Miró hacia las filas ralas de un público que ahora le parecía extraño, y se esforzó por recordar sus líneas. Pausó con ademán solemne, como solía hacer cuando quería surtir más efecto o cuando, como en esta ocasión, olvidaba lo que iba a decir, y trató de atar su mirada a la de algún espectador. Este truco de miradas atadas, de hipnosis mutua, ya no le funcionaba.

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Sigo caminando desde un sábado. Esta vez el tránsito viene acompañado de un calor de fuego incendiario. Pienso en el vapor casi soportable de la casa y quisiera no haber salido. Por los costados y un poco antes y después y yo desde mi espacio móvil, nosotros, esta masa colectiva, andamos hacia el propósito de la visita al Paseo de Diego.

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Solo escucho el aliento y mi fuego se va desierto.

Solo siento el murmullo y mi sueño huye desnudo.

Solo veo sus lágrimas y mil océanos hunden miradas.

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