Woman del Callao

Creativo

(del libro En tránsito y otros relatos, 2002, Isla Negra Editores).

En Carriacau el sol salía siempre a la misma hora desbordado en alegría y como de costumbre se entretejía con el vigoroso Mar Caribe, cuya resaca llevaba largo tiempo acariciando la arenas tibias de la pequeña isla.

 

En el poblado los primeros rayos de sol alertaban de que la mañana ya hacía presencia; se iniciaba un nuevo día de trabajo. De trabajo colectivo en todo caso, dado que la revolución de los “school boys” había transformado todas las formas tradicionales que los habitantes del cayo tenían para resolver los problemas de la vida diaria. Ahora se imponía una disciplina central venida desde la isla mayor, Granada, como única forma de imponer el progreso para Carriacau.

Zuitfil se había transformado, de ser la hija de un pescador, en la administradora del pequeño balneario controlado por el estado. En todo caso, como negra de caderas anchas e historia llena de sacrificios, sabía que el mar y el sol eran la máxima expresión de felicidad que ser humano podía experimentar.

Juan había regresado tan sólo unos meses atrás de la prestigiosa Juliard School of Music de Nueva York, y había decidido regresar a su isla para explorar nuevos linderos musicales, pero sus ambiciones no encontraban recepción ni en la sinfónica nacional, ni en el pequeño club de jazz, El Gato Negro, ubicado en los Altos de Chavón en la Romana. Por tanto, había decidido embarcarse en las luchas de solidaridad, vía el güícharo, la tambora, el acordeón, y lo mejor del merengue dominicano en su mochila.

Había llegado a St George con la intención de ofrecer unos seminarios de ritmos caribeños, o por lo pronto, de lo que él entendía que eran dichos ritmos. El ministro de cultura le había dado una pequeña recepción y le había ofrecido que al cabo de las dos semanas del taller el gobierno central le habría de ofrecer un fin de semana en la villa recreativa de Carriacau.

Siete años más tarde Juan seguía pensando en ella y en su encuentro en el cayo de Carriacau.

Aquellos tres días que había permanecido en el cayo, le habían transformado sus pasiones y deseos sexuales. La mujer del cayo, como la llamó desde que la vio recogiendo algas a la orilla del mar, le evocaba un recuerdo que sólo la combinación de la luz, el calor, la frescura del agua y sus esencias naturales podían reproducir a estas alturas de la vida. No se podía desprender de la imagen de lucir como un par de cocolías en celo, revolviéndose entre cuerpo y cuerpo, embalsamados por la arena seca y las substancias: sudor y saliva, semen y fluidos vaginales que cada uno emitía; sobre todo por el aroma que dicha combinación de agentes líquidos, le producía en su memoria. Rememoraba el forcejeo sutil y tierno en una penetración continua y, a la vez, discontinua de sus deseos e instintos carnales.

La recordaba tan sólo en su mirada a la distancia, desde el puesto número 7 del malecón, entre el sonido del equipo de música portátil que tenia a media población bailando en la oscuridad nocturna producto de otro fallo eléctrico en la ciudad.

De ella sólo supo que se había casado con un soldado de Selma, Georgia, que había conocido durante la invasión. Nunca más supo de ella, mas, sin embargo, toda su pasión la había depositado en una canción que ahora tenia bailando a media nación: woman del callao, tiene mucho down, tiene mucho tempo, tiene mucho amor la woman del callao.