Juego a esconderte [la mística creativa de un poemario]

Historia
Conozco al autor del poemario Juego a esconderte, Dr. Rodolfo J. Lugo- Ferrer prácticamente desde niña porque, aunque me lleva unos años, es muy amigo de mis hermanas y compartíamos mucho en Peñuelas, de donde ambos somos oriundos. Recuerdo, que, para la década de los noventa, lo invité a que nos fuéramos a estudiar el doctorado en los Estados Unidos, pero él no le prestó atención a mi petición. En enero de 1992, junto a mi amiga Damarys López Piña, me trasladé a Pennsylvania con la finalidad de culminar un doctorado en literatura.
A mi regreso a Puerto Rico en julio de 1995, comencé a buscar trabajo y fui citada a una entrevista de empleo por el comité de personal del entonces Departamento de Español, del Colegio Regional de la Montaña, en Utuado. Para mi sorpresa, me encuentro entre los integrantes, a mi amigo Rodolfo J. Lugo – Ferrer, autor del poemario Juego a esconderte. En dicha entrevista, tuve la primera oportunidad de interactuar con una profesora que atrajo mi atención por las muchas pulseras que llevaba en cada brazo. Ella vestía totalmente de negro y en su cabeza usaba un turbante, estilo africano, muy colorido. Su nombre era Lourdes Torres Camacho, q.e.p.d., la gestora del libro Juego a esconderte que hoy presentamos. No olvido su mirada escudriñadora como queriendo penetrar mis pensamientos. La primera pregunta, lanzada por un miembro del comité, me la hizo el Dr. Rodolfo J. Lugo- Ferrer: ¿Qué piensa usted sobre el tema de la globalización mundial y sus repercusiones en la literatura? Lo miré seriamente y pensé: “tan buena madre que tiene, si doña Saro lo escucha”. Confieso públicamente que las preguntas más difíciles me las hizo él. Que se mantuvo distante y actuó de forma recta como se espera del presidente de un comité de personal. Allí, yo no era la niña de pelo rubio y ojos verdes que él llegó a cargar muchas veces. Mucho menos, la joven adolescente que, con apenas dieciséis años, se colaba en los bailes con sus hermanas y amistades, entre ellas el escritor. En esa entrevista, era una profesional que había llegado a solicitar trabajo y tenía que pasar por el estricto crisol de Rodolfo y Lourdes, que hacían una pareja demoledora a la hora de hacer las preguntas. Para 1995, conseguí un contrato de servicios en el mencionado departamento del Recinto de la Montaña. En una conversación con Rodolfo, en la sala de reuniones, en la que estaba presente Lourdes, le pregunté si él sabía de quién era una casa verde y blanca de madera, que había en Adjuntas, al pie de una loma, y que se parecía a la casa de Gómez y Morticia Addams. Por debajo de la mesa, Rodolfo discretamente con el zapato, tocaba mi pierna. Luego observé que me abría sus ojos y arqueaba la ceja izquierda como él sabe hacer. Mientras tanto, yo insistentemente mencionaba que, en esa casa de noche, debían salir las brujas. De pronto, Lourdes Torres Camacho se levantó y muy tranquilamente me dijo: “sabes qué en esa casa que tanto te gusta vivo yo la bruja mayor; esa es la casa de mis padres”. Podrán imaginar mi cara de vergüenza, combinada con la sorpresa, porque entendí los gestos que hacía Rodolfo. Luego Lourdes añadió: “me caes bien y me encanta tu honestidad”. Desde ese momento, nos hicimos grandes amigas; su casa se convirtió en mi hogar en Adjuntas y sus padres, en mis padres. Los que nos conocieron saben que éramos una pareja dispareja. Sin embargo, nos unía la literatura, la playa, la música, el vino, el queso manchego, las aceitunas, el prosciutto, Marshall ’s, el recinto de Utuado de la Universidad de Puerto Rico y Rodolfo. Juntos pasamos buenos momentos y otros muy difíciles por su enfermedad. Peleábamos y discutíamos como hermanas porque nuestra relación fue de una gran hermandad. Repetidamente, Lourdes me decía que nos habíamos conocido en otra vida, porque yo era capaz de llevarla a un salón de belleza, a escuchar las frivolidades que allí se contaban mientras nos teñían el cabello y nos sacaban las cejas. A veces mencionaba que parecía más hija de su madre Doña Carmita que en paz descansa. Como a su mamá, me encantaban las fiestas, las parrandas y llenar la casa de embelecos de Navidad, que Lourdes misma criticaba, pero nos compraba, porque era demasiado desprendida. Precisamente, eso puede observarse en el poemario Juego a esconderte, porque pasaron catorce años para que el autor por casualidad o causalidad (estaba soñando mucho con Lourdes) supiera que ella había enviado a imprimir su libro. Con sus amistades, Lourdes era muy celosa, pero al mismo tiempo era una mujer incondicional. Llena de detalles, que se desbordaba en regalos para los que ocupábamos un lugar especial en su corazón. Adoraba a Rodolfo y no quería compartirlo con otras personas. De pronto, sin proponérmelo, llegué a reclamar un espacio, porque conocía a Rodolfo desde niña. Fue así, como vine a romper una pareja, Rodolfo y Lourdes, que se convirtió en un triángulo, una figura geométrica, de tres lados y tres ángulos. Rodolfo J. Lugo – Ferrer, Lourdes Torres Camacho y Nellie Bauzá Echevarría, formaron un triángulo físico y espiritual. En la universidad éramos compinches; almorzábamos juntos, nos sentábamos en la misma fila en las reuniones de facultad para reírnos de los espectáculos que daban los llamados docentes. Rodolfo, Lourdes, y yo, crecimos en una generación donde los niños jugaban libremente con sus amigos del barrio, estimulando la creatividad e imaginación. Cuando llovía, corríamos alegremente la lluvia y no nos preocupaba ensuciarnos la ropa y mucho menos enfermarnos. Por el año en que nacimos, pertenecemos a la generación conocida como los baby boomers. No somos los famosos millennials, que nacieron con la internet, y han sido criados, por teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles y tabletas. Por el contrario, los baby boomers formamos parte de una sociedad con metas definidas. Nos caracterizamos por ser luchadores, enfocarnos en lo que queremos y trabajamos para conseguirlo, por esfuerzo propio. No dependíamos de que nuestros padres hicieran las cosas por nosotros. Todo lo contrario, nos distingue la confianza que tenemos en nuestras capacidades; el libre pensamiento y que tomamos decisiones que pueden ser correctas o incorrectas, pero asumimos responsabilidad por nuestras acciones. Pertenecemos a una generación formada con virtudes, principios y valores como: la honestidad, la confianza, la integridad, la justicia, entre otros. En nuestra época había que razonar y usar la lógica; por eso, junto a nuestros amigos, practicábamos juegos que estimulaban el ejercicio y a la misma vez, otros que desarrollaban el pensamiento. Entre estos puedo enumerar: el veo-veo, la peregrina, la gallinita ciega, saltar la cuica, chico paralizado, jugar bolita y hoyo (canicas), pelea de gallitos de algarrobo, el trompo, briscas o barajas, la cocina (donde niñas y niños hacíamos pasteles con hojas de guineo, tierra y las aceitunas podían ser piedras o quenepas). La tiendita era otro juego fascinante, porque colocábamos artículos, como si fuéramos dueños de un puesto de abarrotes, que vendía salsa de tomate, habichuelas, harina de café, de trigo, azúcar, leche en botella, aceite para freír. Todos estos artículos eran recipientes reciclados que nuestras madres o abuelas, destinaban al zafacón y nosotros le dábamos vida en esos juegos infantiles. Nunca olvidaré, Estrellas Nacientes, porque fomentaba la parte artística que tenemos en nuestro hemisferio derecho. Unos cantaban, otros bailaban frente a un jurado compuesto por los vecinos mayores (una especie del American Idol o de Objetivo Fama de estos días). Uno de mis pasatiempos favoritos, era jugar a esconderse, porque fomentaba la socialización y el ejercicio mental. Para poder descubrir el escondite de los participantes del juego, había que analizar estratégicamente (como en el ajedrez) dónde podían estar ocultos. En mi presentación, les hablaré de la mística que hay detrás de este poemario, que fue prologado, diseñado y diagramado por la amiga Lourdes Torres Camacho, sin el autor saberlo. Es decir, ella estaba jugando al escondite con el poeta. El texto está conformado por veinte poemas titulados: Juego a esconderte, Solo uno, Deambular la noche, Plenitud y luna, Viajeros del tiempo, Caminar el horizonte, La noche, Conjugar, Ojos grises, Atraparte, Sangre ardiente, Un rumor y tú, Tu cuerpo, Tu imagen, Miedos, Erastés-Erómeno, Ritual de Amor, Sueño posible, Orgía onírica y Registro. El juego a esconderte, de Rodolfo J. Lugo-Ferrer, comenzó como un manuscrito de cuarenta poemas, escritos en 1991. Para ese entonces, él compartió sus escritos con nuestra amiga Lourdes Torres Camacho. En el 2000, Lourdes le entregó un opúsculo del Certamen Literario del Ateneo y como vio que este no mostraba ningún interés, sin decirle nada, mandó el poemario a competir bajo el pseudónimo zorzal. Solo incluía los veinte poemas que ella había seleccionado. Fue por medio de una carta, escrita por el Lic. Eduardo Morales Coll, que Rodolfo recibe la grata noticia: “Es con gran placer, el Presidente del Ateneo Puertorriqueño le informa que usted ganó Mención de Honor en la categoría de Poesía por su obra “Juego a esconderte”. Resulta interesante, que la carta donde le anunciaban la buena nueva a Rodolfo tenía la dirección postal de Peñuelas. Hemos deducido que Lourdes tuvo que pedírsela a su madre Doña Saro Ferrer, para darle la sorpresa. El 10 de abril de 2001, a las ocho de la noche, en la Galería de Arte del Ateneo, los tres fuimos a recoger su diploma. Pero Lourdes, que era una caja de sorpresas, le tenía preparada otra que él apenas descubrió en el mes de septiembre del 2021. Recibió un mensaje a su correo electrónico para que se comunicara a un número telefónico que él no conocía. Temiendo que podía tratarse de un timo, decidió comprar un móvil de tarjeta e hizo la llamada. Al otro lado del auricular estaba Lisa Moreu, que le manifestó que ella había comprado el edificio, que por muchos años sirvió de imprenta, y allí encontró dos cajas de libros con su nombre. Una logró salvarse y estaban tratando de contactar a la persona que hizo la orden, sin saber que había muerto en abril del 2010. Lisa le envió al autor un poemario para que pudiera ver el texto. Ambos llegamos a la conclusión que los sueños recurrentes que Rodolfo había tenido, era Lourdes, comunicándose con él oníricamente, para que supiera que ella había mandado a publicar el libro. El poeta Rodolfo J. Lugo- Ferrer pensaba que ese manuscrito se había perdido. Resulta curioso en todo este imaginario de la creación del poemario, que la foto de la portada corresponde a un cuadro de 1993 titulado “Adán y Adán en el Paraíso” acrílico sobre lienzo, del famoso escultor Heriberto Nieves, docente y artista residente del recinto de la Universidad de Puerto Rico en Carolina. Esa obra, cuelga en el comedor del hogar del poeta, y la foto fue tomada por Armindo Ballesteros. La pregunta que nos hacemos Rodolfo y yo es ¿cómo llegó a las manos de Lourdes esa foto? Como ya mencioné, Lourdes se encargó de todos los detalles de este libro y lo editó bajo el pseudónimo Amatista. Los amantes de las piedras, y Lourdes lo era, sabemos que la amatista fue utilizada en la antigüedad por magos y sacerdotes ya que tiene poderes espirituales. Simboliza protección, vitalidad y elevación espiritual. Lourdes era extremadamente protectora y podía llegar a convertirse en un tanto controladora con aquellos que éramos parte del pequeño grupo de sus amigos. La amatista aleja las energías y vibraciones negativas y Lourdes espiritualmente, a pesar de su enfermedad, vivía centrada y en armonía con su entorno. Cuando Rodolfo me llamó para darme la noticia de este poemario le contesté: “así era Lourdes, quiso sorprenderte con este libro como regalo por haber terminado tu tesis doctoral.” Sin embargo, me cuestiono ¿por qué dejó pasar tres años y no fue a recoger el libro? La respuesta es sencilla en el 2007, comenzó a deteriorarse su salud; quizás se le olvidó que había llevado el libro a la imprenta o, y es lo que pienso, el texto tenía que llegar a las manos del autor en el momento preciso y eso fue una decisión de Lourdes. Su cuerpo espiritual se manifestó en el momento adecuado porque en la vida existe un orden cósmico que no nos permite adelantar los eventos. Estoy segura de que Lourdes, desde la otra dimensión en que se encuentra, hoy disfruta de esta presentación y el éxito que ha tenido el poemario. Concluyo leyendo el poema Juego a esconderte porque sé que este, que es el primero, le hubiese encantado a Lourdes que jugo al escondite con Rodolfo: Juego a esconderte entre la dermis y epidermis de un sauce, a conjugarte en cada pétalo de una flor ya deshecha. Para luego guardarte entre las idas y venidas de las mañanas empañadas por una neblina azulosa, una tarde que languidece en un mes cualquiera de un ya pasado año, tal vez, en cada momento de hastío cargado en tu pecho como una esfinge mítica, ya no alabada, lanzada a un abismo por un dios iracundo. Marcas tu absorto tiempo con péndulos añejados, que esperan que mi presencia les devuelva a la Vida.