altVen y róbame

la noche noche

la espera de los días muertos

y rompamos el silencio de los pájaros.

Ven con la palabra dulce de tus labios

y tus dedos acariciando mis cabellos

porque nuestros sudores son

el unto de los cielos;

y yo te anhelo

como el animal sediento

las aguas del desierto.

Crédito foto: Andrés Nieto Porras, www.pixabay.com, bajo licencia de dominio público 

Tomamos la arcilla o el barro y creamos algo útil, duradero o artístico y nos llevamos el crédito. Le damos forma con nuestras manos a la vida. Lo que me lleva a pensar en todo lo siguiente:

¿Estaremos educando para la maldad? ¿Cuántas veces no se repite en las pantallas la escena del matón del narco que entra vestido con la blanca bata a cometer sus fechorías? ¿Cuántas veces los medios del país y la televisión se interesan más por la figura del asesino que por la figura de las vidas perdidas por su causa? ¿Qué clase de contubernio tienen los medios para mantener las cárceles llenas? ¿Por qué las clases gratis en cómo ser malvados y famosos? Es lógico y más viejo que el frío: La educación forma, mientras que los medios deforman. Tan simple como la semilla que plantamos, el fruto que obtenemos.

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A poco más de un año de su muerte, reflexiono y comprendo. El actor Robin Williams me hizo reír, llorar y enternecerme… y qué mal lo juzgué, como tantas otras personas, por su supuesto acto de suicidio. Recuerdo que no podía salir del asombro, pensé en su suicidio como una traición a sus fanáticos. No fue sino hasta hace poco, cuando hacía la búsqueda sobre la enfermedad de Mamá Bebé, que supe que él también la padeció y entendí mi gran error. Robin Williams fue un hombre, sin lugar a dudas, noble que nos ha dejado un precioso legado de talento y profesionalismo en sus trabajos, tanto en el difícil arte de hacer comedias como en el del drama.

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Hilda S. mira por la ventana como quien desea creer en los milagros, pero sin tener fe. Las sombras que golpean las cortinas, le traen recuerdos y perfumes florales. Fue enfermera del antiguo régimen nazi y de allí salieron todos sus conocimientos en el arte de formar una familia fuerte y bien alimentada. Ya cumplió 91 años y está muy orgullosa de vivir en su casa, a pesar de sus condiciones de salud y de su estoico apego a su soledad, pues los hijos viven lejos y su esposo, por más de 50 años, murió repentinamente. Así, se fue como un pajarito y me dejó sola, murmuraba.

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Me vale, sí, me vale. No soy oveja de rebaños. Soy una voz con algo de cordura. Quiero que la cosecha del futuro sea buena, llena de esperanza. Y tanto la niñez como la adolescencia son etapas de fragilidad que debemos proteger. Yo he visto jóvenes perderse por la presión de grupo y por el tonto gusto por la experimentación de paraísos artificiales.

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—Negra Pizarro.

— ¿Disculpe?

—Usted me preguntó mi nombre.

—Ah, sí, claro. Pero…

—Pero, ¿qué?

—Es que no escuché bien.

—Negra Pizarro.

— ¿Es ese su nombre?

—Es ese mi nombre, caballero.

—Eh, ¿desde cuándo?

—Desde siempre.

—Es decir, ¿su nombre…?

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El niño camina solo. Quiere independencia. Toma mi dedito, le digo. Y a veces, se acerca y lo toma. Caminamos juntos hasta cruzar la avenida y llegar al parque. Hay una extensión verde, amplia. Y una fuente. Le encanta sentir cuando le salpica el agua. Le compré unas sandalias de cuero. Camina seguro. Corre. Ya no se agarra de mi dedito. Encuentra un pequeño montículo de arena. Para él, una pequeña colina. La sube. Llega pronto a la cima e intenta agarrar la piedra que está en el centro. Cómo hará para bajar, me pregunto. Pero él no sabe lo que es el miedo. Y pronto baja. Se pone de espaldas y se arrastra. Pero la baja solito. No es tonto, mi niño. Yo quiero que se sienta libre. Lo miro a la distancia. Ni se percata dónde estoy. Todo es gigante para él.

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