LA CASA

Creativo

Es curioso que en la música popular de mi país, los compositores han dedicado muchas canciones a “la casa” (la finca, el terruño, la hacienda, etc.). Parece ser que la idea de la “casa” es emblemática. La casa, la casa, la casa. ¿Qué encierra la casa?

En la tradición de mi país, la idea de la casa ha tenido unos referentes muy particulares- dado que la tradición de “casa” que adoptamos no necesariamente fue consensuada o democráticamente seleccionada. La casa que se nos impuso, como modelo, como definición de espacios y quehaceres, fue más que nada producto de cierto tipo de colonialismo que nos llegó en el siglo XV. Este concepto importado de casa, gobernó gran parte de nuestra identidad cultural definitoria.

Pero en otro momento, la casa que teníamos, fue modificada por una segunda definición, en esta ocasión traída por los colosos del norte. Se nos impuso una nueva visión de lo que constituye la unidad residencial, basada ahora en el uso ilimitado de la tierra, y, por tanto, en la construcción de las grandes propiedades como residencias.

Es en esa segunda acepción de lo que constituye la casa, donde entra en juego el imaginario popular. La visión dominante que tenemos de la casa, está basada en la idea de una propiedad independiente, terrera, con suficientes comodidades para poder vivir bien, y, fundamentalmente, con parking para aparcar todos nuestros automóviles. Es una casa, realmente hablando, inspirada en el gran sueño americano.

Ahora bien, en mi país, la gente aspira con devoción a esa noción de la casa, la cual apenas alcanza los 100 años, y de la cual, históricamente hablando, no hemos disfrutado por más de 50 años. Esto es extraño, pues la casa, como decíamos en otro ensayo, no es meramente la casa, también representa cierto estatus al que todos aspiramos y por el cual todos dedicamos una vida a trabajar y a luchar; en algunas ocasiones, contra viento y marea.

Pienso que la relación de la casa, el deseo de tener una (todos aspiramos a una casa propia), y el sacrificio que depositamos en esta aspiración, encierra a su vez una memoria colectiva, histórica. En otras palabras, en la formación social en la que vivo, existe una memoria colectiva muy antigua, que recuerda que, en un momento, dado del encuentro de las civilizaciones se perdió la “casa” y, a partir de ese momento, surgió con fuerza el sentimiento de inseguridad ante la posible pérdida, vis a vis la urgencia de tener una casa.

Me refiero a los múltiples encuentros de nuestra historia cuando se perdió la “casa” ante la mirada de un colonizador/interventor. Primero fueron las comunidades indígenas, a las cuales se les privó de la “casa” con la llegada de los conquistadores. Luego, las comunidades africanas a quienes se les privó de su “casa” en las comunidades de origen, y, luego, con la llegada a nuestro país se les privó una vez más de una casa - pues no era un derecho que tuvieron los esclavos, quienes vivieron en grandes barracones realmente inhabitables.

Lo extraño es que con la llegada de los segundos conquistadores, la misma lógica de la “casa” se volvió a imponer debido al interés de los propios conquistadores para acaparar la tierra y la relación de desigualdad en la tenencia de tierras entre dueños y los [mal]llamados arrimados, es decir, personas que a cambio de trabajar la tierra podían vivir de ella. Además, la llegada de los nuevos conquistadores se confrontó con una estructura débil de tenencia de la casa en particular para el pobre campesinado, lo cual profundizó, ante el nuevo avance de dichos conquistadores, el sentimiento de inseguridad ya existente.

Ante este cuadro debemos entender cuan natural es que aspiremos todos con tanta fuerza a tener una casa. Lo que está en juego es superar un sentimiento histórico de inseguridad con el que hemos vivido, de una forma u otra, durante medio milenio. Por eso, el compositor ya lo dijo, “yo tengo ya la casita, que un día te prometí”. Es decir, finalmente se ha restablecido un orden, un balance social, que la casita, casa, o casota, puede proporcionar.