Mamá una lágrima de chocolate, por favor

Creativo

altEra temprano en la mañana, Mariana se levantaba, como casi todos los días en los pasados 10 años, a las 5:30am. Era su único momento de relajación en el día, y un momento que como ella siempre decía, se lo podía dedicar de forma exclusiva. Pero una vez entraba el día, comenzaban los corre y corre para organizar y llevar a la escuela, a sus dos pequeños infantes, Víctor Manuel y María del Carmen.

-Mami despierta que te quedaste dormida-. El pequeño Víctor Manuel, con apenas 5 años, y reconociendo que estaba tarde para la escuela, agitaba a su madre, para que ésta saliera del profundo sueño.

Así habían pasado los años, desde que a la temprana edad de los niños, cuando Víctor Manuel tenía apenas 5 años y María del Carmen 4 años, el padre y esposo, José Alberto, le había pedido la separación y luego el divorcio. Nunca supo más de él. Un día, luego de formalizar todos los trámites legales, José Alberto le indicó que habría de mudarse a Nueva York. Se fue, envió por los primeros dos meses la pensión correspondiente a los niños, y luego desapareció. Habían pasado ya cerca de 10 años, y no había vuelto a saber de él.

Mariana vivía la ruptura con mucho dolor, sobre todo en esos primeros años que se vio completamente sola una vez se había ido José Alberto y su madre había fallecido. Sólo se quedó ella con los niños, pues sus hermanos se habían embarcado para Massachusetts y Nueva York. Su familia era apenas los niños y ella.

-¿Mamá por qué lloras?- con cara inquisidora, Víctor Manuel acompañado de su hermanita, le preguntaba a su madre a quien veían todo el día sentada en un sofá y llorando.

-Mi niño hermoso, el más querido, no lloró. Estoy haciendo lágrimas de chocolate para que tú y tu hermanita se las puedan comer. Te prometo que esta noche, te daré una barrita de mis lágrimas-. Con ese tono y creatividad, Mariana intentaba disuadir a sus hijitos de la fijación que tenían con ella en este momento de dolor ante la ruptura. Para ellos, la sola idea que tendrían chocolate, era lo suficientemente para que la dejaran tranquila y se fueran a jugar a la calle.

En ese silencio y soledad de por lo menos un compañero que compartiera el cuido y desarrollo de los infantes, Mariana había logrado mantener junta a su familia y echar adelante con ellos. Seguían viviendo en la casa que su madre, antes de morir a una temprana edad, le había dejado en Barrio Obrero, la histórica comunidad de Santurce, de donde venían casi todos los grandes cantantes de salsa.

-¿Mami, tú crees que papi me traerá un regalo en el Día de Reyes?- con unos ojos tiernos pero llenos de tristeza, María del Carmen le preguntaba a su madre por sus regalos, pero más que nada era un recordatorio que llevaba cuatro años en los cuales no había visto a su padre.

Allí en el número 2009 de la calle Barbosa de Barrio Obrero, Mariana se crio con su padre Ernesto y su madre Lucrecia. Era un hogar humilde, pero lleno de felicidad. En particular, porque su padre quien era obrero de construcción durante la semana, y pescador aficionado en los fines de semana, no perdía tiempo para hacerlos reír a ella, su madre y sus otros dos hermanos. Mientras, Lucrecia, una fiel creyente del cristianismo moderno, entre risas y cantos, se dividía entre su familia y la Iglesia Piedra Ejemplar de Dios, la cual quedaba en la avenida Eduardo Conde, también en Barrio Obrero.

Era el barrio que la vio nacer, y como ella decía, que la vería morir. No tenía aspiración para más, y con su sueldo como maestra del sistema de educación público del país, no podía aspirar a pagar una hipoteca. Sobre todo que de su sueldo dependían los niños y ella. El precio de ser madre soltera, era el costo de todos los gastos y responsabilidades que ella tenía que asumir. Pero, como siempre lo decía, lo hacía por el bienestar de los niños, para que tuvieran un mejor futuro.

-A ver Víctor Manuel, ¿terminaste la asignación de ciencia? Ya sabes que mientras no la termines, no saldrás a jugar ni te llevo al boys club para tu práctica-. Eran apenas 11 años los que tenía el niño, pero Mariana le hablaba con toda la seriedad y autoridad como se dirigiera a un adulto. En esa difícil transición de niñez a la adolescencia, Mariana intentaba controlar más la vida de su pequeño hijito para que no se le descarrilara.

Todas las mañanas, cuando se levantaba, le rendía una plegaria al señor de tener la fuerza para mantener encarrilado a su pequeño hijo. Sobre todo, ahora que el barrio se había transformado y donde la violencia y trasiegos de drogas controlaban algunos sectores, pero en particular donde su calle, como ella le decía a sus hijos se estaba dañando.

Mariana vivía con cierta tranquilidad porque sentía que a pesar de haber criado a sus hijos ella sola, los buenos principios, mantenerlos fijamente en la escuela, y sobre todo los valores cristianos, le habían garantizado ahora que los niños ya tenían 14 y 13 años, estuvieran bien y encaminados. Sobre todo que a ambos les dedicaba una atención especial, y los mimaba entre el deporte y los pasadías en los museos que a estos tanto les gustaba.

Había visto con aprobación el que Víctor Manuel es matriculara en el gimnasio de boxeo del barrio. Allí el Héctor “el Flaco” Sánchez, boxeador consagrado de la comunidad, practicaba, a orgullo de todos. Entre su hijo y éste se había desarrollado una linda amistad, donde el boxeador Sánchez le hablaba como a un hijo, y le explicaba todos los trucos de boxear, defenderse y pegar le duro al del frente.

-Mamá mira lo que me regaló el Flaco-. Con orgullo el jovencito adolecente Víctor Manuel le mostraba a su madre, unos guantes sucios y medios raídos, pero históricos pues fueron los que había utilizado el Flaco para entrenar antes de su combate por el campeonato mundial de boxeo aficionado en el año 2005, cuando en las 140 libras obtuvo la medalla de Oro.

Eran unos guantes importantes, pues esa medalla se ganó en Puerto Rico, bajo la dirección de José Luis Vellón, -el mejor entrenado de boxeo del mundo-, como le contaba el Flaco Sánchez a Víctor Manuel. Lo lindo era que el boxeador le impartía un rico entusiasmo al jovencito quien deseaba seguirle los pasos en el boxeo aficionado y luego profesional.

Había comenzado el mes de marzo, y Mariana se sentía contenta, pues se avecinaba la semana santa, y le había prometido a sus hijos, como premio por todos sus esfuerzos llevarlos a una casa de playa que habría de alquilar en el pueblo de Rincón. Esto a los chicos les encantaba pues era irse de San Juan, a la playa y coger un aire fresco y distinto al que recibían en el barrio.

También se trataba de unas buenas vacaciones para planificar el verano, estar en tranquilidad con sus chicos, y sobre todo poder planificar las vacaciones de verano donde les había prometido llevarlos de viaje a Nueva York a visitar a sus tíos y primos.

Esa noche, Víctor Manuel le había pedio permiso a su madre para quedarse hasta más tarde en casa del Flaco, en la calle Valparaíso, compartiendo con la familia del boxeador y viendo películas de boxeo. La madre, con el mismo amor y ahora admiración por su pequeño gladiador, le había dicho que sí, no sin antes haber hablado por teléfono con Doña Carmen, la madre del Flaco para confirmar que todo estaría bien.

Mariana se había despreocupado y su hijo se encontraba pasándolo bien con el Flaco viendo películas, hasta que a eso de las 11pm, unos hombres llamaron a la puerta e invitaron al Flaco a hablar en la calle con ellos y caminaron hasta la esquina a la calle Principal. El Flaco salió y Víctor Manuel, ahora su fiel compañerito, lo siguió. Estaban hablando de boxeo, de peleas por venir y por ganar y perder. Los hombres, tres en total, habían traído una caja de cervezas locales, y le habían invitado a Víctor Manuel a beberse una.

-Tome muchacho, para que vayas aprendiendo- le dijo el hombre más gordo, Bienvenido, mientras se reía junto a los otros, por la nueva experiencia que Víctor Manuel estaba disfrutando con ellos. La primera cerveza dio paso a la segunda, y cuando dieron la 1am del domingo, ya Víctor Manuel se había dado tres cervezas y lo más que quería hacer era ir a un baño y descargar todo el líquido que tenía dentro.

Fue en ese momento que volvió a la casa. –Ya ves. Estas aprendiendo a beber cerveza. Ahora tienes que aprender a mear lo menos posible- le decía el Flaco Sánchez riéndose junto a sus amigos. Víctor Manuel se fue a la casa de Doña Carmen, y cuando estaba en el baño escucho una ráfaga de balas ensordecedora. Se tiró al piso como pudo en el pequeño baño, hasta que sintió que el ruido había pasado.

Doña Carmen se levantó, y salió corriendo a la puerta de la casa, y sólo se le escuchaba gritar –me mataron a mi hijo, me mataron al Flaco, ¿Dios mío por qué?

La llamada de una vecina despertó a Mariana. Le dijo toda nerviosa que habían matado al Flaco Sánchez, junto a otras personas en la calle Principal. Mariana comenzó a llorar profundamente. Pensaba que lo peor se avecinaba, la noticia de que su hijo había sido también asesinado. No sabía que hacer, pues llamaba descontroladamente a la casa de Doña Carmen y el número salía ocupado. Peor aún, nadie contestaba el teléfono móvil del Flaco, y su hijo por decisión de ella, no podía tener un teléfono móvil. Lo había hecho por ahorrar dinero, pero en este preciso momento esa falta de comunicación era la que más le provocaba angustia.

María del Carmen se levantó y se echó en la cama al lado de su madre, sin entender porque lloraba tanto. Pro más que le preguntaba que había pasado, la madre no podía hablar.

A los minutos tocaron con fuerza la puerta. Mariana intentó incorporarse, pero se desplomó en llantos. María del Carmen aún sin entender, salió corriendo para abrir la puerta.

Hubo silencio. Mariana dejó de respirar, y sólo escuchó unos pasos que se avecinaban a su cuarto, y escucho cuando se abrió la puerta y la luz se prendió. En ese momento ella cerró con fuerza sus ojos. Sentía que un radio de calor humano se acercaba a su cuerpo pero no quería abrir sus ojos.

En ese momento sintió un abraso y un olor conocido. Finalmente escucho su voz.

-Madre, cuando termine de llorar, me regala tres barritas de chocolate-. Con la dulzura aún infantil, este niño hecho hombrecito, abrazaba a su madre, y ahora también a su hermana, y se tendían los tres cuerpo en alegría en la cama.