Voces caribeñas en un performance de Carmen Z. Pérez

Creativo

El sábado, 13 de abril a las 7:30 p.m. la actriz, directora y dramaturga puertorriqueña Carmen Z. Pérez, mejor conocida como Carmen Zeta, cerró espectacularmente (que valga el doble sentido) la Tercera Conferencia Caribeña Internacional, auspiciada por el Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras de Marquette University, en Milwaukee, Wisconsin, U.S.A. Con su adaptación teatral de Voces caribeñas, la además profesora de literatura hispánica en la Universidad de Puerto Rico, en Humacao, adentraba al público en el arrebato de una polifonía vocal tramada por su inventiva de veterana teatrera.

Voces caribeñas es un monólogo breve, de una duración total de quince minutos, a tres voces, hábilmente adaptado por Carmen Zeta, con base en los textos de tres escritores caribeños: Norge Espinosa, poeta, ensayista, crítico y dramaturgo cubano; Loraine Ferrand, actriz y escritora dominicana y la propia Carmen Zeta. La magia dramática de Zeta diestramente hilvanó el “Monólogo de la muerte”, que es parte de la obra Cintas de seda, de Espinosa; dos poemas sin título que forman parte del poemario Por abajo, de Fernández, así como “Paquetes, Inc.” del libro de relatos, de Carmen Zeta, titulado Pública intimidad.

Estamos ante un monólogo a tres voces femeninas, antillanas, heridas. En el brevísimo espacio de cinco minutos, cada voz se eleva en un desplazamiento gradual desde la mórbida oscuridad del abismo hasta la sátira, viva muy viva, que muerde. Así nos da Zeta la idea de una sola fémina, que es a un tiempo “diversa de sí misma” (para apropiarme el bello verso sorjuaniano). La idea unificadora de la producción es un concepto de lo que la propia dramaturga denomina “teatro pobre”, no por falta de virtuosismo sino por la desnudez del espacio escénico: habitado únicamente por el cuerpo de la actriz, enfundada en un atuendo monocromáticamente negro, pantalón y blusa con cuello de tortuga y mangas largas; una silla de ruedas para las primeras dos partes del tríptico monologado, o sea, las primeras dos voces; y las luces.

Incluso las luces reflejaban esta cualidad de elemental desnudez, siendo de un naranja mate que iba de más oscuro a más tenue. Los cambios de luces consistieron en tres simples pero poderosas transiciones entre cada una de las tres voces, diferenciadas por tonalidades diversas de dicha iluminación anaranjada. Sin bastidores para refractar la luz, sino simplemente con paredes desnudas y con una pared con pizarrón verde como trasfondo, Zeta adoptó un concepto de luces que incluía sombras reflejadas sobre parte de su rostro. Esto unido al hecho que tampoco hubo efectos especiales de sonido (ni micrófonos ni amplificadores, etc.), sólo la voz potente de la actriz haciendo retumbar las paredes de la sala, con cupo para noventa personas, produjo un efecto estremecedor.

Temáticamente, el tríptico monologado Voces caribeñas presenta la idea de un gradual retorno de la muerte a la vida en tres mujeres que se vuelven una. El primer monólogo proyecta la voz de Frida Kahlo, en su silla de ruedas, abrumada por el pathos del sufrimiento existencial de un cuerpo destruido por el brutal accidente que la dejó incapacitada de moverse libremente por mucho de su vida. La audiencia descubre con horror que ni siquiera en el más allá puede encontrar alivio el cuerpo magullado de la famosa pintora mexicana. Para esta primera descarga vocal, Zeta simplemente se echó a los hombros una estola de coloridos diseños sobre fondo blanco, invocando así el gusto de Kahlo por atuendos tradicionales de las indígenas mexicanas. El juego de sombras en una mitad del rostro del personaje, juntamente con el grito desgarrador que emanaba de su cuerpo adolorido, produjo un efecto sombrío, aterrador y devastadoramente triste.

En la siguiente descarga vocal, Zeta aparece todavía sentada en la silla de ruedas, cabizbaja y mustia, ahora sin la estola sobre sus hombros. Desde ahí emerge una voz femenina que evoca sufrimiento emocional y que narra la experiencia de tal dolor desde un cuerpo femenino. Dicho dolor se evidencia en la impactante imagen poética, monologada por Zeta, de lágrimas que caen profusamente bañando los pechos de la mujer. Si bien gradualmente, dicha mujer emerge, se levanta de la silla, se sitúa tras la misma y fluida como agua se adentra en un flujo y reflujo corporal, que evoca el de la marea, todo esto mientras va narrando sus luchas y sentimientos de ira al público.

Para la tercera y última descarga vocal, la silla de ruedas ha desaparecido del campo visual de la audiencia. El personaje adopta una cara “guasonesca”, camina en círculos, sube algunos de los escalones que la llevan hasta el público y con gran sarcasmo anuncia los servicios de la compañía “Paquetes, Inc.”, en donde se pueden comprar “paquetes humanos”, no a la manera de “Coquí-Grams”, como destaca ella misma con gran sorna. En cambio, el destinatario puede literalmente recibir a la persona amada que está a la distancia y que llega “empaquetada” hasta su puerta. Aunque “tentadora” de primera intención, esta idea, pronto se descubre, contiene un germen de horror. La mercantilización del ser humano como un producto más dentro de la lógica de un capitalismo deshumanizante culmina, más macabramente, en desmembración y potencial destrucción física, con la aterradora imagen final de un paquete con tan sólo un corazón humano.

Del silencio estremecido de un público suspendido por el grito de una Frida réproba, al vértigo vital ante un cuerpo femenino abacorado por el dolor emocional y la iracundia, hasta la pirotecnia en la farsa de un mundo de “paquetes” o embustes, en donde el ser humano no es más que un “paquete”, en este monólogo adaptado, el virtuosismo tanto actoral como directoral, de Carmen Zeta Pérez [1]  sumerge a la audiencia en una alucinante polifonía vocal en clave caribeña.

 

La autora de la reseña es escritora y profesora de literatura latinoamericana en Marquette University, Milwaukee, WI, U.S.A.

Notas

 

[1] Para aquellos interesados en la dramaturgia de Carmen Zeta, cinco piezas suyas fueron recogidas y publicadas, en el año 2011,  por la Editorial Isla Negra (www.editorialislanegra.com), con el título de III + 3 x Z.