La codicia

el Post Jurídico

 

La codicia es cosa mala. La codicia es el grado superlativo y la forma pervertida de la ambición. La RAE lo define como afán excesivo de riqueza es el motor que mueve la economía capitalista.

Dante Alighieri en su Divina comedia, destina a los avaros, es decir a aquellos que dedican su vida exclusivamente en los bienes materiales, y cuya única preocupación es amasar dinero, al cuarto círculo del infierno.

En estos tiempos el dinero es objeto de culto y devoción, al cual va dirigido la codicia. Hoy tanto el oro (metal precioso que en un momento respaldaba el valor del papel moneda), como las controversiales criptomonedas, son adquiridas con dinero.

 Quizás se olvida que no siempre fue así. Siempre ha existido la codicia, pero antes de la invención del dinero existió el trueque o intercambio de mercancías. En un momento, la sal y las especias cumplieron una función similar a la de hoy el dinero. El dinero es hoy la enseña material del poder.

Según el profesor español Fernando Vallespín, el hecho de que el poder no descansa ya en manos de la política ha supuesto una ausencia de control democrático.

Los derechos económicos están fuera del alcance del Estado. Y los derechos políticos se han reducido al pensamiento único de los mercados desregulados del Neoliberalismo (eufemismo para el capitalismo salvaje).

En este escenario, los derechos sociales son reemplazados por el deber individual de cuidar por nuestro propio interés. La salvación es exclusivamente individual.

En definitiva, a la economía dominar a la política convirtiéndola en su sierva, desvalorizándola y empobreciendola, la degeneró inevitablemente.

El escritor francés, Oliver Rolin, superviviente ideológico del Mayo del 68, refleja por conducto del protagonista en su novela Port Sudan, su desconcierto por el fenómeno:

“Yo no reconocía ya, en este país donde se pretendía en lo sucesivo zanjar causas humanas por medio de estadísticas que se engendran una a la otra, donde la vida y el mal, el honor y la infamia se calculaban en partes del mercado, no reconocía ya a la Nación a la que se había podido, en otros tiempos, llamar grande, y donde en todo caso el espíritu no había entregado todos sus poderes a las cajas registradoras de los comerciantes”.

Pero tal vez lo más terrorífico de todo, es que como afirma el sociólogo Zygmunt Bauman:

“Todas las ideas de felicidad acaban en una tienda”.

porque:

para el sistema de consumo, un consumidor feliz y que gasta es una necesidad; para el sistema de consumo gastar es un deber, tal vez dice Bauman el más importante”.