Conozco la dueña. Conozco el ambiente, conozco la promiscuidad de la incumbente. No importa, no es importante; el tiempo corre, apremia, el calor del día aprieta. Le busco conversación al ingrávido que atiende y el hombre se abre como una flor de calabaza.
Miro alrededor, miro el espejo de la barra, que está frente a mí, y observo que por el ángulo derecho de mi vista, en la retrovisión de los quehaceres humanos, está el epílogo de mis andanzas. Sudo, carraspeo y miro al programa del Guitarreño.