El reino de la muerte de Dinorah Cortés-Vélez, Emilio del Carril y Ana María Fuster Lavín

Crítica literaria
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

 

“en realidad, no tenía ningún poder, pues venía de las profundidades del reino imponente de la muerte”

      Sabiduría 17:13

           Los poemarios Suma de los adioses (2021) de Dinorah Cortés-Vélez, Hoy he soñado conmigo (2020), de Emilio del Carril y Muro azul silencio (2022) de Ana María Fuster Lavín están marcados por la pandemia del coronavirus que se niega a pasar, y reflexionan sobre diferentes modos de percibir la tragedia de la muerte.

Suma de los adioses, como su título indica, es un resumen de despedidas que tocan a la puerta de la hablante lírica desde lo personal (la trágica muerte de su padre) hasta lo literario. Se dan cita intertextualmente Rosario Ferré, Sor Juana Inés de la Cruz, Mario Benedetti, Virginia Woolf, Manuel Ramos Otero, Ángela María Dávila, Julia de Burgos, Inca Garcilaso de la Vega, Jorge Luis Borges, Federico García Lorca, Julio Cortázar y otros. Estos poemas elegíacos rememoran, hacen homenaje y celebran figuras clave en la educación sentimental y literaria de su autora, incluyendo la música de Janis Joplin, La Lupe y Freddie Mercury, entre otros cantantes. Cierra el cuaderno, publicado en la colección Radicales Libres de Espejitos de Papel Editores, un poema de seis páginas titulado “Tanatografía” o escritura de a muerte, dedicado a Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado, dos jóvenes independentistas asesinados en el Cerro Maravilla el 25 de julio de 1978. Le sigue “Poema de las gracias”, dedicado a Eduardo Galeano, en forma de acróstico: “La G goza/La R regala/La A ama/La C canta/La I imanta/La A alumbra/La S salva” (75). Gozar, regalar, amar, cantar, imantar, alumbrar, salvar son todas formas de agradecer.

Emilio del Carril en Hoy he soñado conmigo, publicado por País Invisible Editores,  aparece en la portada con el torso desnudo usando una mascarilla negra en una foto de un blanco y negro impecable, sobre un fondo también negro, que entrelaza sus brazos en tres fotos superpuestas que abrazan al escritor. La edición del libro tiene páginas azules con letras blancas y cada poema está acompañado por una fotografía (del banco Dreamsstime.com) creando un juego de contrapunto entre color, verbo e imagen que completa el sentido de los versos en las treinta poesías que conforman este volumen. El reino de la muerte se erige en el sustrato judeocristiano de los significados que van hilvanando esa idea del sueño autorreflexivo, como aclara del Carril al inicio: “Los ‘poemas’ marcan el viaje de un hablante lírico sumergido en la tragedia y la desolación” (7). El que escribe sueña con esta obra y reniega irónicamente de un creador universal en “Sin aliento divino”: “A mí no me soplaste aliento divino/ni amasaste mis muslos con barro del Sinaí/ni ungiste mi cabeza con aceite/jamás hiciste que mi copa rebosara/solo cayado que no infundió aliento” (53), poema que des-escribe el Salmo 23 hasta deshilacharlo de significado y dejarlo vacío como un fuerte reclamo.

El Muro azul silencio de Ana María Fuster Lavín, publicado en la Editorial Letras Salvajes, es un poemario arquitectónico dividido en cinco partes: I. Sonámbula, II. He roto las cartas que no te escribí, III. La marejada, IV. Obituarios, V. Soy la niña arrojada al vacío de mi cuerpo. Desde la primera estrofa se marca el territorio textual de lo gótico caribeño, con su fascinación por la muerte, que ha sido uno de los signos distintivos de Fuster Lavín en toda su literatura: “en el rincón del silencio/mi poesía pare duelos/y pequeños exorcismos/para ahuyentar los suicidios/los míos, los de ella, todos/los de la desgarradura” (13). Ese escribir desde la herida, tan característico de literatos que entrelazan vida y obra, ficcionalizando aquello que más duele, y con lo que se lidia, es una de las características distintivas de la buena lírica. El título del volumen describe un “muro azul silencio” que en momentos se identifica con el mar como presencia constante en sus palabras. En “A veces, el mar”, dedicado a Elena -su hija fallecida- se desgarra la voz en este reino de la muerte que aquí nos ocupa en estos tres poetas puertorriqueños contemporáneos: “a veces/a la deriva/soy isla de humo/floto sobre un mar silente/que asila a sus muertos” (45). El mar como un cementerio marino que a veces consuela, a veces, en una serie de poemas que trata sobre el cáncer, el proceso de envejecer, los femenicidios, el desamor, también sobre empoderarse, la libertad de amar, la equidad. Es un texto muy honesto  e íntimo.

En “Inundada” de Dinorah Cortés-Vélez”, un “Poema-carta de Sor Juan a su intelecto” se intersecan la creadora y la profesora especialista en literatura colonial hispanoamericana puesto que la literatura de la monja mexicana es una de sus especialidades de estudio. Poema en prosa, es un monólogo interior de la escritora virreinal, quien en su Primero sueño reflexionara sobre la imposibilidad para la mujer de aprehender un conocimiento absoluto y muerde “el arenisco banco de nuestro vértigo, y tálamo de nuestro enamorado denuedo. Mas, aquí me tienes, otra noche más, desapercibidas las defensas, erguido, en su desnudez, el mástil de mi ansia, siempre listo para enarbolar las velas de tu movimiento” (16). La escritura de la mujer como un ansia o angustia que la envenena ante los embates de ser una letrada en el siglo XVII novohispano.

“Como los santos quisieron”, de Emilio del Carril, reescribe versos famosos de Julia de Burgos desde su propia perspectiva: “Yo quise ser como los santos quisieron que yo fuera/León de Judá/varón sin mancha/vientre plano/mollero abultado/andar firme/voz de trueno/cabello engomado” (77). No querer amoldarse ni conformarse sino liberarse y salir aunque “soy un poco de algo/y mucho de miedo” (77). De eso se trata ese sueño consigo mismo del poeta en medio de las restricciones que implicaron el año perdido de 2020 por la pandemia del Covid 19, mismo año en que se publica el libro.

El reino de la muerte de Dinorah Cortés-Vélez, Emilio del Carril y Ana María Fuster Lavín se hilvana a través de los adioses, el sueño y el mar como tres constantes que definen las maneras de referirse al acto de morir, tanto en el sentido físico como metafórico. Urdirlo es leer cómo cada hablante lírico, desde tres bastiones diferentes de significado, acceden al dolor de la ausencia (Cortés-Vélez), la introspección del sujeto (del Carril) y la reflexión en silencio (Fuster Lavín).