Stettin

Voces Emergentes
En la ciudad de Stettin, bombardeada ferozmente durante la Segunda Guerra Mundial, se impusieron unas nefastas leyes en contra de los judíos. La participación de este grupo étnico, en todas las esferas de la vida, se limitó al grado de que tenían que asistir a sus propias escuelas. En uno de esos centros de enseñanza, el pequeño Aaron Fleishman aprendía a tocar el piano en contra de su voluntad. Contrario a él, sus compañeros de clase optaron por coger otros cursos menos complicados. Sin embargo, Aaron no tenía más opciones porque era su madre la que decidía por él.
Golda insistió en que siguiera con sus lecciones de música y al niño de seis años, no le quedó más remedio. Practicaba en su casa a diario, mientras que sus amigos, jugaban en la calle. Ante su renuencia, su madre le dijo: “Créeme algún día me lo vas a agradecer porque en el futuro, la música te servirá de mucho. Por ahora, no vas a entenderlo”. Su padre Moshe tenía una mala corazonada y cuando Hitler vino al poder, le pidió a la maestra de piano, que le enseñara a Aaron las obras más importantes del alemán Richard Wagner. La instructora se opuso con tenacidad porque estaba consciente de las posturas antisemitas del consagrado Maestro: “Ningún estudiante mío va a tocar música de ese compositor que se atrevió a despotricar en su panfleto Das Judenthum in der Musik sobre la capacidad artística de los judíos”. Como las cosas cada vez se ponían más difíciles con unos pocos marcos, la maestra accedió a enseñarle al niño la música wagneriana. Al año, la familia Fleishman tuvo que abandonar su hogar a la fuerza ante las terribles órdenes militares de que serían ubicados en un gueto en Polonia. Abandonaron todo, hasta el piano de Aaron porque no podían cargar con ese instrumento a donde se dirigían. Moshe se lamentó de no haber puesto a su hijo a tomar clases de violín: “Al menos podríamos llevarnos el violín porque quién puede cargar con un piano”. Pasaron un largo tiempo en el gueto tratando de subsistir. Aaron extrañaba su piano, aunque al principio se resistía a tocarlo. Un día su padre hizo un intercambio con el dueño de una tienda donde se afinaban pianos. Comida a cambio de un piano. Así logró devolverle la música a su hijo y aunque en la casa de los Fleishman no había comida para sostener el cuerpo, las melodías aliviaban el espíritu. En una ocasión en que Aaron tocaba la Cabalgata de las valquirias de Wagner, música favorita de Adolf Hitler, unas brigadas de soldados de la Gestapo irrumpieron en el gueto para desalojarlos. Su próxima parada fue en el campo de concentración de Auschwitz. Cuando los militares llegaron al pequeño apartamento de los Fleishman, con sus rabiosos pastores alemanes, el capitán Momssen, a cargo de la brigada, que era muy culto, reconoció la música que un joven tocaba. Los feroces perros se aquietaron hipnotizados por los acordes. El capitán instruyó a los soldados que se llevaran a los padres, pero al pianista debían ubicarlo en un camión especial. Entre gritos y abrazos, Moshe y Golda, se separaron de su hijo. Así fue como Aaron partió hacia Berlín en el carro del capitán de la policía secreta para amenizar los eventos de la alta jerarquía nazi. Sus padres partieron en un vagón, utilizado para carga de ganado, rumbo al campo de exterminio. Terminada la guerra, Moshe y Golda, que habían sobrevivido a pesar de todos los abusos a los que fueron sometidos, regresaron a su querido Stettin. A la distancia divisaron el barrio donde habían vivido y fueron muy felices. Entre miles de escombros su casa aún permanecía de pie, aunque seriamente averiada. El corazón comenzó a latirles con poca esperanza, aun cuando escuchaban música de piano en la casa. Desesperados corrieron, se cayeron, levantaron, siguieron corriendo y al llegar a lo que quedaba de su hogar, encontraron el tejado en el suelo y sobre este, el piano y a su hijo Aaron, tocando una dulce melodía de Johannes Brahms. ¡Sobreviviste gracias a tu música! ̶ le gritaron. Al oírlos, Aaron respondió: “Sobreviví y sobrevivieron ustedes. Gracias por sembrar aquella semilla musical en mi corazón tan pequeño”. El capitán Momssen le había garantizado que en tanto él tocara el piano para su deleite y el de sus allegados, se ocuparía de que nada malo les sucediera.