Breve visión panorámica: la literatura de Edgardo Nieves Mieles

Crítica literaria
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El yacimiento de esmeraldas que almacena
en sus retinas pone mi corazón a brincar cuica.
ENM

Tras haber leído el grueso de la obra nievesmielesina, incluidas piezas inéditas, cabe subrayar la textura material y espiritual de la escritura; la cual, a partir del poemario Un ramalazo de semen en la mejilla ortodoxa (1987), ha hecho brillar las palabras y el discurso literario para que estalle el humor, la ironía, el cinismo, el erotismo, la parodia, la crítica política, la metaliteratura, la luz, desde una espiritualidad inter e intratextual.

Precisión; condensación, proliferación. En el caso del micropoemario La esperanza es verde como el crujir de las vacas (2015/18), condensación y proliferación; minimalismo antipoético, estudiado por Federico Irizarry Natal en La escritura del gremlin (2020) a partir sobre todo de la antipoesía de Nicanor Parra, la cual el crítico resume de esta manera: “el extremo coloquialismo de una poesía ‘suelta’ capaz aún de una claridad de contundencia comunicativa, la profundidad deconstruccionista de toda fijación esencialista en relación con los distintos espacios de la cultura, la sociedad y el saber, y la transgresión cuestionadora de cualquier proceder estético (incluyéndose).”

Entre las reiteraciones que, de Un ramalazo de semen en la mejilla ortodoxa (1987) a Ser joven otra vez como quien es invulnerable (2022), le dan identidad a la literatura de Nieves Mieles, cabe señalar la irrupción de lo literario —el libro, el escritor, una cita (explícita o implícita), la lectura, la escritura, la librería— en medio de lo cotidiano de la realidad ficcionalizada de la que el autor hace literatura.

Irrupción del libro —como en el primer relato de Un monstruo no debe tener hermano y otras indiscretas orgías de soledad y desarraigo (2019): “Esta sentada en un banco de una plaza con árboles, jardín, fuente y palomas. En sus manos sostiene la bolsa de semillas y un libro de Anne Rice”—; equivalente a la irrupción reiterada de lo cinematográfico, lo pictórico, lo musical, como en el diálogo literatura-pintura-fotografía-música del último relato en Un monstruo no debe tener hermano, “Quédate a contemplar como el mar atraviesa el filo de mi espada,” publicado antes en El maligno fulgor de la desdicha (2012):

“Pierde la mirada narcótica en los ojos que la miran desde la pared. Se trata de fotos de sus poetas favoritos: Baudelaire, Orozco, Sabines, Dalton, Varela y Bukowski. Le parece ver que al tercer día de visita en el Museo del Prado, Jim Morrison se encuentra con William Burroughs frente a El jardín de las delicias y éste termina confesándole que, como si tratara de supositorios, se inserta opio en el tracto intestinal” (2014).

Marcada por la irrupción de lo literario, la literatura nievesmielesina lo está también por la masculinidad del deseo, clave de Los mejores placeres suelen ser verdes, micronovela que, a la vez que endosa la masculinidad testosterónica —este fragmento aparece antes en el microrelato El maligno fulgor de la desdicha (2012): “Sobre el blando cuero del asiento descansa tu sexo [habla él] y yo imagino que de mi bragueta sale otra vez esa interminable y robusta boa de carne rosada y que la muy esquiva se arrastra por debajo de la mesa buscando incansablemente la húmeda garganta de tus muslos” (2013)— termina socavando, en un giro autocrítico, la agencia masculina a favor de la femenina.

Masculinidad que, como ha señalado Daniel Torres, tiene momentos tensos, en los que “el machismo galante de quien todavía se da el lujo de decir barbaridades que los postfeministas sólo podemos sonreír al leerlas (‘El ser menopáusica/ no da derecho a ser canalla’ […]) porque no son tales […].” Tensión que en sus momentos más dramáticos, como en el micropoema “Con las peores intenciones, adiós para siempre, preciosidad” (2012), sexualiza de primera instancia la venganza del amante sobre la amada: “Para tu maligna lengua de víbora / guardo la última gota / de mi semen constelado y nutritivo.”

Como ha propuesto Federico Irizarry Natal en La escritura del gremlin (2020), la “imagen” de la “descarga sexual en circunstancias hostiles” resulta de “importancia cardinal” en la antipoesía de Nieves Mieles, más como un giro “autotextual y metapoético” que como una venganza sexual con explícita dimensión de género; ya que, según Irizarry Natal, la “eyaculación transfigura el gesto escritural como una medida procaz con que granjearse un espacio en medio de una tradición saturada por otras aguas.”

Irizarry Natal continúa:

“[…] más allá de ser un mero recurso malditista, [la descarga sexual] constituye pertinentemente desde la irreverencia y lo alternativo, la forma figurada de expresar la manera en que el golpe de tinta logra expresar una grafía y un sentido en el blanco del papel en el difícil contexto de asumir creativamente la pluma cuando ello implica una suerte de atrevimiento ante autoridades consagradas que pueden arrojar sombra sobre el escritor neófito.”

En Los mejores placeres suelen ser verdes (2013) se reitera la imagen de la “descarga sexual” como marca de subjetividad en busca de intersubjetividad, vista ahora, lo que aumenta su tensión, como un pistolazo que tira balas de interioridad: “Un disparo certero, como un chorro de champán cuando se acaba de descorchar la botella, arroja esa viscosidad que bulle en el interior de su más ardorosa glándula.” Fundacional; esa imagen, que titula el primer poemario, El ramalazo de semen en la mejilla ortodoxa (1987), cuando llega a la micronovela Los mejores placeres suelen ser verdes (2013), reaparece en bastardillas en el fragmento 148, minimalista, demasiado minimalista, tras esta variación: “Un ramalazo de semen le sesga ferozmente la mejilla derecha.”

Junto a la irrupción de lo literario y la masculinidad del deseo, cabe también subrayar, como marca literaria clave, la dialéctica entre el bien y el mal, ilustrada, ahora como una relación entre la felicidad y la desgracia, en el micropoemario Con las peores intenciones (2012): “La vida es un pañuelo, a veces empapado de lágrimas, otras de mocos.” Dialéctica replanteada, en términos amorosos, en el micropoemario La esperanza es verde como el mugir de las vacas

(2015/18), donde aparece atravesada, “Te amo, / pero soy feliz / sin ti,” por una ecuación que, en ¿Qué traes en tu calavera Yoni Coyote (2019), se explica así: “Sí, el amor, ese hermoso perro que ya conozco muy bien. No volveré a sucumbir al oropel de sus venenosos encantos.”

En Los mejores placeres suelen ser verde (2013) se resume la dimensión estética-ética de esa dialéctica de una manera que vale para la obra: “Yo tengo un esteta hospedado en el hemisferio derecho de mi cerebro y a un desalmado vagando en la sombra del izquierdo.”

De esa dialéctica surge el ángel de la bicicleta roja, personaje clave en la micronovela Los mejores placeres suelen ser verdes (2013), cuya presencia irrumpe a lo largo de la obra. En la dedicatoria de Las muchas aguas no podrán apagar el amor (2001), la voz AUTORIAL lo invoca: “para que […] / ese travieso ángel de la bicicleta roja / me siga echando puñados de confeti en los ojos.”

Además de las reiteraciones culinarias y alcohólicas, que son muchas e importantes, las apariciones del fumador, “Enciende un Marlboro y tiende la mirada adormilada hacia el otro lado de la verja de alambre eslabonado” (2019), están particularmente marcadas por su dimensión paródica (copias de un cliché original). Las apariciones del cigarrillo, “De sus labios, como de costumbre, cuelga su inseparable Merit” (2022), se leen como fórmulas de una gramática cultural en la que fumar era clave de la imagen construida socialmente: “Fuma con los ojos cerrados [la mujer de ojos verdes de Los mejores placeres suelen ser verdes]. Persigue una vez más ese inalcanzable nirvana que tanto la tortura y huye de ella como una película que no termina” (2013).

En el relato “Instrucciones para vencer a ese negro dragón que pretende asfixiarte con su cola de navajas”(2022), la variante del fumador de marihuana, “Acabas de abrir el cofre, también de madera […] De su interior extraes una pequeña y delgada hoja de papel,” se plantea en el contexto de una voz poética masculina, el hijo, en trance nostálgico por la muerte del padre, un personaje excéntrico: “Con la confianza y tranquilidad propia de un maestro zen, extraes una porción suficiente de picadura. Tu pulgar e índice derechos la desparraman sobre el sedoso papel. Tras encamarla y acomodarla prolijamente, enrolas esa especie de fino y minúsculo embutido. Te llevas a la boca uno de sus extremos. Lo humedeces y aprietas suavemente hasta convertirlo en cigarrillo. Me convidas. Declino.”

Como si fuera una variación del ángel de la bicicleta roja, el hijo nostálgico, fumador de marihuana, le echa su “puñado de confeti en los ojos” al amigo que escucha su confesión nostálgica: “Chupas el cigarrillo. Como si fueras un calamar intentando escabullirse al más hambriento depredador, en lugar de retener el humo aromático en tu caja torácica, lo avientas en mi dirección en una cortina de humo que te cobija, pero que no es suficiente para que yo no perciba esas avellanas de sal y agua que ahora se te descuelgan y ruedan ladera abajo por tus hermosas mejillas surcadas de arrugas y desasosiego.”

En esta breve visión panorámica de la obra nievesmielesina no puede faltar, por un lado, la dimensión intertextual, visible o invisible —clave, demasiado clave en la identidad literaria de

esta literatura—; lo que implica que tanto el poema como el relato están abierta o secretamente cruzados con un texto anterior del que surgen como reescritura. Por otro lado, está la intratextualidad, que Irizarry Natal llama autotextualidad, la cual supone también otro nivel de reescritura, esta vez en relación con la propia obra. Por ejemplo, un relato publicado en El maligno fulgor de la desdicha (2012) puede reaparecer, ahora como parte del discurso micronovelista, en Los mejores placeres suelen ser verdes (2013), adscrito a uno de los personajes, inexistente en El maligno fulgor de la desdicha.

Panorámicamente, la obra de Nieves Mieles se deja resumir desde un adjetivo: contracanónica.