Lolita: un tributo teatral a un icono puertorriqueño

Cultura

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Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico”, fueron las famosas palabras de Lolita Lebrón después de encabezar un grupo de cuatro nacionalistas que tiroteó al congreso norteamericano en 1954..Un perplejo cuerpo noticioso de los Estados Unidos la tildó de terrorista, asombrándose de que una mujer tan guapa y bien vestida fuese la cabecilla de un ataque al capitolio federal.

Lo fascinante para los norteamericanos era la forma en que esta mujer puertorriqueña movía sus labios, pintados de un rojo intenso, para expresarse con desafío y en un inglés perfecto.

La obra teatral “Lolita”, aunque tiene varias carencias, mantiene viva a través de una actuación muy buena de Viviana Torres Mestey la memoria sobre aquellos puertorriqueños que una vez estuvieron dispuestos a dar la vida por su ideal político. A la vez, nos pone a pensar sobre por qué Puerto Rico no se ha asimilado  completamente a los Estados Unidos después de más de más de 110 años siendo su pertenencia, y por qué todavía esta mujer y el líder de Partido Nacionalista Puertorriqueño, Pedro Albizu Campos, se mantienen como iconos en una isla en que hay solo una minoría que profesa ser independentista.  Al hablar con un boricua, es claro su apego a su terruño e identidad ¿No será que hay un nacionalista dentro de todos nosotros?

La obra, que se monta en tarima en el teatro experimental del Centro de Bellas Artes en Santurce, consiste de un monólogo del personaje de Lolita, ya presa después del atentado. Los cuatro nacionalistas arribaron a Washington, D.C.en marzo de 1954, dispuestos a cometer varios actos de violencia, pero Lolita, que era la delegada del partido en los Estados Unidos, convenció a los demás, de los cuales solo vive todavía Rafael Cancel Miranda, que un ataque a tiros al congreso norteamericano sería lo suficiente para llamar la atención al mundo de la situación colonial de Puerto Rico. Desde las gradas gritaron “Puerto Rico libre”, sacaron la bandera puertorriqueña en todo su esplendor y comenzaron a disparar. Lolita siempre dijo que ella disparó al techo, pero las balas de los demás hirieron a cinco congresistas.

Hay una digresión en el monólogo hacia los momentos en que se planifica y lleva a cabo los ataques. Las alusiones a su catolicismo y a la patria como mujer son marcados. La vida de Lolita Lebrón fue muy interesante y cubre varias etapas, a las cuales no le hace justicia la obra, que dura menos de una hora. Sobre todo es la presentación de una mujer con esperanza—una esperanza religiosa y ferviente de que ha hecho lo correcto--lo que le ha dictado su conciencia. Me hubiese gustado que el guión se expandiese a su vida post prisión (el presidente Carter la perdonó en 1979). Memorable fue su testimonio en los años 1990 cuando se estaba deliberando un proyecto de ley para autorizar un plebiscito de status para Puerto Rico. El proyecto no llegó a nada, pero durante unas vistas, una Lolita ya avejentada gritó “We owe you nothing!” ante un comité de congresistas enmudecidos por la pasión de la deponente. Básicamente les dijo que su nación había venido a saquear a la suya. También, me hubiese gustado ver el monólogo tocar más extensamente su vida como costurera en Lares y en Nueva York “trabajando pa’l americano”. Con todo y sus defectos es una obra que vale la pena por la sencilla razón de que nos recuerda que hubo una vez gente que ponía en juego su vida por la libertad política de Puerto Rico.