“¡Salud! Pues no es un
mal hado sino el derecho
y la justicia el que te ha
inducido a seguir este
camino, que está, por
cierto, fuera del
transitar de los hombres.”
Parménides, Sobre La Naturaleza
La injusticia, que cual virulento manto
parece arropar y oscurecer hasta las más
recónditas rendijas de nuestro mundo,
carga también, callada entre sus alas, el
fuego de dioses prometido en los antiguos.
Pronosticando entonces la retirada de las
sombras, nuestras entibiadas conciencias
imaginan una convivencia en donde casi
nada de lo que es sería.
Es un llamado a una batalla de
innumerables e insospechados frentes.
Pues aún el claustro, ocasional ladrón y
repartidor de letrados y encendidos
carbones, mora en la penumbra,
multiplicando sus habitantes
crepusculares, que aunque brevemente
iluminados, claudican, como si
condenados por Hera, en cacofónicas
repeticiones de final tronchado en
metáforas ajenas.
Rodeándose de innumerables acólitos
que, embobados por la incidental justicia,
alimentan la futilidad y debilitan el anhelo
revolucionario, los nuevos soñadores
imperiales apuestan a la evolución de sus
entrañas, intentando extirpar la razón de
su partida.
Mas hay para quienes la transparencia es
un don del ojo, y así ganan medalla en las
acusatorias y oficialmente forzadas
categorías, oro en pica pleitos con valla,
plata en egoísmo destructor de todo lo
bueno, y bronce en el maratón pesimista.
Los cuadros de este pretendido
pensamiento evolutivo, en ceremonia de
premiación alterna, también entregan
certificados y lazos azules de fácil
identificación pública para las solapas de
los que, según ellos, ven tormenta en cada
nubarrón.
Parecería entonces que está escrito.
Mas en una historia donde las páginas del
próximo capítulo permanecen en blanco,
todo aquel que vive, pluma en mano,
cualifica como autor.
Sólo basta divulgar el poder y derecho de
todo intelecto de plantar estaca de reclamo
en la paternidad del futuro, socavando la
pretendida inevitabilidad de los mandones.
Jamaqueados entre mayorías que
acorralan y costumbres que atosigan,
recobramos la familia como último bastión
de defensa y refugio de callada
conspiración arquitectónica del nuevo
orden.
Propondría además la amistad profunda,
multiplicadora del concepto familiar, donde
aún el jangueo de la esquina, progresa en
categoría.
Desarrollaríamos la tesis de la
independiente y minúscula asociación,
perfeccionaríamos la ética de una
igualitaria teoría corpuscular sin comando
central, y haríamos de la coalición, cuando
necesaria, un arte en las musas de la
tolerancia.
Pero aún no es así.
Andanzas fuera del círculo íntimo aún nos
enlodan en inevitable fango institucional.
Si se sale, debe ser con armadura de claro
pensar.
La propuesta de cosmología familiar no
puede tener precio, pues las salidas del
lar, acarrean seductora e imperceptible
tentación imitadora.
Sólo inmunizándose con la práctica de
libertad e igualdad entre amados y amigos,
evita el contagio, creando, cual epidemia
en reverso, un cautivador brote de bondad,
un nuevo modelo de las cosas.
Mas ser objeto de tal visita
prometeica no es cosa fácil, y quien viva sus horas
cargando llamaradas en la cabeza, sabrá
bien de lo que hablo.
El día de la dedicación total al grupo de
amados y amigos demora, y el necesario
pan es todavía parte integral del chantaje
de los madamos, obligándonos a trabajar
para otro.
Amargo trago de contenidas iras
cotidianas que por reprimidas, carcomen el
alma.
Son estas pequeñas y casi inútiles incursiones, las inesperadas y febriles forjadoras del como debe ser.
Siempre a tres dedos de distancia del
desquicie, volvemos a los amados y
amigos, sedientos por la cura del cariño
real, y ansiosas por practicar nuestra
propuesta de futuro.
Tanto roban que ni del derecho de
educarnos nosotros mismos se olvidan,
haciendo de esta la más difícil de todas las
revelaciones, pues se jactan en la nobleza
del conocimiento que aparentemente
regalan.
Miremos bien, no es nuestra, y de pública
la educación solo posee el nombre.
Nací inundado de preguntas, y la
curiosidad mi mejor brújula.
Crecí, y en mi primer tiempo de uniforme,
callar, sentar, y esperar mi turno
aparecieron de la nada y sin explicación
como nuevos nortes morales.
Y sin importar como mire el plantel, lo
encuentro veo al otro, al que juega con mi
sustento y me ata a lo que no quiero.
En ocasiones aprendo lo que quieren que
aprenda, aun en el orden sus sabios
determinaron correcto.
Me juran que preguntar es bueno. Mas si
pinto fuera de la raya, no me dejan.
Benévolo gesto de generosidad, duro de
discernir, en perfeccionado discurso de
servicio al necesitado.
Aquí, donde la realidad es otra, aunque no
exista lugar para ella. Esa es la escuela.
El último lugar se decide de antemano, y
aún nos obligan a la competencia.
Mas los negantes apologistas señalan las
togas, mientras introducen diplomas como
evidencia de valor al jurado.
Pero no son los que empiezan, cuando los
que terminan son muchos menos, en este
fracaso a voces, carnaval de pretendida
ceguera.
¡Vengan diplomados! Convidan las
embriagadas bocas del poder.
Añadamos sus merecedores nombres y
apellidos a la lista de los selectos y
afortunados que aprendieron las reglas, y
que ahora ejercerán como sacerdotes de
nuestra sagrada perpetuidad.
Efectivo colador de densa tela es el
colegio, colocando la hechicera palabra en
nuestras manos, festejan los titiriteros.
Y ese uno en un millar, hilvanando
milenios de interrogantes textuales,
cuestionando el Alma Mater que lo parió,
imaginando una posible danza sin hilos, no
parece preocuparle a los saltimbanquis de
la autoridad.
Miseria y vilipendio hallarás en vida, le
predicen los productores del festín.
Ejemplo del sufrir serás, confirman los
malabaristas de lo establecido, para que
los que en ti, aún levemente encuentren
valía, lo piensen dos veces.
Pasa el tiempo y más me quieren
convencer del enredo en mi marasmo, y
de que acepte la nostalgia en la añoranza
de mi bravura ancestral.
Declino, pues entre mis amados y amigos,
mi familia, renunciamos a la decadencia
intelectual y marcamos el final de nuestra
creatividad en el camposanto.
Activadas las máquinas del tiempo, aún
queda voz para instruir emancipación a
mis hijos.
Quiebro la normalidad, y resisto el intruso
avasallador intento de apoderarse del
entendimiento de mis retoños.
Aprenderán a mis pies, colocando la
longeva e irrestricta curiosidad en su
antiguo pedestal.
Eliminaremos la multa carcelaria a la
libertad intelectual, jamás serán los míos
un fracaso documentado, y mucho menos
un éxito de empresa ajena.
Cortaremos la mano de la segregación
escolar en ceremonia de inauguración al
nuevo paradigma, en donde todos
sabremos todo, todo estará en todo, y el
yugo del especialista limitador de caminos
desaparezca.
¿En donde se desprestigió lo natural? No
sabemos.
Y aún desconocemos cuando el aprender
la lengua en la falda materna perdió
respeto.
Mas si cuando niño fui capaz de tal
complejidad, entonces hoy también soy
capaz de todo.