¡Estos muros sí que hablan!

Cultura


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Luego de tantos días de pura indignación tras la destrucción de múltiples murales en Santurce, me permití un tiempo para calmarme y reflexionar sobre estos actos que muchos periódicos catalogaron como simples actos de vandalismo. Yo estaba seguro de que algo más que vandalismo había ocurrido en nuestra ciudad sanjuanera pero nunca pude precisarlo y seguro de mi presentimiento empeñé todo mi esfuerzo en averiguarlo.

Resulta ser que después de varias semanas de darle vuelta y vuelta a esa chuleta y considerar todo lo posible, me llegué a preguntar si este acto tan rechazado en las redes sociales también podría ser considerado como parte de las artes dentro de nuestro espacio urbano. Sugerencia que estoy seguro que a muchos le revolcaría el estómago de nada mas susurrarlo. Pero, ¡¿por qué no?! Sigue siendo una forma de expresión. Más allá del disgusto que podamos sentir, ¿qué realmente impide que este acto no sea considerado como arte urbano?

¿Nada? Eso pensé yo también hasta que consideré la posibilidad seriamente. No fue hasta que abrí espacio para asumir esta pregunta como verdad que pude ver las implicaciones que este “arte” pudiera tener en nuestra sociedad. Logré confirmar todo lo puede existir detrás de un simple acto de vandalismo.

¡Hagamos el ejercicio! Si aceptamos este acto como arte, lo más lógico sería preguntarnos: ¿qué exactamente está expresando este “artista” con dicho acto? Pero antes de contestar esta pregunta tenemos que construir el carácter de este individuo del cual tan poco conocemos.

¿Quién es este “artista” de pintura blanca y cruces? Hasta el sol de hoy…nadie sabe. Solo sabemos de sus acciones y solo de sus acciones pudieron las redes sociales construir un personaje imaginario que mejor esclareciera aquello que quedó en el vacio de lo desconocido. Lo catalogaron como otro loco, fanático, un paciente atrapado en una coma de dogmas y, tras todas las acusaciones, quedé insatisfecho con los reclamos y las etiquetas ya tan gastadas. La palabra fanático no lograba articular estos actos.

Rápido asocié ese desprecio social con las firmas y símbolos que plasma todo “grafitero” en paredes vacías. Un acto que coincidentemente también es despreciado y tampoco es considerado como parte del arte urbano. Me pareció curioso comparar estos dos personajes imaginarios a partir de sus similitudes y diferencias. Y fue aquí que encontré la espina que tanto me insistía en seguir analizando.

Por un lado tenemos al religioso que se ampara en el amor de Cristo para justificar sus acciones y por el otro tenemos al “grafitero”, al vándalo o, como dirían muchos, al chamaquito que no tiene más nada que hacer excepto vandalizar para no aburrirse. Ambos personajes son creados y estigmatizados por la sociedad. Sin embargo siempre hay uno que se le adjudica mayor dignidad. ¡Claro está! Es el papel del religioso, la persona encaminada por el amor de Jesucristo y no el aburrimiento, quién queda absuelto de su obra. Por más insensible y nefasta que sea esa obra “cristiana”.  Para el “grafitero” no existe esa clemencia porque para nosotros ese vándalo es casi un delincuente. Sin embargo son los muros quienes abogan más por el “delincuente” que por el “artista”. Solo tenemos que observar con detenimiento para ver aquellas señales que ayudan a esclarecer esa imagen tan presumida.

Los murales y los grafitis pueden ser observados por todo Santurce y es solo cuando salimos de la velocidad del carro que podemos percatarnos que ningún arte invade el espacio del otro aunque en la velocidad las imágenes se interpongan y parezcan demonstrar lo contrario. ¡De hecho! He visto murales que por todo su alrededor están cubiertos de grafitis. Ambos coexistiendo en una sola pared sin la necesidad de mutilarse entre sí. Esto no es una mera casualidad. ¡Este comportamiento visual demuestra respeto! Un respeto que el “delincuente” otorga y el “artista” arrebata.

¿No se supone que sea el delincuente quien robe y el artista quien otorgue? Entonces, ¿quién es el verdadero delincuente aquí? ¿Aquel que con arte se apropia de espacios infrautilizados o aquel que se apropia del arte en sí? ¿Quién es el verdadero vándalo y el verdadero artista? Porque mientras uno solo se expresa, el otro se apropia de la expresión misma. Para esta expropiación el término fanático o fundamentalista no encasilla la severidad de tal violencia. Esa pintura blanca mutiló mucho más que un mural. Esas cruces blancas amortiguaron la voz de nuestro arte, la voz de nuestro país. Guste o no guste el arte nos representa. ¿Y qué puede representar este acto más allá de la falta de respeto entre la divergencia de ideas? ¿Es así como realmente queremos ser recordados? Esto no es un ataque a los cristianos porque pudo haber sido el acto avalado por el estado y el resultado no hubiera cambiado. Al fin y al cabo este es solo un personaje imaginario. Sin embargo lo que sí es real es que el arte es libertad de expresión y este acto solo lo pudo haber cometido un anti-artista. Una persona que solo cree en su voz mientras silencia otras. Y en el silencio…los muros no hablan.