¡Adiós, Leo!

Creativo

altAllí seguía Leo, entre la basura y los gusanos, sin que nadie lo viniese a recoger. Tenía frío, estaba perdido, con miedo y hambre. Buscó entre las cajas y encontró algunas papitas  sucias de un fast-food y una hamburguesa medio morder, la mayonesa rancia le revolcaba las tripas. Ni modo, a al menos se podía comer. A mitad de su miserable banquete, sintió cerca las pisadas de un perro grande que gruñía. Leo se escondió veloz en una caja, donde se fue quedando dormido.

La tarde anterior había salido de paso en carro junto a papá y un vecino. Fue bastante raro, normalmente solo mamá y Carlitos lo llevaban de paseo. Además, sabía que papá nunca lo quiso mucho, se quejaba cuando hacía ruido o cuando se ponía a jugar con sus cosas. A veces notaba que papá lo miraba con un desecho, como si a sus diez años ya no sirviera para nada. Por eso le estuvo extraño que lo invitaran; sin embargo, los acompañó agradecido, esa era su naturaleza. Mientras los dos hombres iban conversando sobre mujeres y política, Leo miraba contento a través de la ventana otros mundos, otras vidas que pasaban a gran velocidad, como si fuese un televisor. Le gustaba asomarse por alguna rendija para que la brisa acariciara su cara, y sacar la lengua para sentir el viento.

Al llegar a la parte posterior del centro comercial, papá detuvo el auto.  Leo sacó rápido su cabeza de la ventana y se asustó. Nunca habían parado allí. Miró preocupado a los adultos. Papá le grito que bajara del auto. Leo no entendió bien lo que pasaba y se aferró lo mejor que pudo al asiento posterior del vehículo.

So cabrón, desgraciao, que te bajes. Nosotros te buscamos más tarde ­–le dijo halándolo por el cuello. Leo gimió y se bajó asustado.

Allí quedó, confundido y acompañado por extraños. Un anciano junto a su perro igual de viejo buscaba latas entre la basura; así  pasaban las horas y Leo se angustiaba más, no podía entender por qué lo habían dejado allí, por qué no lo iban a buscar. Se acurrucó bajo las escaleras de una trastienda mirando hacia la calle, las lágrimas no le dejaban ver con claridad y lentamente se fue quedando dormido.

Al día siguiente, Leo trató de no alejarse mucho del área. Pasó el día deambulando, quizá era día de fiesta, pues no había mucha gente. Pensó mucho en Carlitos, en la comida que le daba mamá. Tenía hambre, frío y miedo. En la tarde, no aguantó más y buscó comida entre la basura, algunas papitas sucias y una hamburguesa medio mordida, su dañada mayonesa le revolcaba las tripas. Leo se dio cuenta de que un perro grande se acercaba gruñendo. Se escondió tras unas cajas, estaba asustado. Finalmente se quedó dormido por el agotamiento.

¡Una explosión! Leo por poco muere del susto. ¡¿Qué fue eso?! Se dio cuenta de que unos adolescentes le habían tirado un petardo en la caja donde dormía. Comenzaron a perseguirlo. Leo chillaba y corría asustado. Sin saber cómo, accidente o incidente uno de los jóvenes le atropelló con su bicicleta. Leo sintió cómo se le trituraban las costillas. Le salía sangre por la boca  y huyó como pudo a refugiarse entre la basura. Los tres adolescentes se marcharon sin ayudarlo.

Leo recodó cuando era pequeñito, sus tres hermanitos junto a su mamá. Cuando la mamá de Carlitos lo adoptó, y lo mucho que ambos lo querían. Se sentía cada vez más cansado, tanto que el dolor se hacía sordo y la vista se le iba nublando. Ya no sentía nada…

*****

– ¡Papá, allí está! –gritó ilusionado Carlitos, señalando desde el carro el cuerpo de quien parecía Leo.

–No, ese es otro perro muerto… –dijo el papá y aceleró la marcha.

– ¡Adiós, Leo! –murmulló el niño,  lloró silente pensando en su perro y se acurrucó en el asiento posterior del carro.