Las estacas de los antiguos
cuartos están aún en pie,
algunas de ellas dentro del agua.
Enrique Laguerre
Ave María, tía María,
tremendo lío.
Ismael Rivera
Ahora que la furia de ella ha pasado y que nos toca vivir entre sus escombros hasta que vuelva, en todos sus sentidos, la luz al país, los mitómanos que se la pasan escudriñando información sobre San Ciriaco (1899) y San Felipe (1928) entre pilas de libros (¿Río Piedras?); sublimes o siniestros, han llegado a esta conclusión, siempre tentativa, dada su visión dialéctica de la historia: la ferocidad mariana responde por lo menos a cuatro desavenencias, dos políticas y dos literarias.
Primero que nada, estaba, como es sabido, la ferocidad del supragobierno impuesto por Obama en 2016, la Junta de Control Fiscal, cuya naturaleza antidemocrática, oligárquica y plutocrática, María no podía soportar. Desproporción descomunal de fuerza económica que los buitres de Wall Street ponían sobre los hombros de los más vapuleados por las asimetrías del capital: los trabajadores.
Ante la ferocidad de la Junta, violencia que empezaba a asustar al pueblo, cuyo sentido de compasión no podía creer en lo que se estaba transformando, cruel y brutal, el Estado Libre Asociado; ¿en un delegado del capital invisible que debía reducir la jubilación a los pobres jubilados del gobierno?; ¿en un portavoz que precarizaba a toda costa el trabajo en general y el de los más jóvenes en particular?; ¿en un facilitador de la privatización?; ¿en un intermediario que permitía el aumento de las tarifas de los servicios básicos?…
Ante la ferocidad en que se neoliberalizaba el ELA, María asumió una responsabilidad brutalmente política. Radical: ser la única fuerza capaz de desplazar a la Junta de Control Fiscal. Furia contra furia; choque de titanes. Puerto Rico quedó hecho mierda. Todo se vino abajo, menos la intersubjetividad solidaria.
Gran cagada del 20 de septiembre de 2017 (que todavía se padece hoy, a cinco semanas del abismo). María, no te olvidaremos nunca.
En segundo lugar, está la cuestión numérico-bíblica —los últimos serán los primeros— que violentó el gobernador Ricardo Rosselló en enero de 2017, al caer en paracaídas, sin haber empezado desde abajo, en la gobernación de la isla.
Cuando le tocaba ser el último, ¡se puso primero en la fila! No quiso esperar su turno.
Desprovisto de experiencia política, el gobernador neófito pasó a dirigir una colonia en bancarrota sin haber pagado —él— la cuota mínima. Privilegios del nepotismo.
Ferocidad. María se encabrona.
Sediento, consiguió lo que quería: ser el gobernador que enviaría una delegación a Washington, que incluía a su padre, Pedro, con una exigencia: la igualdad mediante la anexión.
¡Estadidad ya: ahora!
Si en el proceso tenía que fingir una pelea con la Junta de Control Fiscal, el gobernador llegaría hasta la cárcel.
Ese protagonismo, sin embargo, duró poco.
De primero en la fila a último en la mesa.
María le quitó el plato al gobernador paracaidista, acostumbrado a saltarse las filas.
Ahora que María ha borrado del mapa hasta la Junta; ahora que el Gobierno Federal ha sido lento, demasiado lento en responder a la magnitud de la hecatombe colonial, ¿por qué no nos ayuda Trump?; ahora, de lo último que se puede hablar es de la estadidad.
Silencio.
Cuento que María borró también del mapa.
El emperador está desnudo.
Desavenencias políticas que, sumadas a las literarias, alimentan la impetuosidad de María, contra la canción de Luis Fonsi y Daddy Yankee, “Despacito” (2017), y contra el poema de Víctor Hernández Cruz, “The Problems with Hurricanes” (1991).
Todo menos “despacito,” dice María desde un furor destructor que se lleva por el medio, a la velocidad de una entropía rabiosa, lo que se le pone en frente.
Despacito no, despacito nunca, sino veloz, rápidamente veloz, exige, mientras destruye el turismo de la isla que, durante el verano, había aumentado un 45% debido a la popularidad internacional de la canción que Fonsi y Daddy Yankee sacaron al mercado en enero, cuyo video se grabó en La Perla que María maltrató a su antojo.
Ante el deshecho que dejó su rabia, algunos pidieron que Fonsi donara rápidamente los dólares que el gobierno de Rosselló le pagó en agosto, 700,000, para promocionar el turismo a la isla.
Virazón. Con rapidez siniestra y perversa, María desata su saña sobre el poema de Víctor Hernández Cruz, “Problems with Hurricanes,” que considera un insulto a su potestad:
“A campesino looked at the air
and told me:
With hurricanes it’s not the wind
Or the noise or the water.
I’ll tell you he said:
it’s the mangoes, avocados
Green plantains and bananas
flying into town like projectiles.”
Indignada ante la desfachatez con que el poeta trata su poderoso brío —ese horrísono sentido del humor, dice, que le falta el respeto a su cólera y a su velocidad—,
“How would your family
feel if they had to tell
The generations that you
got killed by a flying
Banana.”
María aumenta su ira al doble de lo que plantea el poema, que juega con su capacidad de destrucción sin darse cuenta de lo que se le viene encima a la isla del poeta:
“Death by drowning has honor
If the wind picked you up
And slammed you
Against a mountain boulder
This would not carry shame
But
to suffer a mango smashing
Your skull
or a plantain hitting your
Temple at 70 miles per hour
is the ultimate disgrace.”
Alevosa, como son las madres de la destrucción mitológica, ella escucha el final del poema con una sonrisa en la boca. El que ríe último, piensa María, ríe mejor:
“The campesino takes off his hat—
as a sign of respect
toward the fury of the wind
and says:
Don’t worry about the noise
Don’t worry about the water
Don’t worry about the wind—
If you are going out
beware of mangoes
And all such beautiful
sweet things.”
20 de septiembre. Ruido, mucho ruido; lluvia copiosa que, como si fuera una novela patas arriba de Enrique Laguerre, Cauce sin río (1968), saca los ríos de sus cauces.
Inundaciones.
Ventarrones; ráfagas. El paisaje se sale de su definición literaria.
La poesía se encoleriza con la irrealiad espantosa de María.
Escupe leptospirosis.