Ante el oráculo del espejo

Cultura
(San Juan, 1:00 p.m.) 
¿Qué sería del mundo
sin los poderosos,
seductores movedores de masas,
solidarios de sí mismos
y de sus creencias,
qué sería del mundo
sin los fanáticos,
seguidores de los seductores
y movedores de masas?
Twitter, Facebook, Hola, ni People
tendrían razón de ser.
Ah, pero
¿qué sería del mundo
sin los que engañan
y los que se dejan engañar,
sin los que prometen las palabras
que no tienen;
qué sería del mundo
sin los que los validan,
y los perdonan y les sostienen
sus abusos?
Sicólogos, oligarcas, avaros,
ni ciegos tendrían empleo.
¿Qué sería del mundo
sin ese amor enfermizo
por las fórmulas, las cajas,
los fusiles, los armarios
tras los que se escudan todos ellos?
Abogados, ideólogos, militantes,
ni criminales de guerra
tendrían un lugar preeminente.
 
¿Cómo sería el mundo, sin ellos?
Una respuesta hurga, atrevida,
Desesperada; y algo ingenua,
murmura un significante de rebeldía:
el verso inconexo
es un todavía.
 
Sin todos ellos
quedaría por lamentar
el crimen de las psiquis traumatizadas,
los herederos de males congénitos,
las catástrofes naturales,
las rutinarias limpiezas
pandémicas de la tierra,
las desavenencias astrales,
y el llanto de los que viven
ante los muertos.
 
La bondadosa hoguera existe;
luego recibirá sus leños.
 
Y de los sueños buenos
de los hombres nuevos
renacerá Lebab, hija de Rolav,
nieta de Odeím,
biznieta de Orujnoc,
de la casa de Nomiad.