Tríptico: Puerto Rico, Brasil y Argentina (2016)

Caribe Imaginado

alt… kakós que significa vil, bajo, innoble, vulgar…

La kakocracia es la culminación de la

democracia moderna y, en cuanto tal,

puede también definirse como

la gestión política de la miseria

psicológica de las masas.

Francisco José Ramos

I

Cuando los trompistas gritan a coro durante las primarias presidenciales, que encierren a Hillary, también conocida, fuera del trompismo neofascista, como Killary (la matona; asesina, demasiado matadora; ojo: el clintonismo da cáncer, ¡vacúnate!), las placas tectónicas del neoliberalismo transatlántico tiemblan.

¡Que la metan presa!, dicen, obnubilados por el magnate de mal gusto, Donald, el infantilizado que exacerba a las turbas republicanas.

¡Que el estado la parta en dos y le saque la mierda!

Blancos anglosajones protestantes, precarizados por la desindustrialización de Los Estados Unidos de la Amnesia, como decía Gore Vidal; los trompistas crujen y embisten. El racismo y el machismo salivan y agreden; la xenofobia patea y escupe alrededor del nacionalismo juvenil del septuagenario.

Solazándose en su alevosía, le piden al Padre que desate toda su fuerza contra la que consideran una aliada incondicional del negro (Obama, neoliberal hasta la médula).

La realidad bascula. El derechismo gringo es patético. Pus. Entre la ficción y la realidad, gana esa mala literatura neoliberal usamericana.

¡Trump! ¡Hillary!

¡Hillary! ¡Trump!

¡Bernie!

(En el programa de radio, Fuego Cruzado, del 27 de septiembre, los muchachos remarcaron que entre Hillary y Trump solo este estaba claro en cuanto a Puerto Rico; a una deuda impagable como la de la isla, dicen que dijo el plutócrata, hay que hacerle un “haircut”).

II

La derecha brasileña le saca los calzoncillos a Dilma sin quitarle los pantalones. Caca. Lula tiembla tras el estertor del neoliberalismo golpista. Llora.

III

Verano de 2016 (para los conosureños, otoño: Argentina). Buenos Aires. Medio frío. En un grafiti al final de la Calle Agüero, al costado de la Biblioteca Nacional, la escritura en la pared me saca la excreta: “Patria o Macri.”

Vuelta a la economía política de los años noventa. Mauricio Macri; repetición más violenta de Carlos Menem. De enero a junio; primer semestre de la “Revolución de la Alegría” que prometió “Mugricio.” Seis meses de espanto ciudadano. Despidos, “tarifazos,” revanchas, saqueos, amiguismos, entreguismos, derechismos, obamismos, contra-unasurismos, anti-telesurismos…

Oposición a muerte. O se termina con el neoliberalismo a quemarropa que trae la alegría de Macri, o este termina con el país; uno que le tocó a la política K resucitar del menemismo volcánico, “estamos mal, pero vamos bien,” el cual estalló finalmente en diciembre de 2001.

Golpeada por la política de Macri, Buenos Aires se ve mal.

Del Obelisco a la Avenida Callao, la zona literaria de la Avenida Corrientes se llena de imágenes crudas (metáforas neoliberales): montículos, bultos, promontorios, gente arropada de pies a cabeza, tirada sobre un cartón o en el mejor de los casos un colchón sucio, durmiendo en la acera, sobre todo frente al Teatro Presidente Alvear.

En la Avenida Santa Fe, una cuadra antes de intersecar con Cerrito, el afroamericano que duerme en la entrada de una tienda clausurada, las mañanas que está despierto, habla solo. De vez en cuando, un amigo le hace compañía. En Cerrito, La Plaza Libertad amanece cubierta de bultos que se despiertan tarde. En la esquina de la Avenida Santa Fe y la Pueyrredón, en dirección a Charcas, los tres indigentes que viven a lo largo de la vereda se acuestan temprano, sin bañarse.

Del 8 de mayo al 26 de junio, las recurrentes demostraciones contra la política macrista inundan el área del Obelisco. Hormiguero de trabajadores con pancartas y tambores que retumban en el corazón. Zona de policías, listos para reprimir en el momento que sea necesario. Por la Avenida Santa Fe, marchan con banderas rojas hacia la Avenida 9 de Julio; de la Avenida Cachao al Obelisco, paran el tráfico.

Como si la alegría neoliberal de “Mugricio” no fuera suficiente “estructura de sufrimiento,” el 9 de junio los gremios de taxistas de la ciudad trancan la avenida más importante de Buenos Aires, en protesta contra otro tentáculo neoliberal: Uber.

¿Realidad o ficción? En medio de la turbulencia política del otoño conosureño, el 14 de junio Buenos Aires conmemora los treinta años de la muerte (1986) de su más importante escritor del siglo XX, Jorge Luis Borges; un dinosaurio político que, según dijo en una entrevista acerca de su brevísima relación con Augusto Pinochet, no sabía nada (él, Borges) de política.

“2016: el año de Borges.”

Desde Cerrito, cruzo la calle Lavalle en dirección a la Avenida Corrientes, adonde voy en busca de un libro, Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que se robaron el mundo (2011), y una película, El perro Molina (2014). Al llegar a la Diagonal Norte, a un paso de Corrientes, me topo con un andamio celebratorio de Borges, en el cual, junto a una fotografía del poeta, aparece este fragmento de su poema “Fundación mítica de Buenos Aires” (1929):

A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.

Que así sea, me digo; indestructible, irrevocable ante la afrenta neoliberal de “Mugricio,” el nuevo Menem de la Argentina. “Qué atropello a la razón,” como dice el tango de Enrique Santos Discépolo, “Cambalache” (1934): “Qué el mundo fue y será una porquería ya lo sé…”

De Corrientes a la Avenida Santa Fe; la poesía de Borges cruza las calles, moviéndose del poema mítico, “¿Y fue por este río de sueñera y de barro / que las proas vinieron a fundarme la patria?,” a este, de Fervor de Buenos Aires (1923), que es mucho más místico: “El patio es el declive / por el cual se derrama el cielo en la casa.”

Borges, demasiado Borges: “Yo soy el único espectador de esta calle, / si dejara de verla se moriría.”