Tragedia en el río de las mentiras

Política

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Los ciudadanos que han sufrido los embates de un régimen dictatorial no se sacuden de inmediato las secuelas de la represión. Es imposible que se transformen de un día para otro en demócratas convencidos. Esto es así aun cuando no hubieran sido víctimas directas de la violencia política.

El terror que causa la mera sospecha de que esta podría haber ocurrido, mutila de manera profunda la psiquis colectiva. La población desarrolla una especie “Síndrome de Estocolmo” en masa. Esto los impele a identificarse con sus captores e incluso a cooperar con sus más oscuros designios. Incluso en contra de sus propios intereses. Pocas cosas ponen de relieve mejor esta situación, que la morbosidad con la que luego conspiran para encubrir los más viles delitos. Esto sirve para explicar que, superado el régimen despótico, sean mucho los partidarios de continuar el apagón informativo.

La ocultación al liderato del nuevo sistema político lo realmente ocurrido es consustancial a numerosos objetivos. Concluida la transición, no faltan quienes desean continuar el anterior modelo económico. Otros literalmente matarían por ocultar la auténtica magnitud de sus peores aspectos. En ambos casos, el error consiste en considerar imprescindibles a las elites ahora en desgracia. Mantener lo más estrechamente sujeto el sistema informativo gubernamental es una prioridad para estos grupos. El proceso para conocer lo que pasó de verdad está unido a la reivindicación del Estado de Derecho. La apuesta política acertada es abrir el camino a la sinceridad, no importa cuán dura sea. Solamente acciones legales orientadas a derrotar la impunidad, permiten avanzar a una sociedad a su liberación mental. Los estragos espirituales causados por el autoritarismo, sólo se reparan rescatando de la marginación a los perseguidos, y castigando a los represores. Someterse al ruido de los sables de estos últimos o a la desidia de sus cómplices, por acción u omisión, es luxar la articulación de una democracia efectiva. La siguiente historia espero sirva para ilustrar este punto.

En tiempos remotos, un príncipe amazónico se hacía conducir a todas partes en un lujoso palanquín. Este era sostenido por seis bravos guerreros, que en andas soportaban su peso, de un lado para otro de su vasto imperio. Un día mientras cruzaban un caudaloso río infectado de pirañas, a mitad del esfuerzo, el príncipe comenzó a golpear inmisericordemente con su látigo a estos servidores. Con mucho trabajo estos perseveraron y lograron atravesar vivos el cuerpo de agua, aunque dolidos física y moralmente. Esa noche, uno de los guerreros levantó su voz contra esa infamia. Procuró aunar la voluntad de los demás para rebelarse contra el odioso tirano. Argumentó que en el peor momento, éste había puesto en peligro la vida de todos. Otro de los guerreros, alertado de antemano por el propio príncipe sobre esta posibilidad, le notificó de inmediato de los planes en su contra.

El extraño acto del príncipe había sido una simple estratagema. Su objetivo era probar la lealtad de sus más cercanos súbditos. De inmediato se ordenó ejecutar públicamente al líder insurrecto. Sin embargo, la cruel triquiñuela tuvo un bizarro resultado. Contento de su astucia para descifrar el acatamiento a sus caprichos, muy pronto olvidó lo sucedido. De resultas que cuando ordenó vadear otra vez el mismo río, no se percató del efecto que sobre sus hombres causó. Inseguro el paso de la tropa, pendientes del ramalazo que tal vez esperaban, cayeron todos al agua donde fueron devorados por las fieras. La moraleja de esta historia está muy clara. Cuando un gobierno miente, al final es tragado por sus propias artimañas.