A propósito de Luis Felipe Díaz, en De charcas, espejos, infantes y velorios en la literatura puertorriqueña

Crítica literaria
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Profesor universitario, crítico literario, transmujer y ateo, Luis Felipe Díaz es uno de los intelectuales puertorriqueños contemporáneos cuya forma de vivir y de trabajar se ha convertido en un especie de mythopoeia, o producción mítica, como una manera de expresar una dialéctica fundamental entre la anatomía, el género y la actancia social.

A Díaz, autor de su propio y complejo texto biológico psicosocial, el deseo le mueve, literalmente, el cuerpo. De hecho, lo está fugando del cuerpo del hombre para emigrarlo al lado de la mujer, hacia el “devenir mujer”.

Lo que estimo fundamental para un análisis de los textos biológico y escritural de esta individuación no es el destino del cuerpo de Luis Felipe Díaz, sino su movimiento transformacional inscrito fugazmente en la carne como huellas en la arena. Por ello, con “transmujer” enfatizo el devenir mujer de Luis Felipe Díaz para corresponderlo con su propio ser sexuado y con su expresión personal por medio de la vestimenta, el maquillaje, los accesorios, los tacos altos, el tono de la voz y el lenguaje corporal. Me refiero a una traslación del cuerpo y del pensamiento más allá de lo homoerótico. A un énfasis mutante que refracta la focalización exclusiva en los actos genitales hacia el respeto a sí mismo por su identidad y su libertad. 9

Es una consideración pura, sin más, que construye un mito de él mismo como una ella con pene, y que confluye nociones mediáticas de varias vedettes como Rocío Durcal, Patti Labelle, Lucy Fabery, Olga Guillot, Lucecita Benítez, Valeria Lynch, Shirley Bassey y otras. También se confiere a sí misma esta consideración la categoría anómala (“queer”) y ética de diva, que exalta el carácter, la dignidad, y, asimismo, la antigüedad en el mundo del espectáculo, desde 1976, por el agenciamiento de una trans vestimenta que, a mi juicio, es la vía de una investidura libinal. La transgénesis de él hacia ella es, de facto, una máquina autopoética, una red de procesos de producción.

Otra capa del impulso transmujer de Luis Felipe se dirige hacia lo sagrado, mediante la dimensión de la diosa, de la diva. Es un movimiento soberano que no deja de impresionar como un excedente que contradice el dato natural, el ámbito de la utilidad, ya que lo niega o lo señala contradictorio. Denoto aquí muy a propósito el pasaje a lo mujer como una experiencia por medio de la cual la singularidad de este profesor hombre anatómico es puesta fuera de sí, en instantes que, por exponerse a un afuera inaprensible, a una nada paródica, hace coincidir la distinción, momentáneamente con el espacio divino. En esta insurrección óntica, ya no importa ser el original o la copia.

Es este movimiento del autor empírico Díaz, su pasaje por el cambio, lo que me induce a leer en su libro más reciente, De charcas, espejos, infantes y velorios en la literatura puertorriqueña (2010), un devenir mujer como punto de referencia, en la proyección hacia otro tipo de devenir, el devenir niño.

De acuerdo con la mirada que propongo, el devenir mujer luisfelipino juega el papel intermediario, de mediador, hacia el devenir niño, a caballo entre la norma y otros devenires otreicos sexuados, ya que convertirse en mujer no se encuentra tan alejado del binarismo del poder fálico. Acontece algo similar en ese otro lugar común de nuestra interacción social donde se comprende al homosexual como una “especie de mujer”. Algunas otras más desviaciones de la norma, más manifestaciones de la marginalización, se codifican también a sí mismas, como válvulas de escape para regular los flujos de los devenires en cuerpos sexuados, con mecanismos de comunicación referentes a lo masculino como lo activo, y a lo femenino como lo pasivo. En fin, el devenir mujer de Luis Felipe forma parte del cohorte de las depositarias oficiales de los devenires en cuerpos sexuados.

Para añadir mayor sustancia al nomadismo, el devenir niño en De charcas, por su parte, postula una serie de cuestionamientos en torno a los vitalismos de la modernidad puertorriqueña. Son controversias que se relacionan con inmersiones, sobre cuán profundamente el cuerpo político debería sumergirse en nuestras propias capacidades, y con sentir que avanzamos a través de lo moderno. Por consiguiente, el debate entre la instrumentación y la organización del cuerpo es una disputa estético-ideológica en nuestra literatura, librada entre la distancia y la velocidad, mediatizada por los afectos, los deseos. En una extrema mayoría, nuestra literatura, se encuentra codificada y regimentada en el registro del género, la clase y el color de la piel. En este particular sentido, el cuerpo infantil deviene campo de batalla, en donde se atrinchera un cuerpo social letrado que busca equilibrio en las capacidades de sentir y de hacer, en medio de un cambio vasto, impuesto por la invasión y la economía mercantilista.

En la escritura de De charcas, Díaz desliza su cuerpo entre los tipos fálicos inherentes en las formaciones de poder. Con estos movimientos, se registran enunciaciones implícitas del devenir mujer, que desfilan por su trabajo crítico, en pos de un devenir niño, ataviadas con un lujo indiferente ante la modalidad de la muerte.

Desde su publicación en 2010, De charcas, espejos, infantes y velorios en la literatura puertorriqueña, ha provocado reacciones contrarias. Dos instituciones culturales, el Pen Club de Puerto Rico y el Instituto de Literatura Puertorriqueña, le han otorgado el honor vicario de un primer y tercer premios, respectivamente, en sus anuncios de las premiaciones de los mejores libros publicados del año.

Mientras que otros han optado por ignorarla. Preguntado el autor por la recepción de su ensayo en una entrevista que mantuve con él, contestó que en conversaciones privadas le han admitido que se considera su trabajo reciente como piedra de oscuridad por su pulsión de muerte.

Esta última idea me induce a pensar que De charcas puede ser algo más que una lectura posmoderna o posmarxista de la producción literaria canónica en Puerto Rico desde el siglo XIX hasta el presente. Esta obra se compromete evidentemente con un proceso de pérdida que, sin embargo, escapa a la utilización racional de bienes tanto racionales como morales. Díaz se inscribe además dentro de los límites del trabajo (ese ámbito en el cual lo humano se percibe diferente de la naturaleza y la subordina en función de la utilidad) y de la prohibición sexual, para describir una apoteosis de miedo y de servilismo económico en los cuasi mundos literarios incluidos en su trabajo crítico.

Según Díaz descubre las inmersiones de personajes literarios en las “charcas”, en contacto con la muerte; al extraer de los “espejos y velorios” signos que representan un vacío, “la nada”, el enunciante sumerge la atención del lector en una revolución del tiempo y en una extensión del espacio que, a la vez, liberan la vida de un resguardo regulado por la repetición y el ritmo, y la dilapidan en la exuberancia de la muerte.

La repetición del tema de la muerte se conjuga con obras de otros autores colegas en el ámbito del trabajo académico de Luis Felipe Díaz, quien, desde el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, ejerce la enunciación de este ensayo. Aunque a “los hispanistas” se les había considerado por muchos como un baluarte de ortodoxia textual, de validación universal del stethos (lo estético), los vientos del cambio comenzaron a afectar desde hace algún tiempo a los practicantes riopedrenses de esta disciplina tan notoriamente conservadora. A medida que el Departamento se ha ido transformando en un departamento que presta mayor perspectiva crítica hacia los estudios culturales, hacia la relatividad del ethos (la subjetividad), la interpretación que asumo en relación con el trabajo de Díaz me acerca más a la modalidad de entregar algunos acercamientos que puedan potenciar una crítica de su crítica.

Por su construída parte, y con la ayuda de vertientes contemporáneas, Luis Felipe Díaz se ha encumbrado en sus altos tacos de transmujer en la zona indecisa; entre el adentro y el afuera, en el umbral del nombre del autor del texto. De acuerdo con esta percepción, la escritura de Luis Felipe Díaz deviene una emigración sexual, transmujer, desde la tapa del libro donde va el nombre del autor, que desafía el sexo anatómico en el que habitualmente vive Luis Felipe Díaz, hacia una línea de fuga aparte del territorio del trabajo, en donde el patriarcado se resguarda de la muerte. Estrategia, sin duda, que maniobra una subjetividad escindida entre una utilidad para la continuidad del canon, y un desafío soberano ante el derroche de la discontinuidad de la muerte en la literatura puertorriqueña.

El ensayo de Díaz cubre la gama de los géneros literarios establecidos desde la tradición ilustrada: poemas, cuentos, el ensayo, el teatro y la novela. Todos los textos criticados son canónicos y están relacionados con el aspecto académico, y con líneas de investigación posmarxistas e historicistas, formuladas desde las ciencias sociales. El escenario está bloqueado por El velorio, ya presentado en la cubierta.

En ésta se muestra a un niño que emerge de los restos atrofiados de un antiguo Velorio, saliendo hacia el adentro de cuadro, para abrirse paso hacia una nada, con el desafío de una actitud sonriente. La imagen infantil abre paso a otra localidad (diferente de donde se ubicó el nombre del autor, sobre un racimo de guineos verdes) en la que se construye una identidad social. El infante deviene lugar, una subjetividad en donde se ubicará la desunidad y el conflicto. Será este sujeto infantil, pues, el sitio en el cual el lenguaje se construirá en significado, y, por esto, donde se pondrán las delimitaciones de la subjetividad entre determinados “individuos” en pugna, mediante una intervención de letrados que pretenden seducir la indocilidad de la servidumbre.

Este pugilato entre instrumentalidad autorial y corporeidad infantil en buena parte de nuestra literatura es el artífice de la metáfora del agua detenida, encharcada, en la que medían la distancia y la velocidad; lo hondo, lo coloidal, la lentitud y la satisfacción rápida, vulgar y simple.

Soñar vidas distintas a las que tenemos, en un impulso voluptuoso, es una manera simbólica de mostrar repudio por lo que nos hace repetirnos rítmicamente, aun al son tópico del golpe del tambor. El devenir de Luis Felipe Díaz en otro, en devenir mujer para devenir niño, reconstruir su cuerpo como un Cuerpo Sin Órganos es ser niño. El devenir niño del autor se define más bien por una línea abstracta o de fuga que se ha deslizado por actos, edades y sexos de vidas infantiles dilapidadas en la muerte. Esta presencia insólita, deprimente y moralizante de la mortandad en nuestra literatura, no tiene más actualidad que en la natural consumación de una energía excesiva que viene de nosotros mismos, establecida en términos de una exuberancia en la muerte. Muy pocas veces en nuestra historia moderna de la literatura hemos tenido el valor de acceder indiferentemente a la muerte, con un gasto improductivo (salvo con la excepción merecida de Jesús Manuel Ramos Otero), para recuperar una constitución positiva de la pérdida, de la cual derivan el honor, la nobleza y la soberanía.

Entre las distancias y las velocidades que marcan los silencios de las palabras en De charcas, espejos, infantes y velorios en la literatura puertorriqueña, Luis Felipe Díaz nos ha invitado a entregarnos a ilusionismos y a juegos de disfraces, a emprender viajes sin retorno a parajes desconocidos, una proeza intelectual para inventarse otras vidas que están contenidas en la potencia.

Por nuestra parte, una pizca de clarividencia podría reducirnos a una condición primordial, cosa de sobreponernos al vaticinio de muerte inmediatamente después del nacimiento destinado en los comienzos de nuestras letras modernas.