El principito: el musical (Producciones Komicar)

Crítica literaria
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La obra El principito de Antoine de Saint-Exupèry es una de las novelas cortas que más he disfrutado leer. La leí en su idioma original en mi curso de francés en la Universidad, hace casi veinte años. Me convertí en fanática y releí el texto en más de una ocasión en sus traducciones al español, al inglés. Tengo más de una edición del clásico literario y he visto una de sus versiones fílmicas animadas en la televisión “on demand” junto a mi ¨peque¨ (más de diez veces). No pensé que su adaptación al teatro en formato de musical nos conmovería tanto, pero así fue. El viernes, 20 de octubre de 2022, en el Teatro Municipal de Cayey, disfruté junto a mi hijo de siete años la pieza teatral El principito: el musical, adaptada y dirigida por el joven Kennix Ceballos y magistralmente interpretada por el elenco de actores, actrices, bailarinas, tramoyistas, utileros, sonidistas, cantantes y luminotécnicos que conforman la compañía de teatro Komicar. La pieza de teatro musical de este clásico literario es una de las mejores adaptaciones que he tenido el privilegio de disfrutar.

El Principito: el musical es una representación teatral, coreada, coreografiada y visual que explora temas filosóficos, políticos y éticos desde una mirada del amor, la amistad, la solidaridad, la ingenuidad y la curiosidad de su personaje principal: un pequeño niño llamado Principito interpretado por el gigante actoral Damián Ceballos. En el clásico literario y en esta adaptación al teatro musical el Principito ha viajado por una infinidad de planetas grandes y muy diminutos en los que se ha topado con personajes que van desde un farolero, un borracho, un coleccionista de estrellas (banquero), un rey, un geógrafo, una rosa y un aviador con quiénes comparte sus inquietudes, contradicciones, preguntas filosóficas y experiencias para intentar comprender a los adultos y enseñarles a mirar el mundo desde su alma de niño.  Al llegar al Teatro Municipal de Cayey, desde San Juan y un viernes, pensé que la pieza literaria, tal vez en su complejidad filosófica y su lenguaje alegórico podía ser larga y pesada, sin embargo, una vez nos adentramos al teatro la experiencia fue lúdica. Comenzó muy puntual y durante el proceso de la espera de las tres llamadas teatrales leímos de manera interactiva y ecológica el programa y ficha técnica del montaje. Los espectadores escuchábamos y observábamos pietaje fílmico acerca del proceso de creación de la pieza, conocíamos a sus polifacéticos actores, actrices, productores y hasta a sus auspiciadores.  Además, nos deleitábamos con una escenografía y un escenario iluminado en el que la imagen de la luna acompañada de algunas estrellas junto a objetos tangibles como cactus, follaje y, por supuesto, la pieza clave que da paso a la narrativa la avioneta con su hélice iluminada eran el preámbulo a la experiencia teatral. Llegó la esperada … “tercera llamada; la función va a comenzar”. Esta vez, nuevamente, nos tomó por sorpresa, la obra inició con una proyección lateral de un vídeo narrado en el que se nos presentaba el trasfondo del pasado familiar del personaje del aviador que cerraba con la imagen de una escena afectiva entre (un abuelo y un nieto) o la metáfora que sirve como hilo conductor de la pieza teatral el amor y su poder de transmutación. Comenzó la obra “in medias res”. Los espectadores regresábamos la mirada hacia al escenario y su luna con los primeros parlamentos entre El aviador (Luis Enrique Romero) y El Principito (Damián Ceballos). De ahí en adelante, nos adentramos en una experiencia teatral que incluye: un mundo de fantasía, parlamentos filosóficos, composiciones musicales originales, canciones, coros y actuaciones que se complementan con un cuerpo de bailarinas que fungen como transición entre actos y hacen que los cambios de escenografía sean parte de la pieza. Además, la utilería, las máscaras, títeres o marionetas en conjunto con los objetos iluminados, artículos fosforescentes o personajes flotando que reconozco de la tradición oriental del teatro de sombras y del teatro negro hacen especial este montaje. Todos estos elementos añaden ritmo, sorpresa y emoción a la representación.  A su vez, captan la atención de niños, jóvenes, adultos y súper adultos que estamos disfrutando de la puesta escénica. 

Las escenas y personajes mejor logrados (o las favoritas de mi hijo y mías) fueron las del rey, el banquero (coleccionista de estrellas), el zorro (actriz completa) y la serpiente. El personaje del Principito es enternecedor, mantiene viva la esencia de la pieza. También, la relación con el aviador emula la metáfora principal de la historia el amor y su capacidad de transformar a la humanidad. El ritmo escénico pierde un poco de fuerza, pero se recupera con la energía de las bailarinas, la chispa del personaje del Principito, las voces melodiosas y las canciones junto con los elementos sorpresa que entran y salen de la escena. 

Reconozco el esfuerzo, la dedicación, la energía y el profesionalismo de este colectivo teatral y me parece muy importante que esta gesta surja del centro de la Isla hacia la zona metropolitana. Si el espectador de siete años que me acompañaba sale del teatro y dice: “¡Me encantó! ¡Algún día quisiera estar ahí (en el escenario)!” ¡Qué viva el arte! ¡Gracias, Komicar y al elenco del Principito el musical, por recordarnos que el amor y la esencia del niño o niña que poseemos es la mejor arma para transformar la vida y el mundo desde cada trinchera en nuestro archipiélago antillano! ¡No se la pierdan! ¡La gira sigue! ¡El 8 de noviembre en la Inter de Bayamón, hay Principito para rato!