Impresiones sobre el poemario “En la punta de los dedos” de José Muratti

Crítica literaria
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Guayasamín, uno de los pintores ecuatorianos más importantes de la amerindia, reveló en una entrevista un dato sorprendente sobre su proceso creativo. Aseguró que en muchas ocasiones le bastó tocar, a ciegas, un cuerpo o un rostro, para tener la idea precisa de cómo era. Al contrastar la obra concluida con los modelos, el parecido era extraordinario. “Los verdaderos ojos de los seres humanos no están en el rostro, sino en la punta de los dedos”, afirmaba.


Con este título sugerente (y esquivo) lanza José Muratti un maravilloso libro de versos. Traté de leer En la punta de los dedos sentada frente a un escritorio, con bolígrafo en mano. Intentaba una mirada sobria, una lectura que me permitiera identificar los referentes literarios de los que ha bebido este poeta. ¿No somos, acaso, hijos de nuestras lecturas, como afirma el escritor Edgardo Nieves Mieles?

Buscaba, también, las inquietudes y postulados fundamentales que vibran en sus versos. “Hacer poesía es buscar nuevos giros y nuevas formas a la existencia maltrecha, es llamar muy fuerte a los que duermen para derrotar en alguna medida toda la sed de amor” (Moisés Rosa Ramos).

En esto pensaba, hasta que me topé con la portada del libro… dedos sabios… sagaces… flechas de carne que recorren zonas de turbulento placer. Después, el primer poema de José Muratti, “Llegas a mí sin el lastre de la ilusión perdida, sin la espina de veneno que dejan las traiciones. Traes una paleta de colores y adjetivos, lista para aplacar todas las tormentas en mi pecho…” y te escondes porque no podrías enfrentar toda la dulzura que te ofrendan mis manos, ni toda la ternura que describen mis versos…”

Este poeta me derrotó en el primer asalto. Gemí, arrebatada y conmovida, como el profeta Jeremías desde la literatura veterotestamentaria, “Más fuerte fuiste que yo y me venciste”. El espacio de intimidad al que nos invita la creación poética de Muratti es tentador, sinuoso y hechicero.

Terminé doblegada en mi sillón de lectura, debajo de Luz Divina (así llamo a la herrumbrosa lámpara de pedestal con forma de mujer, que acompañó a mi abuela por muchos años.) Las lámparas viejas saben guardar las penumbras y alebrestar ciertas sensualidades.

Llovía.

Como guiada por un espíritu ancestral, fui al tocadiscos y puse a sonar un disco cantado por Serrat “Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados, sobre los campos llueve.”

Inmersa en esa musicalidad enfrenté los versos de Muratti hasta quedarme lenta, suspendida, reverente.

II

En una segunda lectura consideré varios acercamientos a la obra. Finalmente, decidí estudiar las pistas que ayudan a entender el andamiaje que la sostiene; esa estructura exterior desde la que se organiza y se configura una construcción intelectual y analítica. Las comparto con ustedes:

Primera pista: Los lugares donde rumia la voz poética.

Descubrirá el lector determinados espacios en los que se quiebra la voz lírica. Son estos: el lecho (región amatoria y topografía para el desvelo), el cuerpo (propio y ajeno), el cielo (plataforma nívea y libre), la memoria (banco del recuerdo), el sueño (elemento onírico en el que viaja la voz poética), el espejo (se mira en él, desde el espejo mira la figura amada, el espejo testifica, evidencia lo ineludible), el mar (universo acuoso y superficie concreta).

Segunda pista: El amor soñado

El amor idealizado llega para aplacar las tormentas y derrumbar las dudas. Es el lugar seguro, el castillo fuerte al que se refería Lutero.

Tercera pista: la alegría de la entrega

El poemario presenta el acto de la entrega como un evento que involucra y ensambla, más allá de los cuerpos, al amor y al deseo. Por eso la define como un altar de revelación. El velo se descorre, la ropa sobra, solo quedan los amantes en el maravilloso acto de dar, descontrolados y temblorosos como bestias en la selva, desnudos y transparentes como una ofrenda viva.

Una referencia insospechada salta del texto. Se trata de La espada encendida, obra colosal del chileno Pablo Neruda. “En esta fábula se relata la historia de un fugitivo de las grandes devastaciones que terminaron con la humanidad. Fundador de un reino emplazado en las espaciosas soledades magallánicas, se decide a ser el último habitante del mundo, hasta que aparece en su territorio una doncella (Rosía la verde) evadida de la ciudad áurea de los Césares” (La espada encendida- Argumento)… “Se deseaban, se lograban, se destruían, se ardían, se rompían, se caían de bruces el uno dentro del otro en una lucha a muerte, se enmarañaban, se perseguían, se odiaban, se buscaban, se destrozaban de amor…”

Cuarta Pista: El cuerpo como espacio de adoración y trascendencia:

En el cuerpo amado la voz poética se sumerge, se imbrica, se pierde con el deseo de no encontrarse. “Entro en ti como en una caverna donde nació un dios que nunca se supo de ti dueño.” “Y me adentro en tu carne como un tronco” (El que no sabe) “Llego a tu cuerpo como a un laberinto de altos muros” (Pasajero de tus versos).

Una sucesión de imágenes construidas alrededor del cuerpo sostiene mi tesis: La dulzura que te ofrendan mis manos/ Celaje, que insisto fueron tus ojos/ Astrolabio sin estrellas/ Labios que guarecen la pequeña muerte/ Caderas amazónicas/ Pechos de nieve/ Boca suspendida/ Tantos parajes de tu piel que no he cartografiado/ Ojos que duermen despiertos/ La redondez de otros senos/ Tu cintura es un dedal/ Torres enhiestas de tus piernas/ Cascada de tus cabellos/ aleteo en las sienes/ Flauta en los dedos/ Hornos de tus brazos/ Tu nuca, tus pechos, tus caderas, tus labios entreabiertos/ Frío glacial de tus entrañas/ La oleada de tus vellos/ Tus piernas a horcajadas/ El centro de tu vientre/ Las templanzas de tu ingle.

Quinta pista: La voz poética en peregrinaje

La voz lírica se halla en tránsito. No hay asidero, es nauta, viajero, jinete.

“Me invitas a viajar por tu cuerpo como un pasajero, un cosmonauta que busca en los confines del universo la cábala de un dios que aún no ha muerto.” “Me aferro a la silla y a la crin y agarro las bridas con los dientes”…“Pero contigo no hay final de la jornada” “Te busco en cada puerto y no te encuentro

Sexta Pista: La voz atrapada

El poeta es invadido por el sentimiento amoroso. Esta emoción lo derrumba y fragiliza, experiencia visceral y trascendente. Vale la pena recordar las palabras de doña Inés Mendoza, al explicar lo que sintió cuando conoció a don Luis Muñoz Marín, “Me tumbó el mortal golpetazo del amor”.

Muratti lo confiesa sin miedo, con algo de turbación y desconcierto. “Te mudaste sin permiso a mi parcela más privada, así, sin anunciarte y sin la más mínima vergüenza… “Te llevo conmigo aunque no lo sepas” “Regreso derrotado al muro de mis lamentos”, “Sin ti no existe la luz, ni la sombra, ni el fuego”, “No me dejes morir a los pies torcidos de la luna, Desata la fiera que ruge enjaulada en mi pecho. Libérala del dolor de saberse desterrada de su selva y de la noche. “Y no logro recordar por qué te fuiste “te alejaste y no te alcanzo todavía”.

Las pistas mencionadas, así como los conceptos: eternidad, tiempo, palabra, orilla, frontera, trapecio y silencio, ameritan un análisis exhaustivo. Será un texto de estudio eventualmente, y otras miradas más audaces explorarán nuevos matices. Sirvan estas notas como bosquejo inicial para la búsqueda.

El poemario termina con el retorno de la voz poética al lecho amado. De esta manera, nos entrega Muratti un texto esperanzador y circular en gran manera, si se mira el lecho como metáfora del vientre materno o nido, donde anida el calor, la tibieza, la vida y la promesa de futuro, “Yago despierto a tu lado y no ceso de mirarte”.


III

Ante nosotros, un texto inmenso por sugerente, por la sensualidad desbordada, por el trabajo disciplinado, notable en la construcción de las imágenes, por que invita a múltiples lecturas, porque junta al amor con el misterio, porque conmueve, porque evoca, pero sobre todo, porque mientras lo leo me entran unas ganas tremendas de amar.