El regreso de Enoc y sus recuerdos del futuro

Caribe Imaginado

[…]Soy lo que me enseño mi padre,

el que no quiere a su patria no quiere a su madre.

Soy América latina,

un pueblo sin piernas pero que camina[…]

Rene Pérez

Después de haber vagado durante una década por la ciudad de San Juan en Puerto Rico, Enoc decidió regresar a su país de origen, Guatemala. Desde la noche anterior a su viaje las despedidas fueron entrelazadas con amor, y alcohol entre vidas conocidas y amistades recientemente encontradas. La noche en que se despedía de la isla, una amalgama de sensaciones recorría su adolorido cuerpo. Su dolor era físico, su alma estaba plena de felicidad. La flotante isla le había quebrado los dos pies; pero no había detenido su alma inquieta. Las canciones que acompañaba con una guitarra mal trecha; eran repetidas al ritmo del rock, hasta llegar a delicadas baladas, que danzaban en las voces de los allí presentes. El aprovechaba para vomitarlas en susurros, en la boca de su amada; profiriéndole un hálito de vida para llevar. Le cantaba aquella del grupo Rata Blanca: (en fin, eso eran ambos, un par de ratas blancas, que las alcantarillas no habían podido manchar.)

[..]Voy, voy regresando hacia mi hogar

La noche está llegando

Y el ruido del tren me adormeció

Hoy igual que un perro trabajé

Para llevar a casa

Algo de dinero y el dolor

De la dura ciudad

De ti beberé un poco de paz

Es todo tan veloz, ven por favor

Ángel, ella es un ángel

Tiene la llave que devuelve la ilusión

Dame, dame un instante

Te necesita mi cansado corazón[..]

A la mañana siguiente tomó el esperado vuelo a la ciudad de Atlanta, en Estados Unidos de Norteamérica

-Nosotros los mortales, siempre debemos hacer escala en el territorio de los grandes dioses del olimpo, para ser revisados y poder entrar a nuestras tierras.

Se dijo así mismo, en un acto de autoflagelación. Tenía claro que, aunque de padres guatemaltecos, y nacido en los Estados Unidos; estaba marcado como residente de ninguna parte. Su vuelo se encontraba retrasado por una tormenta. Su vida también. Decidido y con el aliciente de poder abrazar a su Chiich (abuela en lengua Maya), aquella gran mujer cuyo rostro flotaba en las memorias de su niñez, en el Lago Izabal. La Sierra Madre y su na’ (mamá en Maya) lo llamaban también. Tres fuertes figuras femeninas que lo hacían regresar, a sentir el abrigo de sus regazos; como sintió algún día el rescoldo del calor, de las montañas de su Sierra amada. Allí lo esperaba el fuego de Acatenango.

Al llegar decidió hacerlo como si nunca hubiese partido, sabía que para su Chiich y su na’ había sido así. Entró caminando a por la puerta principal que conducía al salón de la casa, en donde vivió su niñez. Un pequeño jardín, que su madre había plantado, le habría paso. La naturaleza se ocupaba de darle la bienvenida. No tuvo que llamar, su madre lo presintió y corrió a darle un amoroso abrazo de bienvenida. Lo acompañó al cuarto, donde su abuela acostada lo miró como quien observa una aparición celestial. Besó a la anciana. En ese instante rodeado de tanto amor, alzo su vista para toparse con un viejo reloj, en el cual el tiempo se había detenido desde su partida; eran ya diez años. Fue entonces cuando decidió recordar el futuro; tomó el teléfono y llamó a Puerto Rico, haciendo la promesa de que regresaría muy pronto.