La Parada y el mantra neoliberal

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(EPA)- El Perú lleva la delantera en los conflictos sociales de la región. Si en los últimos meses y años se habían concentrado en provincias, muchas de ellas alejadas por miles de kilómetros de la capital, la semana pasada Lima y el mundo fueron testigos de lo que mejor se puede describir como una guerra callejera en el que fuera el mercado mayorista de alimentos de Lima, La Parada, en el distrito popular de La Victoria.

El resultado del enfrentamiento entre comerciantes informales, sus extorsionadores y la Policía Nacional del Perú (PNP) fue de 4 muertos, 136 heridos, 125 detenidos y 68 policías heridos. A estos números se suman las imágenes violentas y desgarradoras en que la turba de malhechores agredían a periodistas, policías y a los caballos de la policía montada, de los cuales 3 terminaron heridos y una yegua tuvo que ser sacrificada por la rotura que sufrió en una de sus patas.

 

La refriega comenzó el jueves 25 y no pudo ser totalmente controlada hasta el sábado 28, cuando la Policía pudo cerrar el acceso al mercado colocando vallas de concreto. Los orígenes de esta desgracia pueden ser ubicados en el histórico abandono del gobierno y la gran empresa privada de las zonas más desaventajadas y pobres de la ciudad como en la que se ubica La Parada. Pasados burgomaestres limeños dejaron a esta zona a su suerte y, entre sus cuadras, se fue forjando una especie de mini estado controlado por las mafias extorsionadoras de comerciantes honestos y trabajadores. Al tener el monopolio de la venta mayorista de alimentos, La Parada fue el primer emporio que creció en las primeras cuadras de la Avenida Aviación, célebre por la inseguridad. A sus espaldas, y a partir de los sesenta, crecería el emporio textil más célebre de Lima, Gamarra, otro lugar donde predomina la informalidad, la suciedad y la extorsión, y que fuera celebrado a principios de este año por Mario Vargas Llosa en su columna titulada “El orden espontáneo”, como modelo de progreso y superación. Allí hizo lucidez de la ignorancia que caracteriza la gran mayoría de sus textos políticos, al ver con buenos ojos que “los empresarios y comerciantes de Gamarra son unos liberales que se ignoran. Desconfían del Estado y del gobierno y repiten como un mantra: ‘¡Si sólo nos dejaran trabajar!’”. Luego de lo ocurrido en La Parada, ¿el Nóbel peruano repetiría sus propias palabras?

Con la intención de acabar con la informalidad, el subempleo, las mafias y la insalubridad que abundaba en La Parada, la actual alcaldesa de Lima, la socialista Susana Villarán (quien, para sumar a la inconsistencia política de Vargas Llosa, fue endosada por éste en la contienda electoral), decidió meter mano y autorizó la construcción y eventual reubicación del único mercado mayorista de Lima al distrito de Santa Anita. La transición se estaba prolongando por varias semanas, pero al jueves ingresar la Policía para cerrar definitivamene el acceso a La Parada, se conformó el momento que la mafia de la zona y los opositores políticos de la Villarán --que enfrenta una consulta revocatoria, justamente aprobada por el Jurado Nacional de Elecciones en los mismos días de los disturbios-- necesitaban para alzarse ante la autoridad y tratar de vender a la opinión pública la falsedad que la alcaldesa era enemiga del pueblo humilde, mientras que ellos, con la evasión contributiva, el subempleo y la extorsión como sus únicas cartas de presentación, eran los únicos que podían darle una subsistencia a los miles de trabajadores que dependían de las migajas que caían al suelo.

Las escenas de madres humildes, llorando por el cierre de La Parada solo buscaba perpetuar un modo de vida que no las beneficiaba y, por el contrario, ayudaba a perpetuar el ciclo de violencia y pobreza a la que esta parte de Lima estaba condenada. Estas son las instancias en que las grandes desigualdades de las sociedades latinoamericanas salen a flote y en el que la culpa --si es que se pueda adjudicar a algún actor-- usualmente cae sobre décadas de gobiernos corruptos y aliados a las mafias, y los grupos de intereses comerciales que encontraron, en la total ausencia del Estado, la portunidad para explotar a otros a cambio de un poco más de dinero. Este es el fenómeno de la informalidad, de operar al margen de la ley y cuando por generaciones se tiende a depender de un sistema alterno al institucional se crean sindicatos mafiosos que llevan a las personas menos afortunadas y débiles, a llevar trabajos de sueldos míseros como estibadores, vendedores ambulantes y ladronzuelos. Lo que Villarán a hecho es reincorporar un pedazo de Lima que había sido olvidado; un feudo de capitalismo salvaje que servía a unos pocos.

Ahora el gobierno de Villarán, que se ha digado en hacer lo que nadie nunca ha hecho en Lima, debe seguir poniendo la acción donde ha puesto la palabra y rescatar, en el sentido político y social, a La Parada, reinsertar a los miles de trabajadores ignorados a la fuerza laboral formal e ir construyendo, junto a la comunidad, una nueva ciudad verdaderamente inclusiva.