Hamlet en el CBA: Mucho más que un clásico

Cultura

Nadie está ajeno del poder del arte. El simple hecho de sentirse exento de su alcance, es una muestra de insensibilidad casi incurable. Para combatir estos males que ultrajan el alma, existe el teatro, que viene a rescatar al errante de los caminos equivocados. Pero sobre todas las formas de expresión dramática, hay una que actualmente libera y reta la naturaleza misma del ser: el drama experimental.

Sin duda, eso se escenifica en la más reciente presentación de Hamlet, en el Centro de Bellas Artes de Santurce, que se estrenó el pasado viernes, 6 de diciembre, bajo la dirección de Joaquín Octavio y la adaptación de Miguel Diffoot. En una sala tan íntima como la Carlos Marichal, se pasean los espectros de una historia que perdura en los anales del tiempo. Allí, te reciben las almas que se tienden entre la vida y la muerte, para recuperar, en pleno siglo XXI, un relato que rebasa los límites de época.

De sus actores - entre jóvenes y versados- se goza la peripecia experimental que se transmite a través de un juego en el que se entremezclan un acertado vestuario, un maquillaje siniestro y la inexistente escenografía, que sólo se ampara en arena que simboliza cenizas, y que, a su vez, traza las fronteras entre el cuerpo y el espacio.

Desde el inicio, Kisha Tikina Burgos se resguarda en Gertrudis, que es dueña y señora de la ambigüedad, quien además se aprovecha de debilidades y fortalezas que la llevan al sacrificio. Asimismo, en manos de Mario Roche, Polonio es epítome de rasgos caricaturescos propios del período, mientras, Hamlet, que recayó en Blanca Lissette Cruz, guía a los espectadores a través de una montaña rusa de emociones propias de uno de los personajes más complejos en la historia del teatro.

A esta fórmula de exaltación sensorial, se le suman Ofelia, por Mariana Monclova; Laertes, por Lidy Paoli; el rey Claudio, por José Eugenio Hernández; y el inconfundible sepulturero, por Carlos Ferrer, quien juega con la ruptura de la cuarta pared para hacer partícipe a la audiencia de una introspección necesaria a la luz de este clásico: nadie escapa de la muerte.

En materia de dirección, se siente y se saborea el riesgo que supuso la reinterpretación comedida y puntual de esta pieza. Desde los movimientos que fortalecieron el desempeño actoral, hasta los simbolismos provocadores que vigorizaron cada parlamento son pruebas finales y firmes de la genialidad del conductor. De igual forma, y en ausencia de la escenografía acostumbrada para la puesta en escena de una creación shakesperiana, una pulcra faena en el área de las luces propició la atmósfera precisa en conjunto con las melodías seleccionadas.

A manera de coda, con estos elementos contemplados, me atrevería a asegurar que, si no asiste a este fresco y flamante Hamlet, su repertorio teatral carecerá de una exquisita e inolvidable producción que, más allá de ser pretenciosa, busca esparcirse en los confines psicológicos del individuo para revelar el porqué de nuestras turbaciones existenciales y nuestros enigmas habituales.