Madrugar o no madrugar

Cultura

(San Juan, 1:00 p.m.) En la última visita al psiquiatra, Amanda se prometió que madrugaría para ser la primera en la lista. Para no tener que conducir tan temprano decidió quedarse en la casa de su amiga Camila, que vive a cinco minutos de la oficina médica. Por esta razón, se levantó a las cinco y cuarenta de la mañana; se duchó, vistió y maquilló porque con la cara lavada no iba a ningún lado. 

Camila la noche anterior le dio las instrucciones que debía seguir: “Si te levantas y estoy dormida no interrumpas mi sueño. Puedes salir y cierras la puerta, aunque no le pongas seguro.” Amanda le prometió que cumpliría al dedillo sus directrices, pero no contó con su adicción al café. Al levantarse trató de hacer el menos ruido posible, pero su cuerpo le pedía a gritos una taza del oro negro caliente. Se bajó de la cama, que ambas compartieron, por el lado derecho y fue cuando Camila taciturna, le preguntó que si quería café. Amanda, sonriendo le contestó que sí y aprovechó para saber si tenía cinta adhesiva. Le explicó a Camila que la necesitaba para hacer un listado de pacientes en la oficina del doctor. Amanda, esperanzada, le dijo a su amiga: “Voy a ser la primera en llegar porque solo debo cruzar una avenida. Comprobaré si vale la pena madrugar o no madrugar.” 

Así fue como Amanda condujo hasta el edificio. En el estacionamiento solo había un carro. Cogió la cartera, la libreta, el bolígrafo y la cinta adhesiva. Subió las escaleras de prisa. Cuando llegó al segundo piso ya el papel colgaba de la puerta de madera. Ocho personas estaban antes que ella y apenas eran las seis y media de la mañana. Entonces le escribió un mensaje de texto a Camila donde le mencionó: “Hago el número nueve. Estos hijos de puta se reproducen como los mogwai en la película Gremlins cada vez que se mojan.”

Ni modo, no tuvo más remedio que colocar sus posaderas en el piso frío del pasillo que queda frente a la oficina del psiquiatra, porque no hay asientos donde sentarse.