Cándida

Creativo

(En tránsito y otros relatos. 2006, Isla Negra, San Juan )

Mientras tanto yo intentaba mantener la calma ante un clima no propicio. Más que nada cuidaba de ella, y cuidaba de ambos. Con la mano que aún me quedaba libre disponía de papel y lápiz, y tan sólo escribía.

El crucero alemán por fin hacía puerto en el Caribe. Había sido una travesía de tres semanas, en esta primera aventura turística de la conocida firma de buques alemanes Hapag Lloyd. La expansión comercial en Europa los llevaba a incursionar en el mundo de las jiras, pasajeros, y excursiones al paraíso exótico del universo antillano. Kraus von Kolh, Capitán del barco, llegaba a esta región hemisférica como lo había hecho hacia casi cincuenta años cuando se desempeñaba como limpiador de cubierta de un navío mercante americano. Era su herencia familiar la que lo había llevado desde tan temprano en su vida a trabajar en el mar. Más aún, dada la devoción de su familia a la religión judía se hizo necesario sacarlo del país cuando el nazismo espesaba su apogeo.

La entrada a la bahía fue de madrugada. Durante la semana se había comunicado desde altamar con las autoridades portuarias del país, notificándoles de su arribo. Kraus, por su carácter obstinado, no había permitido que uno de sus segundos oficiales hablara con los encargados en tierra. Por tanto, la comunicación se hizo más difícil. Su inglés y español eran apenas rudimentarios, y lo único que logró transmitir fue: cargo, Hapag Lloyd, early Sunday.

Norberto, el capitán del remolcador, se había extrañado. Le habían dado una orden para buscar en la madrugada del domingo un barco de carga, y seguía maravillado con su remolque: un crucero de turistas. Pensó que se trataba de otro de los innumerables problemas de la Autoridad de los Puertos. En todo caso, condujo el crucero al lugar asignado: el muelle B de Cataño.

Cuando Kraus vio el pueblo de Cataño pensó que el país, aquel de sus recuerdos no había cambiado mucho: seguía siendo un país pobre y aún lleno de hambrientos campesinos. Los segundos oficiales no habían querido importunarle ante su euforia, y aceptaron no cuestionar el porqué no se había dirigido al otro lado de la bahía donde se veía mucho mas colorido e iluminado. Tan pronto el barco fue sujetado a la orilla, Kraus le informó a sus ayudantes que habrían de ir de excursión y calmar la “sed” sexual de tres semanas en altamar. Ellos tan solo lo miraron y se sonrieron de este pobre capitán, cuya vitalidad, a los 65 años, seguía siendo la del niño aquel de la década de 1940.

Cándida llevaba tres meses trabajando en el bar “La Cruz”, el cual siempre ha quedado en la plaza del pueblo. Cataño no tenia nada que ver con Salcedo, el pueblo de donde venia en la República Dominicana. No obstante, los recuerdos de su país siempre se revivían en la vellonera Phillips, que mantenía encendida con lo mejor de Freddy Kenton.

Al entrar Kraus y sus oficiales se encontraron con una barra un tanto desierta. El alba ya despuntaba y Cándida estaba presta para irse a dormir. El se le acerco y, con toda la arrogancia de un alemán todo poderoso, extrajo de su cartera una moneda de diez marcos; al dársela el viejo Kraus le sacaba la lengua lamiéndosela contra sus labios y diciéndole a Cándida en su mal inglés: Woman, Woman, Woman. Los segundos oficiales se reían de las ocurrencias del viejo Kraus, quien les había prometido una noche de aventuras (como en los años 40) por tan solo diez marcos. Cándida miro la moneda, vio los labios rojizos del viejo Kraus, y oyó la palabra Woman repetirse varias veces. Su astucia marítima, sobre todo la del Canal de la Mona, también le había ensenado a vivir ante los peores naufragios y tormentas: su inglés también era goleta. Tan solo le dijo: No woman por diez chavous. The only baratou… the lanchi of Cathanou.