Amistades veloces: redes y relaciones vertiginosas

Cultura

Ya los amigos no se cuentan con los dedos de una mano. Ahora un artificio cuantifica las relaciones mediante globos rojos que aumentan como la apuesta y que en la esquina superior izquierda señalan cuántas nuevas personas se interesan por nuestra amistad.  

Por ende, los lazos afectivos se construyen en la actualidad en un microtiempo que denota cuán rápido nos vamos implicando en la vida de los demás y la velocidad que atañe hoy asuntos que antes requerían no solo un período de fructificación sino cierta cercanía necesaria para nombrar a otro, amigo. Se otorga una fe indiscutible a cómo se muestran las personas tras una computadora, ahora que cobra una vida mediática lo que antes parecía falto de interés público.

 De esta forma, la confianza reside en la historia personal que se comparte en los datos biográficos y en una observación de los movimientos de cada cual, entiéndase sus gustos, preocupaciones, intereses y hechos cotidianos compartidos a través de estatus, fotos y enlaces. Enmarcados estos en la selección subjetiva de quien publica y en la posibilidad de edición de cualquier “error” que no debe ser visto.

 La dinámica anterior tiene un efecto multiplicador intrínseco a las redes sociales en la que se asume que los amigos de nuestros amigos también pueden serlo por la idea de la “persona compartida”, o sea, alguien sirve de eslabón entre otras dos y así sucesivamente.

 Existe una credulidad que recae en la cantidad de contactos que se comparten. Mientras más amigos en común, hay la presunción de cierta familiaridad entre desconocidos. Es posible que estas personas jamás intercambien un saludo. En el mejor de los casos, mostrarán su aprobación mediante los “me gusta” y comentarios esporádicos, gracias a lo que he denominado 

“la generación de la reafirmación”. Todos aquellos que nos vemos involucrados en la actividad recíproca de enviarnos refuerzos positivos mediante palabras e incluso con emoticonos (asunto este último que requeriría un artículo aparte), certificando así nuestra presencia cabal en el momento que el cuerpo es sustituido por una pantalla. Si las mismas personas se topan en la calle, seguramente no se reconocerán o dudarán hacerlo. Tímidamente quizás se dirijan un hola.

 La cuestión se intensifica ante la prisa diaria con la que se entretejen las relaciones. Un apretón de manos, una presentación escueta de nombres o una sonrisa son suficientes para entablar una conexión virtual bajo la etiqueta de amigos. Claro, también es permitido en la red social restringir su lista. Un “amigo” puede pasar de un momento a otro al perfil limitado, por lo que será mínima nuestra presencia en su espacio cibernético. Habría que preguntarse el porqué de mantener “amistad” con otro que no deseamos que conozca nuestra actividad habitual.

 Entonces, las redes sociales han delimitado una forma de interactuar de un dinamismo voraz que consume todo intento de ir despacio y conocer a fondo. Rasgar un poco la superficie daría en tal caso información sobrada para establecer vínculos.

 Y usted, ¿cuántos amigos tiene?