Amén ausente [de Betty Díaz]

Crítica literaria
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    ¿Quién es Betty Díaz, que nos ha sorprendido con una opera prima, la publicación de su novela Amén ausente? (2023, Editorial Ausente, Puerto Rico). No aparece información sobre ella; no hay solapas  que incluyan información sobre ella; solo aparecen en la contraportada los comentarios de tres escritores reconocidos: Dinorah Kortright Roig, Beatriz Navia y Luis López Nieves, en ese orden, que reconocen la destreza de la autora en el manejo de una historia compleja inspirada en sucesos reales sobre el robo de órganos en Mozambique, suceso que se desató en medio de la guerra civil que sobrevino luego de que el país africano lograra su independencia de Portugal en 1975.

     La descripción minuciosa de este aterrador negocio resulta perturbadora para el lector, que va descubriendo detalles de la mafia organizada a la que pertenecen el doctor Lino Agostini y su ayudante directo, el doctor Biagio, dos distinguidos cirujanos italianos. Asistimos al larguísimo viaje que realizan prácticamente todos los personajes a Nampula, Mozambique, la puerta del infierno. A partir de ese momento, la trama se va complicando.  La autora articula con destreza varios ejes narrativos que van enlazándose y llevándonos en medio de la violencia, la muerte y el terror  hasta alcanzar el estallido climático.

     La construcción de los ambientes está muy bien lograda en el texto, sobre todo la mozambiqueña. Las lluvias persistentes, los baches, los lodazales, la invasión de mosquitos, el calor sofocante, los montes, los bosques, sirven de marco perfecto para la acción trepidante en que se mueven los personajes.

     La novela se lee como un thriller donde la intriga y el suspense logran que el lector no se despegue de la lectura. La acción, que es intensa, y la estructura de creencias y valores religiosos que defienden o niegan los personajes priman sobre los efectos emocionales que los sucesos violentos y escalofriantes dejan en el alma o en la psiquis de los personajes. Probablemente sea porque la autora no quiera alejarse de la denuncia del suceso horroroso y desgarrador que vertebra la novela.

     Vemos entonces que coexisten en el texto los personajes que se abrazan a la creencia en  los valores cristianos de justicia, compasión y honestidad con los que, viendo la realidad de la pobreza, la injusticia y la violencia, dudan de toda esa estructura de creencias. Aparte quedan los desalmados, perversos y hasta siniestros que manejan el negocio criminal organizado atentos solo al lucro personal. La perversidad y la codicia de estos hacen que otros se pregunten por qué Dios permite tantas injusticias. Esta duda es la que expresa constantemente y con ingenuidad la niña de doce años, Czarina Agostini, quien dice: “¡Odio las dudas!”  “¿Soy pecadora si dudo? …¿No saben rezar las madres de África que pierden sus hijos? ¿Por qué la virgen no las oye a ellas?” La mente inocente de la niña no comprende cómo el cristianismo, con todos sus dogmas, preceptos, creencias y tradiciones se ha desentendido de las grandes injusticias que llenan de dolor y desesperación el alma humana. El clamor de los labios secos de tanto pedir no llega a los oídos de ese ser todopoderoso, perfecto e invisible. Claman los mozambiqueños víctimas inocentes de la guerra civil; claman los secuestrados que, sin ellos saberlo, llenarán con la venta de sus órganos los bolsillos voraces de sus captores; claman las monjas, pero tendrán que ver con dolor que  el fuego consuma el hogar de acogida de las Siervas de María por el que tanto habían luchado; clama Zara Agostini por el sentimiento de culpa  y por la sensación de complicidad en los “negocios” del marido que la mantienen  desesperada y ansiosa; clama el padre Jerónimo cuya fe nunca flaquea. Czarina no puede clamar: “¿Para qué le rezamos a ese Dios? Yo no estoy creyendo mucho en ese ser. No lo puedo ver; nadie lo ha visto”. 

     Ver para creer, reclama Czarina, como hizo santo Tomás, según el Evangelio de Juan. Pero no pudo creer, no pudo ratificar con un “Amén” el segundo acto de fe de su vida como cristiana. La sorpresa y, nuevamente, el horror sellaron sus labios y el amén no se pronunció: quedó silenciado, acallado, ausente. Dios no se hizo presente entre los que lo invocaban. Es en este momento cuando entendemos que sin Dios,  el hombre queda solo frente a la vida: sin consuelo, sin abrigo, sin acompañamiento. Solo. Totalmente solo. Desamparado. Dios se convierte entonces en una entelequia y en una necesidad que el hombre ha creado para poder enfrentar “le dur metier de vivre”. 

     Con esta novela Betty Díaz se inicia como novelista en las letras puertorriqueñas. Se ha atrevido con una trama compleja que le ha permitido demostrar que tiene pulso para narrar. Objetivamente, la edición necesitaría unos ajustes; aun así, estamos ante un buen comienzo.