Amores Que Matan

Creativo

Era para mí difícil oír con claridad el sonido que hizo la cabeza al dar contra el piso. Solo la vibración del golpe, que cual onda de maremoto viajaba por sus venas de sangre detenida, me confirmaba que finalmente lo había matado. Estaba en mí y era mi destino, que cual Mantis Religiosa, al final, le quitara la vida al que tanto me había querido.

Tiene que haber sido amor. Y en una tierra en donde el cuerito y la carne frita siguen la teta y el biberón, la dieta de Chucho siempre fue para mí un continuo ramo de románticos manjares. De no haber sido así, habría permanecido latente, dormitando en su herencia.

Desde niños bebimos juntos. No fue difícil encontrar alcohol. Cucho siempre supo donde Papá tenía el whisky, la vodka, y la ginebra, ya que nunca realmente los escondió, ni tampoco se escondía para beber, pues tanto solo, como con sus amigos del dominó y el barbecue, se daba el palo delante de todos sus hijos. “Pruébate este deito”, nos dijo en par de ocasiones luego de sumergir su índice derecho en la vodka tónica. “Estoy loco por verte borracho”, escuchamos de su boca cuando tenía unos 8 años. Aun así, Cucho se escondía para darse el trago.

Nunca se llevó una botella completa. Hubiese sido muy sospechoso, y Chucho sabía que si Mamá se enteraba, aunque nunca había confrontado abiertamente las enseñanzas y ejemplos de nuestro padre, nos hubiese armado tremendo berrinche, y a la vez nos fustigaría las piernitas a correazos. Poníamos entonces la ginebra en una botellita de jugo hasta la mitad y nos íbanos pa’ debajo ‘el árbol en donde casi siempre nos esperaba José. Sentía allí como los fuertes y vaporosos espíritus del licor arrugaban las paredes de las juveniles y tiernas venas de Chucho, como preparando el camino para mi futura residencia. 

Las manifestaciones de pretendido bienestar de nuestra madre parecían ilimitadas. Una de nuestras favoritas eran las mañanas de huevos fritos que todavía mantenían la yema suave. “Sunny side up” como le mientan acá en Boston. A Chucho le encantaba mezclar la viscosa sustancia amarilla con la parte blanca y sólida, la cual mostraba sus entrecortadas líneas extra fritas en brown, a la vez que bordeaban los sutiles espacios cóncavos que aún guardaban parte del aceite caliente. A veces mojaba la yema con pan, y se quedaba embobado mirando la lenta gota dorada que suicida se lanzaba al plato y que este rescataba con su lengua, en un delicioso ritual que añadía una sonrisa a los labios de Mamá. Mas los eventos internos tenían de otro matiz. Y el endurecimiento de las arterias colesterinas comenzaba su largo viaje.

Cuando llegó el tiempo de mantener familia, ya Cucho tenía un trabajo que le pagaba lo necesario. Lo había logrado después de mucho tiempo universitario y una voraz pasión por la lectura, combinado con la requerida vida bohemia, que incluyó por supuesto toda la promiscuidad y el abuso de un cuerpo que parecía tener una vasta capacidad de aguantar, además de con los eventuales años de dedicación desmedida a la tarea asalariada. Su trabajo era algo que le gustaba, y lo abrazó con entusiasmo en sus años mozos pretendiendo que hacía una diferencia, la creación de ese mundo mejor que los libros y sueños de la academia le habían enseñado que era preciso buscar. Pero a estas alturas, y luego de sus hijos crecer, el peso de tragarse las insensateces de la burocracia habían hecho una mella tan grande en su espíritu que cada vez más eran la continuidad y profundización del camino de la bebida, y otros alucinantes psicotrópicos, los que le servían para escapar de tanta estupidez. Su cuerpo de adolescente se había esfumado, pero curiosamente descubría como su claridad mental se rejuvenecía con el empuje que inesperadamente ahora le daba el seriamente reconsiderar que todo cambio era posible. Decidió de una vez y por todas consagrar sus renovadas energías a esta tarea.

Mas ahí estaba yo. Viuda Negra empedernida, celosa y decidida a destruir esta aventura amorosa de Chucho, asegurándome de que fuese su última. No me importó cuando se casó, pues sabía que el romance no duraría. Tuve razón. Tampoco me afectó la llegada de sus hijos. Estos también se irían en algún momento y poco a poco lo dejarían de procurar. Volví a tener razón. De hecho, ambos eventos encajaban perfectamente en mis planes de destrucción a largo plazo. Pues nada más acerca a los humanos a su muerte que el saberse olvidado y despreciado por los que pensó que lo amaban. Pero ahora era diferente. Esta vez no tendría más remedio que hacerme caso de una vez y por todas. Pero para ello tenía que matarlo.

No sería difícil. Parecería repentino. Pero nada más lejos de la verdad, y Chucho lo sabía. Lo presentía en su cansancio de cortas caminatas, lo temía presente en sus cortas y rápidas respiraciones al final de las escaleras. Por ello apresuró el paso y como un condenado escribía todos los días, hasta entrada la noche. Todavía leía, como siempre hizo. Pero al sospecharse corto de tiempo decidió sacrificar la importancia de la lectura y más que nada escribió. Treinta años de libros leídos tenían que ser capaces de producir algo interesante. Su nombre comenzó a ser escuchado. Más publicaciones estaban dispuestas a divulgar sus ensayos, cuentos, y poemas. Algunas, hasta lo solicitaban. No podía creer su suerte. Estaba entusiasmado. Mas nada de esto pasó desapercibido para este coágulo que también llevaba treinta años de espera y formación.

Como tal no tenía estructura fija, y dependía para formarme del trabajo previo que la grasa acumulada en las arterias habría hecho. Esa placa fue mi mejor amiga, la que me trajo a la existencia, pues al romperse y llamarme para curarla, pude finalmente prepararme para enviar a Chucho a su muerte fulminante. Estuve algún tiempo en las paredes de la arteria, pero cuando vi que Chucho recuperaba su razón de vivir con ese reciclaje de viejas ideas en mentes modernas, decidí que era tiempo de actuar. Entonces yo también me desprendí y velozmente viajé hasta el cerebro. Solo tomó unos pocos segundos y Chucho cayó al piso, muerto y sin aviso, y con todos sus rejuvenecidos amores idos junto con él. El pobre hasta había pensado hacer dieta, y más ejercicios junto con su escritura. Pero fue ya demasiado tarde.