La primera Fiesta de las Calle Loíza: un festival particular

Cultura

altEl pasado domingo, 4 de agosto se celebró la primera autodenominada Fiesta de la Calle Loíza. Hubo miles de asistentes, entre ellos personalidades importantes de la política y farándula local. También donde los ricos y los pobres compartieron juntos, codo con codo, todos sudados en paz y armonía al sonido de música bien alta. Este evento fue cubierto por casi todos los medios periodísticos del país, impresos y digitales, igualmente las redes sociales fueron abarrotas por noticias de la Loíza. Para mí fue un evento cercano que pude apreciar bien, por vivir a pocos metros de donde estaba ubicada la tarima central en la Calle, mi casa en otra calle al norte. Entonces en ánimo de parcialidad y alejado de prejuicios describiré lo que vi y sentí allí.

Primeramente, vale la pena conocer un poco de la geografía e historia de la calle Loíza, para entender mejor el fenómeno social del domingo pasado. Precisamente, en el calendario de la actividad hubo un recurrido histórico que fue del deleite de los asistentes, según me contó mi vecino nacido en Argentina, Martín. Esta es una vía de jurisdicción estatal y no municipal, de dos carriles en ambas direcciones, que corre paralela a la costa en el norte de la Isla, comienza en la Avenida De Diego y termina en el municipio de Carolina, cerca del residencial público Luis Llorens Torres. La Calle lleva el nombre de la mujer cacique taina, Yuiza, que vivió en la Isla a principio del S. XVI.

Estéticamente la Loíza está en gran deterioro, por tener varios edificios abandonados y otros mal cuidados. A pesar de ello, tiene varias escuelas públicas, un gran parque, mucho comercio y es lugar donde viven miles de personas. Pero el encanto particular que tiene la Calle no está en su estética, más bien en su gente. Allí vive una comunidad de ancianos, inmigrantes en su mayoría del Caribe, proletarios y jóvenes independientes económicamente, que nutren de energía y ánimo a la ciudad.

La actividad fue organizada por una iniciativa de miembros de la misma comunidad, el grupo de locales que se llaman bajo el nombre oficial de la calle Loíza, “PR 37”. Estos prepararon un itinerario que brindó actividades y talleres de temas interesantes como yoga, teatro y muralismo, entre otros. Igualmente, por la tarde y noche en la tarima comenzó un espectáculo artístico que tuvo artistas del área; literalmente abriendo un escenario para sus talentos y promocionado los mismos. También incluyó una micro feria de libros, mesas de artesanías y ventas de otras cosas usadas a bajo precio. Toda la fiesta duró oficialmente de entre la 1:00pm de la tarde hasta las 10:00pm.

Para los pequeños y medianos comerciantes que decidieron abrir ese domingo, hicieron su diciembre, ya que el tramo entre la Calle San Jorge hasta la Calle Paloma estuvo abarrotado de curiosos. Los negocios ganaron buena reputación y nueva clientela, un buen alivio para los tiempos de la Gran Recesión. Así las cosas, estoy seguro que los organizadores, comerciantes y la Policía municipal no se esperaba la cantidad de personas que asistieron allí.

La gente que se veía en las calles era muy representativa del Caribe. En términos generacionales, dominaba la presencia de jóvenes en sus veinte años, miembros de la generación “Y” y del bici jangueo. También habían mayores de 30 a 40 años, estos mayormente con sus familias, los llamados generación “X” e igualmente no faltaron algunos “baby boomers” de 50 y más años. Todos juntos en un alboroto festivo, por horas bajo el intenso calor de la costa. Lo interesante de esta Fiesta es que no se estaba claro qué rayos se festejaba; no se celebraba ningún patrón en el calendario religioso, conmemoración patriótica, tampoco era un carnaval con desfiles, ni tiempo de vendimia. Sencillamente algo improvisado, un embeleco organizado cuya fecha fue probablemente tomada a la azar y en la conveniencia del “back to school”. Los organizadores la catalogaron oficialmente como una fiesta para “propiciar la vida en comunidad a través de un evento cultural educativo”, dejando saber al país que no hace falta una motivación formal para que los santurcinos fiesteen.

Es meritorio mencionar que en la actividad no hubo muertes ni la comisión de delitos graves de que lamentar. También la limpieza luego de la actividad estuvo muy bien organizada, por lo que la Calle no dio testimonio de que horas antes allí hubo miles de fiesta. En mi opinión, lo más significativo es apreciar el gran potencial de esta iniciativa comunitaria y presenciar como este festival de la vida capitalina es el avant-garde del urbanismo en la Isla de Puerto Rico.