislamiento de Washington hacia La Habana, fue acogido con beneplácito por la comunidad internacional y la mayor parte del pueblo estadounidense, que ciertamente, como dijo el jefe de la Casa Blanca en su estancia habanera, tiene mucho en común con el de Cuba.

Tras varias rondas de negociaciones, los nexos diplomáticos quedaron restablecidos el 20 de julio de 2015, cuando las secciones de intereses de las dos naciones en las respectivas capitales, que operaban desde 1977, fueron convertidas en embajadas.

Con respecto a la consecución de relaciones normales, la administración de Obama ha lanzado paquetes de medidas que flexibilizan el bloqueo económico, comercial y financiero contra la mayor de las Antillas, aunque gran parte de este sigue en pie y constituye el principal escollo identificado por Cuba para el logro de dicho objetivo.

Durante su histórica visita de 48 horas (20-22 marzo) el mandatario estadounidense confirmó la necesidad de poner fin al mal llamado embargo (bloqueo), decisión que solo puede ser totalmente aprobada por el Congreso de su país.

No obstante, tal y como ha hecho hasta ahora, mediante el uso de sus prerrogativas ejecutivas puede adoptar nuevas medidas que vaciarían de contenido el bloqueo, parte de una política por la cual Estados Unidos adeuda a Cuba indemnizaciones ocasionadas por daños que ascienden a cuantiosos millones de dólares.

Su persistencia, la falta de intención de Estados Unidos de devolver el territorio que ocupa ilegalmente la Base Naval en Guantánamo, y otras divergencias en materia política y de ordenamiento social, son graves obstáculos que atentan contra una rápida normalización de relaciones entre los dos países.

Asimismo, la imperceptibilidad de algún intento por parte de Washington de abandonar su injerencia en los asuntos internos de Cuba, dificultan la realización de pronósticos optimistas, al menos en el corto plazo.

Más allá de mensajes trasladados por Obama en su discurso a la sociedad civil cubana en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, como que Estados Unidos no tiene la intención de imponer cambios en Cuba y que estos dependen del pueblo cubano, la realidad inmediata descubre otros objetivos muy distintos.

Las transmisiones televisivas y radiales que de forma ilegal el gobierno norteamericano ha instrumentado y financiado durante años contra la isla caribeña persisten, así como el financiamiento con 20 millones anuales a la denominada disidencia política, cuyos integrantes son vistos por el pueblo cubano como mercenarios al servicio de una potencia extranjera.

Asimismo, proyectos específicos destinados a socavar o influir en el orden sociopolítico cubano siguen emergiendo, ahora insertados en el contexto del mejoramiento de las relaciones bilaterales.

Un ejemplo llegó tan sólo tres jornadas después de que Obama partiese de Cuba.

Ese día el Departamento de Estado anunció un programa de orientación de prácticas comunitarias por valor de más de 750 mil dólares, para supuestamente educar a "jóvenes líderes emergentes de la sociedad civil cubana".

En su anuncio, la instancia gubernamental desestimó las organizaciones civiles y no gubernamentales de la isla, las que, dijo, no están bien establecidas ni son las normales de una sociedad con una fuerte tradición democrática.

Por ello, el programa busca que los participantes desarrollen habilidades y herramientas de liderazgo para "administrar y hacer crecer las organizaciones de la sociedad civil que apoyarán activamente los principios democráticos en Cuba".

Tales calificativos y propósitos, que desconocen el ordenamiento social escogido por el pueblo cubano en el proceso revolucionario que inició en 1959, y buscan influenciarlo bajo estándares e intereses estadounidenses, no contribuyen a la percepción de que las relaciones Cuba-EE.UU. puedan llegar a tener una normalidad plena.

Para el joven historiador cubano Elier Ramírez, la visita de Obama y los nuevos escenarios que de ella puedan entreverse no son más que consecuentes con el diseño de la nueva política de Washington hacia La Habana, anunciada en diciembre de 2014.

En su opinión, todo denota un ajuste táctico profundo, mas no una modificación en los objetivos estratégicos de cambio de régimen.

Con este nuevo enfoque de política se pretende compaginar los intereses específicos que Estados Unidos persigue en Cuba, con los que tiene hacia América Latina y el mundo, dice Ramírez en un artículo publicado en el diario Juventud Rebelde.

Mediante esa estrategia, según analiza, se busca recuperar el liderazgo en la región latinoamericana para enfrentar el desafío que para su hegemonía a nivel global representan China y Rusia.

Desde que aceptase inmiscuirse en un proceso hacia la normalización con Estados Unidos, Cuba ha estado consciente de que las intenciones de este no han variado.

Su postura, manifestada por su presidente Raúl Castro, es la de aceptar el reto de una convivencia civilizada que beneficie a ambos países.

Su posibilidad es real, tal y como demuestran los acuerdos logrados por las partes tan solo un año después del mediáticamente denominado "17-D".

Entre esos acuerdos destacan la reanudación del servicio postal directo, el acuerdo para restablecer vuelos regulares, y la firma de memorandos de entendimiento sobre protección ambiental, navegación marítima y agricultura.

Además, según informaron Obama y Raúl Castro en la conferencia de prensa que ofrecieron conjuntamente el 21 de marzo, resultan relevantes los convenios que se negocian en materia de salud, enfrentamiento al narcotráfico, seguridad del comercio y de los viajeros, así como el trabajo que despliegan empresas cubanas y estadounidenses para identificar e implementar posibles operaciones comerciales.

Los nuevos matices de las relaciones Cuba-EE.UU., derivados de la estancia de un presidente estadounidense en funciones en La Habana por primera vez en 88 años, vaticinan que la mencionada convivencia civilizada o un modus vivendi pacífico son alcanzables, amén de notables diferencias entre ambos países, que de seguro persistirán.