La serpiente o el testimonio del noveno pasajero

Creativo

A mis amigos y amigas del Concilio de Iglesias de PR.

por su fe y por mi esperanza.

La última vez que los vi a todos, la barca aún no se había hundido. Luego comenzó el mal tiempo, los truenos y el oleaje. Realmente hablando Noé no sabía conducir la barca, la cual tenía pobre capacidad de desplazamiento y sobre todo de propulsión. En los planos espirituales, Noé no lo había contemplado todo, así que partió de la premisa que fue suficiente el pacto con Dios. A partir del mismo, entendía Noé, que todo habría siempre de tener una solución.alt

Lucrecia avisó antes del golpe, pero el estado de la tripulación masculina era tal, que ni se dieron cuenta. Luego se salvaron los que pudieron, hasta que yo intervine. Ahora ustedes se preguntaran, quien soy yo. Les cuento.

Sin lugar a dudas que todos los textos, en particular las santas escrituras, han hecho mención que aparte de Noé, sus tres hijos Sem, Cam y Jafet, y las cuatro respectivas esposas, todo lo demás eran animales. Yo les digo que no. Las santas escrituras se equivocaron. Yo era un extra-acompañante. Yo fui de polizón en el arca de Noé. Y aclaro, el relato que hoy les acompaño sé que podrá cambiar el curso de la historia, pero es importante que se sepa. Yo fui el noveno pasajero y tripulante de dicha embarcación. Por eso puedo contar esta historia.

El problema que nadie ha querido explicar es a qué se dedicaba Noé antes de zarpar, movido por las grandes lluvias. En aquellos días todos recibían mandatos, y pocos los cumplían. Por alguna razón que nunca me explicaron, Noé recibió el pacto de Dios y decidió implementarlo. Lo interesante es que nadie en el barrio le hizo caso. Por eso es que no lo acompañaron. Más aún, por carecer de un pasado claro, y más que nada por tener una vida turbia, la gente pensaba, como de hecho lo comprobó luego de las lluvias, que Noé era simplemente un borrachón que había tenido apariciones. Su poder de convocatoria era literalmente hablando, muy pequeño. Salvo los animales que encontró en el camino, y algunos que se tomó a préstamo sin el conocimiento de sus dueños, Noé no logró convocar exitosamente a humano alguno. Solo las familias.

A falta de convocatoria, tuvo la suerte divina que sí se puso a llover. Eso de los 40 días y 40 noches, pasó, pero nadie ha explicado como eran las condiciones internas en esa barca. Yo soy testigo de los malos tratos, de que sacrificaron algunos animales que se comieron algunos y sobre todo, que los mantenían enjaulados para que no afectaran las condiciones de los tripulantes, los ocho miembros de la familia de Noé. Por mi nadie pensó, yo simplemente estaba ahí, de forma invisible, pero nadie pensó en mí.

¿Me creen? Si me creen continúen leyendo mi testimonio. Si esto les da aversión, desistan, pero espero que con esta contribución puedan ayudar a reescribir la historia, por lo pronto la social, pues la de las santas escrituras es imposible de editar. La social sí. Para eso es que los invito, a cuestionarse que pasó en el arca, por qué nadie les ha contado que nos hundimos, y que se murieron todos los animales y los tripulantes. Bueno, cualificó, casi todos se murieron, pues cuando continúen leyendo descubrirán lo complejo de este testimonio.

Lo cierto es que yo logré acceso a la barca, pues entré como otro animal más. No era uno de los deseados. Realmente hablando, no fui uno de los escogidos de Noé. Menos de sus hijos quienes son realmente hablando los que controlaban la conversación. Estos han tenido siempre más historia que el propio Noé. No se olviden que Canaán, es el hijo de Cam, y por ahí sigue la historia. A fin de cuentas, todos los negocios han sido siempre un asunto de familias y generaciones. Hasta que yo llegué.

Por eso es que mi testimonio es tan importante, pues yo soy el excluido. Y los problemas de la exclusión comenzaron conmigo. Comenzaron a partir de mi propia existencia. Yo soy el símbolo de la exclusión. Querida lectora, es que no te has dado cuenta quien soy yo: yo soy la serpiente. Soy sinónimo del mal, soy el representante directo de Satanás, el diablo, Lucifer, el séptimo círculo, en fin, de todos los males de la humanidad desde el mero comienzo, he sido yo el responsable. Y digo yo en masculino porque nadie ha tomado tiempo, ni en las santas escrituras ni en los textos históricos para determinar mi sexo. Se presume que era una serpiente macho. Pues sí que lo era y lo soy, y nada de eso ha cambiado, como tampoco ha cambiado ser el excluido.

Aquí mi molestia con Noé. Cuando Noé iba por su barrio vio muchas serpientes. Pero no escogió ninguna. A pesar de que no lo crean, todas las serpientes no somos iguales, en algunas Satanás ejerce mayor control, en otras como yo, su poder es más distante. Entonces, que hacer. Pues incidir en la historia y forzar algún tipo de comisión de la verdad, que me escuche. Que escuche mi testimonio, y que me ofrezca el perdón. Yo deseo ser perdonada. Yo no he hecho nada, al contrario yo hice un favor a la humanidad, y por tanto, quiero que me perdonen, y sobre todo que la humanidad se reconcilie conmigo. Es decir, pido plenos derechos como eventualmente pasó en la humanidad con otras personas que fueron acusadas de genocidios y destrucción, que han sido perdonadas. Pero yo no. A mí me han dejado en la misma posición.

Pues les cuento. La noche que se hundió la barca, Noé y sus hijos habían sacrificado un novillo de una vaca que lo había parido hacía apenas nueve días. Entonces, con unas uvas que habían traído, sólo para ellos, pues nunca hablaron de la comida para los animales, las fermentaron he hicieron un vino amargo. Lo sé pues yo probé un poco. Nada, cosas del destino, yo también tengo mis problemitas, algunos de alcohol, y esa noche tanto el vino como la carne, estaban buenos. Sí. Yo tuve algunos beneficios en el Arca, pues nadie me prestaba atención y como tampoco me ven, pues me arrastró por el suelo, podía llegar sin causar mucho revuelo a los sitios. Sin lugar a dudas no hubiera sido igual, si en mi caso fuera yo el León.

La cosa es que las lluvias ya habían parado. El agua comenzaba a bajar en su intensidad, y en algunos lugares se veían promontorios. Entonces, con la borrachera que tenían Noé y sus hijos, las mujeres que estaban aburridas y solas, Lucrecia la mujer de Sem, divisó una roca a la cual se dirigía la barca, literalmente hablando, sin dirección. Cuando les gritó peligro, ya era tarde. Y como todo proceso de hundimiento, siempre pasa en fracciones de segundo. Por el roto que se le hizo a barca comenzaron a salir todos los animales, y en la estampida, muchos murieron pisados por otros animales.

Las pobres mujeres de los hombres de Noé, se amarraron a unos pedazos de madera de la embarcación y se movieron hasta la punta del promontorio con el cual había chocado la embarcación. Jafet, pensando en el futuro de los más jóvenes, y siendo el que menos borracho estaba, tomó a su hermano Sem por un brazo y por el otro tomó a Cam, y siendo él el único que sabía nadar, también los condujo al promontorio donde estaban las mujeres.

La barca se hundía con rapidez, y siendo Noé el capitán, pues asumió cierta responsabilidad en este momento y decidió ser el último en salir. Esto fue algo que en el pacto con Dios nadie se lo dijo. Pero a partir de ahí se estableció la norma, que todos los capitanes han respetado. Lo cierto, es que la borrachera de Noé era tal, que no podía moverse y se estaba hundiendo con la barca. Su muerte era inminente, y sus hijos lo habían dejado a perdida con los animales.

Pues bien, ahora viene el momento del perdón. Cuando veo que Noé se iba a ahogar, decido yo intervenir, y siendo la serpiente de barco e hijo de Satanás, me hice aún de tamaño mayor, y amarré a Noé por el cuello, y con el sobrante de mi extensión me puse a nadar, y lo llevé allí junto a los suyos. Sé que Jafet, Sem, Cam y Lucrecia lo verbalizaron: el hijo de Satanás ha salvado a nuestro padre. Ahora tendremos que perdonar a la serpiente.

“Despierte, señor, despierte”. Cuando Benito Justomar, un pescador comunitario de consagrada experiencia, comprendió que roncaba en uno de los bancos de la iglesia, se compuso y se sentó de forma correcta para la ocasión. El monaguillo no sólo lo despertó sino que le pidió la primera ofrenda, la que beneficiaba a la iglesia. De sus bolsillos sacó un billete de $10 dólares y se los entregó.

Se rio. Pensaba en el sueño que había tenido y la serpiente. Luego pensó en el perdón. Luego pensó en la Morena, esa violenta serpiente marítima color chocolate oscuro, que había pescado, y por la cual le habían pagado los dólares que hoy entregaba en la ofrenda.

Benito Justomar se sonrió y se quedó pensando. “La próxima vez que pesque una Morena, la voy a perdonar. Le daré vida”.